La temporada de huracanes del 2020 nos recuerda la importancia de los servicios de infraestructura para limitar la propagación del COVID-19. Los desastres naturales pueden dañar activos de infraestructura, tales como centros médicos, tuberías de agua y líneas de telecomunicaciones. Esto evitaría que los pacientes con COVID-19 recibieran atención, dificultaría los esfuerzos para lavarse las manos y retrasaría la trazabilidad de contactos.
También podrían contribuir a la propagación del COVID-19 aquellos eventos climáticos extremos que causan menor daño a los activos de infraestructura. Por ejemplo, los apagones durante una ola de calor podrían hacer que la gente se aglomere en centros de enfriamiento donde el distanciamiento social no es posible. La era actual destaca la necesidad que tienen los países de contar con infraestructura que sea resiliente a los desastres naturales y al clima en el futuro.
La resiliencia debe tenerse en consideración desde el inicio del ciclo de proyecto
El camino hacia una infraestructura resiliente comienza con entornos normativos y marcos de políticas constructivos que incorporen la resiliencia en cada etapa del ciclo del proyecto.
Tener en consideración la resiliencia desde el principio, cuando todas las opciones están sobre la mesa, es mucho más eficiente que tratar de abordarla más adelante en el proceso, luego de que factores como la ubicación ya se hayan decidido. Las regulaciones pueden exigir que la resiliencia se incorpore desde el inicio, mediante la realización de un análisis de riesgo exhaustivo en etapas tempranas del diseño y la planificación.
Los gobiernos pueden establecer y hacer cumplir códigos de construcción para garantizar que la infraestructura cumpla con los estándares técnicos mínimos. Estos estándares pueden fortalecerse con el tiempo a medida que avanza la tecnología y cambia el clima.
Otras políticas pueden complementar las regulaciones en el proceso de diseño y planificación de la infraestructura. Estas pueden fomentar la investigación y el desarrollo para impulsar innovaciones que reduzcan el costo de construir infraestructura resiliente. Adicionalmente, los empujones al comportamiento pueden cambiar o disminuir la demanda de servicios de infraestructura, lo que reduce la exigencia sobre los requisitos de la misma. Al final del día, todavía habrá algo de riesgo. Los países pueden gestionarlo utilizando instrumentos financieros, como los bonos catástrofe (CAT), para compartir el riesgo y financiar una recuperación rápida.
Los países de América Latina y el Caribe ya están implementando estas estrategias. Chile actualizó sus códigos de construcción a raíz del terremoto de 2010. México cuenta con una estrategia integral para la gestión del riesgo financiero de desastres naturales que incluye el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN) y los bonos CAT que se emitieron en 2009. En Brasil, los incentivos financieros para que los consumidores redujeran el uso de agua le permitieron a una empresa de servicios públicos sortear con éxito una sequía. Estos ejemplos indican que los países están avanzando hacia regulaciones y políticas complementarias para lograr la resiliencia.
Dentro de este marco regulatorio y de políticas, los proyectos de infraestructura independientes también deben diseñarse teniendo en cuenta la resiliencia. Una larga durabilidad implica que el clima y los desastres naturales a los que está expuesto un activo de infraestructura pueden cambiar durante su vida útil. Del mismo modo, la demanda de servicios de infraestructura que debe satisfacer puede cambiar a medida que las poblaciones crecen o se reducen y que aumentan los ingresos. Esta incertidumbre debe incorporarse formalmente en el proceso de toma de decisiones sobre infraestructura.
Un método para hacer lo anterior es invertir en planes de infraestructura que funcionen bien en muchos escenarios futuros posibles. Un análisis exhaustivo de miles de escenarios futuros posibles puede identificar inversiones en infraestructura que se espera sean rentables en cualquier escenario futuro y que eviten modificaciones que incurran en costos extremadamente altos o en interrupciones desastrosas de los servicios.
Como ejemplo, SEDEPAL, la empresa de agua en Lima, Perú, utilizó estos principios de toma de decisiones para desarrollar un plan de inversión que asegura la fiabilidad del suministro de agua en una amplia gama de escenarios futuros posibles. El análisis de 300 escenarios futuros identificó inversiones “sin arrepentimientos” y reveló US$ 600 millones en inversiones que podrían ser descartadas porque no contribuirían a la fiabilidad del agua.
Invertir en infraestructura resiliente puede generar beneficios sustanciales
Las inversiones bien planificadas en activos de infraestructura resiliente dan frutos. Los tomadores de decisiones deben sopesar la exposición del activo de infraestructura, las consecuencias de las interrupciones en los servicios y el riesgo que es aceptable para los usuarios, contra los costos netos de la resiliencia. La clave para lograr una infraestructura resiliente a un costo asequible es ser selectivo, basar las inversiones en un análisis integral y desarrollar planes de contingencia para los casos en los que no se justifica aumentar la resiliencia.
Con la necesidad que tienen los países de la región de rescatar sus economías y sentar las bases para una recuperación sostenible, las inversiones resilientes podrían resultar esenciales para proteger vidas ahora y enfrentar la crisis climática del mañana.
Lecturas adicionales
Este blog hace parte de nuestra serie “Detrás de cámaras” sobre nuestra publicación insignia del 2020: De estructuras a servicios: el camino a una mejor infraestructura en América Latina y el Caribe
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Crédito de foto: BID Ciudades Sostenibles – Flickr.com
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