El aislamiento ha generado un impacto negativo en la salud mental de las personas, pero el 93% de 130 países, redujeron o interrumpieron el acceso a servicios de salud mental. La pandemia ha causado que más personas requieran de servicios de salud mental; no obstante, la oferta de estos servicios no es paralela a la demanda. Los países destinan, en promedio, sólo el 2% de los presupuestos sanitarios a esta área.
Los efectos psicológicos del aislamiento
A casi un año de iniciada la pandemia por COVID-19, diversos estudios reportan los efectos de las medidas adoptadas para evitar el contagio en la población, entre ellas el aislamiento social. Bajo la consigna del “quédate en casa”, el confinamiento ha provocado un cambio inesperado y radical en los hábitos y rutinas cotidianos de millones de personas.
En los países más afectados por el virus como España, Francia y Alemania, y en la mayoría de los países de América del Sur se recurrió al confinamiento (obligatorio o voluntario), como medida sustancial para aplanar la curva de contagios, reducir la diseminación de la enfermedad, y la demanda de atención hospitalaria. Además, para minimizar la interacción social se suspendieron actividades recreativas, servicios educativos -incluso de atención a la salud y se insistió con la necesidad de permanecer en el domicilio.
Lo que nos dicen epidemias anteriores sobre los efectos psicológicos
En epidemias anteriores como la del SARS-CoV (2003) y el MERS-CoV (2012), de magnitud muy inferior a la actual, se comprobó cómo una situación crítica y estresante acompañada de aislamiento y movilidad restringidas puede desencadenar problemas de salud mental y agravar los síntomas entre quiénes ya los tenían. La paradoja, es que si bien en estas crisis es elemental tomar medidas para apoyar y atender la salud mental de las personas, las estadísticas nos muestran una realidad preocupante.
Salud mental: El déficit crónico
Previo a la pandemia, cerca de mil millones de personas vivían con un trastorno mental. De ellas, unos 300 millones de personas sufrían de depresión, un trastorno que no discrimina por género, raza o historia personal. Hace años la Organización Mundial de la Salud ha insistido en la necesidad de invertir más recursos para desarrollar servicios especializados en salud mental. De acuerdo con este organismo, estamos ante una de las áreas más desatendidas de la salud pública. En promedio los países gastan sólo el 2% de sus presupuestos de salud en salud mental.
La salud mental en la pandemia
De acuerdo con la encuesta realizada por la OMS, entre junio y agosto del 2020 en 130 países, el 93% interrumpió o alteró los servicios cruciales de salud mental. Durante la pandemia de Covid-19, el asesoramiento y la psicoterapia se interrumpieron en el 67% de los países, el 65% informó un impacto en los servicios críticos de reducción de daños y el 45% disminuyó la oferta del tratamiento de la dependencia de opioides, en tanto que el 35% reportó interrupciones en intervenciones de emergencia, incluidos los tratamientos por síndromes graves de abstinencia por consumo de sustancias y delirio. Es cierto que el 70% de los países adoptó la telemedicina o la tele-terapia para superar las interrupciones de los servicios en persona; no obstante, hay disparidades importantes entre ellos pues más del 80% de las naciones de renta alta implementó estas medidas, mientras que menos del 50% de ingresos bajos lo hizo.
El incremento esperado en la demanda de servicios de salud mental y el déficit crónico de inversión configuran un escenario preocupante ante el cual algunos expertos se preguntan si la humanidad se encamina a tener que enfrentar una pandemia de salud mental.
La salud mental es corresponsabilidad de múltiples actores
Cuidar la salud mental implica apostar por la calidad de vida más allá de los desafíos propios de la dicotomía salud-enfermedad. Los sistemas y servicios de salud juegan un papel fundamental, tanto en la atención primaria como en la especializada en salud mental. No obstante, ni los servicios de atención primaria, no los especializados son suficientes para satisfacer la demanda.
Durante la emergencia sanitaria tanto el sector público como el privado han dispuesto para la población, diferentes dispositivos, por ejemplo, servicios por vía telefónica (muchas veces gratuitos) atendidos por profesionales de la salud mental. También emergieron las “reservas de creatividad” que las personas, las instituciones y las comunidades pusieron en juego volcando los aportes de otras miradas y otras disciplinas. Ejemplo de ello fueron las manifestaciones artísticas compartidas creativamente desde los hogares, balcones y a través de las redes. Estas expresiones ayudaron a combatir los sentimientos de tristeza y soledad, ya que el “otro” semejante se percibe como oportunidad de contención de la angustia y también como colaborador en la construcción de alternativas frente a la adversidad.
Segunda ola del COVID-19, ¿una segunda oportunidad para la Salud Mental?
Frente a una segunda ola del COVID-19, que ya es una realidad en gran parte del mundo, el desafío será incluir la dimensión de la salud mental -en su sentido más amplio- en las medidas a instrumentar y en todos los aspectos de la vida.
Somos seres gregarios dependientes emocionalmente de nuestros semejantes durante toda la vida. Por ello, la recomendación u obligación del “quédate en casa”, en la medida que se va extendiendo más de lo previsto, hace que el encierro y el aislamiento desborden nuestra capacidad de adaptación a la “nueva normalidad”. Esta situación afecta las conductas y comportamientos de las personas y genera una oportunidad para evaluar la importancia que los sistemas de salud le dan a la atención de la salud mental y cómo ésta se convierte en una prioridad reflejada en los presupuestos asignados. Es fundamental invertir más en salud mental pues por cada US$ 1 invertido en tratamientos de trastornos mentales como la depresión y la ansiedad, como resultado se obtiene un rendimiento de US$ 5 relacionados a la mejora de la salud y la productividad.
El fortalecimiento de los servicios de salud mental es una condición necesaria para mitigar efectos negativos e identificar acciones social y culturalmente aceptables y sustentables que permitan ampliar el menú de respuestas ante esta crisis y otras que eventualmente pueden ocurrir.
¿Habías leído sobre el impacto psicológico del aislamiento? ¿Como podemos lograr que la salud mental sea accesible para todos? ¿Qué innovaciones se puede impulsar para que la salud mental se consolide como política pública en los países de la región? Déjanos un comentario ó mencionanos en @BIDgente
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Fernanda - sistema nom 035 dice
Es sumamente interesante el enfoque que se le da al tema. No dejen de subir artículos como este.
Anne George dice
¡Hola!
Me gustaría conocer tu opinión acerca de una persona llamada D. y la posible situación de depresión o no depresión que podría estar padeciendo.
Se trata de un chico de 34 años, soltero (sin hijos y sin pareja), D., que vive en un pueblito y se gana la vida gestionando y trabajando en la floristería de sus padres (por el tipo de trabajo que lleva, no tiene estrés casi).
Al hablar con él y preguntarle qué tal su día siempre me explica lo mismo: que ha estado en el trabajo y al llegar a casa se pasa las tardes y las noches viendo la tele y bebiendo Coca-Cola.
Además dice que no tiene ningún pasatiempo, no le gusta leer, no tiene amigos, no sale, hace 11 años que no va de vacaciones, no participa en ninguna feria ni nada, la única vida social que tiene se resume a ir al supermercado.
Ese amigo D., dice que no tiene depresión ni problemas económicos que le impidan salir de casa y tener vida social pero reconoce que hace años ha perdido el placer de vivir la vida y de tener pasatiempos. También dice que no siente placer ni tiene fuerzas ni ganas para ningún tipo de actividad que no sea trabajar, dormir y ver la tele. Además, D. tampoco tiene intención ni siquiera de leer un libro o hacer cualquier tipo de actividad, deporte ni nada por el estilo.
Le da pereza (y esto lo ha dicho él mismo) hasta teclear y saludarme desde su móvil.
No tiene problemas familiares ni enfermedad ni otras condiciones que le impidan vivir una vida plena y que no se limite solamente a dormir, trabajar y ver la tele.
Este estilo de vida lo lleva desde antes de la pandemia.
Entonces mi pregunta es: mi amigo, D., ¿podría estar sufriendo depresión u otro tipo de trastorno (aunque él diga que no padece depresión) o es totalmente normal su estilo de vida y que lleve esta rutina de ermitaño desde hace años?
Muchas gracias de antemano por la respuesta y saludos!