Los cuidados de larga duración se refieren al apoyo que algunas personas requieren por un período extendido de tiempo o de forma permanente para realizar actividades cotidianas de manera autónoma. Esta tarea ha sido asumida tradicionalmente por las familias como primera red de apoyo de las personas y especialmente por las mujeres que han tomado prominentemente la tarea del cuidado familiar no remunerado. Este desbalance en el ejercicio del cuidado es todavía más amplio si se considera que también aplica al cuidado de niños y niñas.
Por qué hablar de cuidados
Es un hecho que el cuidado familiar resulta insuficiente. Primero porque hay menos personas disponibles para asumir la tarea del cuidado. Segundo, porque producto de la longevidad que marca la transición demográfica de muchos países, cada vez hay más personas dependientes a causa de las enfermedades o discapacidades que se presentan en la vejez. La consecuencia de estos cambios es evidente: los hogares necesitarán cada vez más apoyo para asumir la tarea de cuidar a sus familiares con dependencia. Para esto, se requieren diversos servicios, desde los que contribuyen a prevenir o retardar la dependencia –como son las políticas de envejecimiento saludable, hasta los de asistencia intensiva a las personas con mayor necesidad de ayuda por la severidad de su condición.
Algunos de estos servicios mencionados son ofrecidos en centros diurnos o residencias de larga estancia, y muchos otros están destinados a facilitar la permanencia de las personas en sus propios hogares por el mayor tiempo posible, que es en general lo que prefieren las personas. El abanico se amplía si se añaden ayudas económicas y beneficios para las personas cuidadoras, como los servicios de respiro y otras alternativas de apoyo que toman en cuenta la salud y el bienestar del familiar que provee el cuidado.
Una ruta en desarrollo en la región
Éste no es un tema nuevo, pero, conforme avanza el envejecimiento poblacional y se reconocen las inequidades de género en los cuidados, ha tomado fuerza recientemente. A distintos ritmos y con diversos énfasis, los países de la región de América Latina y el Caribe se aventuran en la construcción de este nuevo componente de la protección social. Uruguay se abría paso en este campo en 2008 con los primeros diálogos ciudadanos para la formulación de un plan nacional que vería la luz en 2015, año en comenzó la preparación del primer préstamo del Banco para apoyar la construcción que hoy se traduce en un sistema de cuidados, que es referencia regional.
En 2017 como organismo multilateral de desarrollo advertíamos sobre el progresivo aumento de la demanda por servicios de cuidado en esta región y alertábamos sobre la importancia de invertir en la creación de oferta para la atención de la dependencia cuando los cuidados de larga duración no parecían ser prioridad.
En 2018 la mirada se ampliaba a los países de ingresos medios y altos que comenzaron antes con el desarrollo de este tipo de políticas buscando lecciones relevantes a partir de la experiencia internacional. Los hallazgos eran claros: no bastaba con crear programas, era necesario diseñar sistemas formales de cuidados para lo cual era necesario resolver 4 claves: quiénes serán sus beneficiarios, qué servicios y beneficios se van a entregar, cómo se asegurará que los servicios sean de calidad y cuál será la estrategia para el financiamiento sostenible de la oferta.
Ese mismo año, con el propósito de promover la implementación de servicios de cuidados de largo plazo para personas mayores dependientes, el BID creó el Panorama de Envejecimiento y Atención a la Dependencia, espacio de conocimiento diseñado para promover buenas prácticas y trazar ruta de implementación para los países. En 2019, nuestro Diálogo Regional de Políticas, que contó con la participación de 120 representantes de 20 países de la región, se centró en los pilares para la construcción de sistemas de cuidados. Ya en 2020, de la mano de la Agencia Francesa de Desarrollo y el Programa EuroSocial creó también la Red Cuidar+, comunidad de aprendizaje que favorece el acceso a recursos expertos y el intercambio entre países.
Cada vez son más los países que se suman a este inventario de logros en la conformación de sistemas de cuidados de larga duración. Por mencionar algunos, basta pensar en Costa Rica que a su Política Nacional de Cuidados suma ahora una robusta ley que brinda estructura y dota de mandato al Sistema Nacional de Cuidados y Apoyos. Mientras el estado nacional de Colombia avanza en la construcción de un sistema de valoración de la dependencia y construye su sistema de cuidados en el marco del nuevo Ministerio de Igualdad y Equidad, gobiernos locales como el de Bogotá y su Sistema Distrital de Cuidado movilizan esfuerzos por apoyar las tareas del cuidado familiar feminizado. República Dominicana, por su parte, ha incorporado a su red de protección social un nuevo componente de cuidados y se atreve con la conformación de una red local de personas cuidadoras bajo un esquema comunitarios y cooperativista que explora las oportunidades que ofrece la economía del cuidado.
Una tarea de larga duración
Llevamos años hablando de construir sistemas integrales de cuidados. Y lo seguiremos haciendo. ¿Por qué? En la reciente publicación sobre Envejecer en América Latina y el Caribe, destacamos que si bien mostramos que la calidad de vida de las personas mayores ha mejorado considerablemente en las dos últimas décadas, pero aún existen notables diferencias entre países y al interior de ellos. No envejecemos con la misma salud, no tenemos acceso a la misma protección y no todos tienen quien les cuide. Los servicios públicos de atención a la dependencia en América Latina y el Caribe suelen tener una cobertura y una calidad bajas, y la mayor parte del cuidado sigue siendo familiar, femenino y no remunerado.
Volvamos a los números: al menos 1 de cada 10 personas mayores de 60 años y prácticamente 3 de cada 10 de las de 80 o más años no pueden llevar a cabo de manera independiente al menos una actividad básica de la vida diaria, como bañarse, comer, o acostarse y levantarse de la cama. En menos de 3 décadas, la demanda de servicios de atención a la dependencia superará al triple de la actual. Hoy, alrededor del 80% de los cuidados los brindan mujeres familiares, de manera no remunerado y con limitadas herramientas en materia de formación.
La región necesita actuar para afrontar el reto del envejecimiento poblacional con una perspectiva integral y ambiciosa. La promulgación de marcos normativos y legales son necesarios, pero no son suficientes para construir un sistema de cuidados. Se requiere además una acción decidida por asegurar el financiamiento de servicios que son claves para atender la dependencia, una fuerte coordinación interinstitucional para estructurar operativamente un diseño de servicios centrado en las personas, reconociendo las diversidades y especiales vulnerabilidades que enfrentan algunos grupos poblacionales. Y, una visión que incorpore transversalmente estándares de servicio que aseguren la calidad de las prestaciones.
La ruta es larga. Pero el llamado a actuar es ahora.
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