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Por Elizabeth Bastias Butler.
Wachay es una palabra clave para las comunidades de mujeres indígenas en la región ya que significa “parto” en quechua. Es clave porque estas mujeres son más vulnerables a fallecer debido a complicaciones durante el embarazo o el parto. A pesar de que la mortalidad materna ha disminuido un 40% en los últimos años en la región gracias a una mejor cobertura de salud en general, las mujeres indígenas no necesariamente se han visto beneficiadas por los avances.
Por ejemplo, en Puno, una localidad habitada principalmente por indígenas aimara y quechua en Perú, el índice de mortalidad materna aumentó un 45% en 2011. Y en Guatemala y Nicaragua solamente un puñado de mujeres indígenas, 30% y 57% respectivamente, recibieron atención médica calificada, en comparación al 70% y 81% de mujeres no indígenas.
Frente a este panorama, han surgido modelos de salud integrales, creativos e innovadores que, empoderando a las mujeres e involucrando a la comunidad, están luchando, precisamente, para combatir esos patrones de inequidad. Es el caso de ciertos municipios en Honduras y Nicaragua, y de métodos innovadores y costo-eficientes que pueden aplicarse ante las emergencias de hemorragias durante el parto.
Desafíos culturales y de los servicios
Las iniciativas comunitarias son importantes, pero no pueden resolverlo todo. Perdura una multitud de barreras al acceso de la atención materno-infantil, incluyendo distancias y ubicaciones poco accesibles de los centros de salud, costos elevados, desconfianza sobre la calidad de servicios, miedos y estereotipos respecto a prácticas médicas poco conocidas o las diferencias lingüísticas y culturales. Para las mujeres indígenas, que tienden a vivir en zonas remotas, con limitados recursos financieros y que en ocasiones sufren violencia durante el embarazo, el problema se agrava.
Por ello, muchas de ellas hoy optan por el parto en casa, que les ofrece el apoyo psicosocial de quienes las hacen sentir seguras y confiadas, como la familia y la comunidad. En algunas comunidades indígenas, incluso, es común que la pareja esté presente en el alumbramiento y, de hecho, su exclusión de la sala de partos puede generar ansiedad en algunas mujeres.
Otro problema radica en la diferencia entre las prácticas y procedimientos de los partos institucionalizados y las costumbres y preferencias en las comunidades indígenas. Por ejemplo, el “parto vertical”, que es precisamente lo que su nombre sugiere, es común entre las parturientas de muchas de estas comunidades porque permite que la cabeza del bebé salga con mayor facilidad y está asociado con menos dolores, menos episiotomías, menos cesáreas y menor sufrimiento fetal. Pero este método no es el convencional en los hospitales y centros de salud, donde, además, las barreras del lenguaje y la falta de competencia intercultural genera mayor recelo y desconfianza.
Respuestas creativas que empoderan
Ya hemos hablado de estrategias novedosas para empoderar a las madres a tener embarazos saludables que conduzcan a partos más seguros, así como para mejorar la cobertura y calidad de la atención materno-infantil de las mujeres indígenas en América Latina y el Caribe. Una de las claves para que estas iniciativas funcionen es incorporar modelos de salud interculturales que combinen profesionalismo en las prácticas médicas para la atención prenatal y durante el parto con adaptaciones culturales de lenguaje, de procedimientos y de creencias.
Volviendo a los Andes del Perú, varios centros de salud hoy ofrecen atención en español o en quechua y han flexibilizado sus prácticas para permitir que las mujeres elijan su postura para dar a luz. Asimismo, han trabajado para crear ambientes que aumenten la confianza y bienestar de las madres durante el trabajo de parto, permitiendo que un ser querido permanezca a su lado en el proceso e inclusive ofreciendo el té de mate, una infusión de hierbas que proviene de una tradición muy extendida, tras el alumbramiento.
Las demandas sociales de la comunidad han logrado así, una victoria para integrar adaptaciones culturales a los procedimientos del parto. En países como Guatemala, donde las parteras tienen una posición “sagrada” en el imaginario de las comunidades indígenas, los sistemas de salud ya las están tomando en cuenta para promover su educación y capacitación en cuestiones de salud materno-infantil. En Panamá han ido aún más allá, formando personal comunitario de salud expresamente para el cuidado pre y posnatal, la planificación familiar, la detección de signos de embarazos de alto riesgo, la información en derechos reproductivos y la promoción de la importancia de una atención cualificada del parto.
Es fundamental extraer conclusiones de los programas de salud materna que están siendo operativos en los países con comunidades indígenas importantes para seguir diseñando modelos de salud interculturales. De la consulta previa de estos grupos étnicos y de la inclusión de sus necesidades y deseos dependerá su efectividad. Reflejar el respeto y el conocimiento de sus culturas permitirá acercar en mayor medida a estas mujeres a los servicios de salud, un paso más, aunque no el único, para seguir combatiendo la mortalidad entre las madres indígenas.
¿Qué iniciativas existen en tu país para combatir la mortalidad materna entre las comunidades indígenas? ¿Qué soluciones innovadoras propondrías? Cuéntanos en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Elizabeth Bastias Butler es consultora en salud para la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.
Foto: Rodrigo Alvarez
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