Después de 20 años, 8 libros, 7 películas, 1 obra de teatro y más de 300 otros productos oficialmente autorizados, el valor generado por la marca Harry Potter ha sido estimado en más de 25 mil millones de dólares (y sigue sumando). Este monto, que equivale al PIB de un país como El Salvador, es solo uno de los muchos ejemplos del potencial económico de las actividades basadas en la creatividad, actividades conocidas como “economía creativa” o “economía naranja”.
En el 2014, la industria creativa de Reino Unido, país a la vanguardia en el área, generó 84 mil millones de libras en un contexto de bajo crecimiento de la economía, que corresponden el 5,2% del PIB y al 5,8% del empleo total.
Este fenómeno no se limita a los países más desarrollados. También en cada uno de los países de América Latina y el Caribe podemos encontrar casos de éxito. Por ejemplo, se estima que cada capítulo de El Chavo del Ocho fue visto en promedio por más de 110 millones de personas. Este popular programa de televisión no solo marcó la infancia de muchos en la región, sino que también generó ganancias alrededor de 1,7 mil millones de dólares según la revista Forbes.
La economía creativa abarca un conglomerado de actividades donde la creatividad es el elemento fundamental y donde el valor generado puede ser protegido bajo los derechos de propiedad intelectual. Este concepto incluye tanto sectores enteros, tales como la industria editorial o audiovisual, así como actividades creativas en sectores tradicionales, como el diseño de productos o la mercadotecnia.
Innovación y economía creativa
A pesar de los beneficios potenciales de la economía creativa, este sector tiene un papel muy limitado dentro de las estrategias de desarrollo económico en países emergentes, como es el caso de América Latina y el Caribe. Y es todavía raro que este fenómeno sea asociado con las dinámicas de innovación de la economía.
La innovación es vista tradicionalmente en conjunto con las actividades de ciencia y tecnología. Si imaginamos una empresa innovadora, probablemente pensamos en científicos llevando a cabo experimentos, ingenieros construyendo prototipos en laboratorios o programadores informáticos en frente de sus computadoras. Difícilmente la asociamos con un fotógrafo, director de cine o diseñador de moda. Sin embargo, si reflexionamos con un poco más de detenimiento sobre cuáles son los elementos fundamentales del concepto de innovación, quizás la distancia entre la innovación y la economía creativa no es tan grande como parece a primera vista.
La innovación está caracterizada por dos elementos principales: es novedosa y genera valor. Ahora bien, la actividad creativa no solo es novedosa por naturaleza, sino que también genera un valor muy alto para los que disfrutan sus productos. La única diferencia es que la generación de valor no se da por una mejora funcional, como en el caso de la innovación tradicional, sino debido a una mejora estética o a una nueva experiencia para el usuario. Este concepto se conoce en la literatura como innovación blanda.
Por ejemplo, en muchos casos la diferencia entre los modelos de automóviles de un año y otro no se debe a mejoras tan amplias en las prestaciones técnicas, sino más bien a cambios en su diseño. Y son justamente estos cambios los que pueden determinar el éxito o no en el mercado, y en consecuencia su precio. Es por ello que las grandes empresas automovilísticas invierten sumas importantes de dinero en actividades creativas como parte de su modelo de negocio.
Aún más, la relación de las actividades creativas con la innovación no se limita al concepto de innovación blanda. De hecho, las actividades creativas requieren cada vez más el uso de tecnologías de punta, sobre todo digitales. Es claro, por ejemplo, que las películas de Harry Potter no serían tan atractivas sin los efectos especiales que las hacen siempre más realistas. Estas nuevas tecnologías, inicialmente desarrolladas para la industria creativa, frecuentemente encuentran aplicaciones en otros sectores, empujando el desempeño innovador de toda la economía.
La industria del cine utiliza tecnologías de punta para la creación de efectos especiales. Muchas de estas tecnologías tienen aplicaciones en medicina, ingeniería y arquitectura. Imagen: Película “El planeta de los simios”
Políticas públicas para una región creativa
Finalmente, la economía naranja comparte con la innovación muchas de las fallas de mercado que dificultan su desarrollo y que hacen necesaria alguna forma de apoyo público. Por ejemplo, no es fácil apropiarse de los beneficios económicos de estas actividades porque el producto creativo se puede copiar o reproducir fácilmente. Igualmente, el carácter intangible de los productos creativos puede generar asimetrías informativas y dificultar el acceso a financiamiento en este sector.
En presencia de estas fallas de mercado, la oferta de bienes y servicios creativos será menor de lo que es socialmente deseable, justificando así el apoyo público al sector. Este apoyo puede darse a través de la provisión de bienes públicos, tales como infraestructura cultural (teatros, museos, etc.), mejores regulaciones sobre derechos de propiedad intelectual, o inversión en capital humano para la industria creativa. Igualmente, el sector público puede implementar políticas públicas que generen los incentivos adecuados para el surgimiento y el desarrollo de las actividades creativas, por ejemplo a través de incentivos fiscales o de mecanismos de estímulo al consumo.
Como nos enseñó Harry Potter, la economía creativa es un hechizo muy efectivo para generar valor, empleo e innovación, estimulando un desarrollo económico firme y sustentable.
Sin embargo, así como Potter necesita de su varita para que sus hechizos funcionen, la economía creativa necesita de muchos ingredientes para desplegar toda su magia: talento, tecnología, investigación, regulación, entre otros. El apoyo público es un elemento clave para conseguir estos ingredientes. El reto de la región es juntar estos elementos para así hacer realidad el poderoso hechizo naranja.
Hernando Hurtado Vargas dice
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