Los bancos centrales en América Latina y el Caribe han sido, sin duda alguna, parte de la solución a nuestra crisis actual. Sus rápidas y eficaces reacciones han sido posibles gracias a la credibilidad que se han ganado a pulso en los últimos años. Detrás de esos logros está la autonomía que se les ha delegado para formular y aplicar la política monetaria con el fin de alcanzar su objetivo principal de mantener la estabilidad de los precios y, en varios casos, el objetivo adicional de preservar la estabilidad financiera.
Los bancos centrales estuvieron a la altura de los desafíos, sin precedentes, de la crisis de la COVID-19, inyectando agresivamente liquidez en sus economías y manteniendo las tasas de inflación bajo control. Estas políticas solo pueden sostenerse si los bancos centrales son percibidos como autónomos y si hay confianza en que podrán defender sus objetivos. La independencia política que conduce a una mayor autonomía de los bancos centrales se asocia con menores tasas de inflación y estabilidad financiera.
Tratar de quitarles la autonomía a los bancos centrales o forzarlos a asumir otros objetivos no es un camino sensato. Tanto la estabilidad de precios como la estabilidad financiera son objetivos clave en los que los bancos centrales deben centrarse plenamente. Estos objetivos contribuyen a evitar pérdidas en el poder adquisitivo y a tomar mejores decisiones de consumo e inversión, contribuyendo a la estabilidad económica y protegiendo principalmente a las familias y empresas de menores ingresos. Incluir otros objetivos, como la competitividad o el empleo, que se logran mejor a través de otras políticas y son difíciles de medir en términos de eficacia, podría dar lugar a incoherencias y mermar la credibilidad en relación con la consecución de los objetivos fundamentales. Por el contrario, debemos reforzar continuamente la responsabilidad, la transparencia y el gobierno corporativo de los bancos centrales.
En esta ocasión, debido a marcos monetarios relativamente sólidos, que incluyen tasas de inflación y sus expectativas bien ancladas, los bancos centrales, por una parte, redujeron las tasas de interés y las reservas obligatorias y, por la otra, compraron activos y emitieron pasivos ampliando sus balances. Esa expansión en Brasil, Chile y Perú ascendió a más del 10% del PIB, un esfuerzo enorme y cercano al de algunas economías avanzadas. Como resultado, la demanda de mayor liquidez se acomodó y el crédito aumentó en la mayoría de las economías de la región.
Los bancos centrales operan bajo marcos legales, que difieren entre los países de la región. Estas limitaciones son las que, en gran medida, explican el patrón y la composición de las inyecciones de liquidez en los distintos países, ya que algunos bancos centrales proporcionaron más liquidez a los bancos y otros a los Gobiernos.
Las limitaciones legales existen por buenas razones. En la década de 1980, algunos bancos centrales ampliaron masivamente la base monetaria (una parte de los pasivos de los bancos centrales) para financiar el gasto fiscal y contribuir a los rescates de los sectores financieros tras graves crisis bancarias. Eso generó una inflación alta y persistente. Dadas las costosas, pero finalmente exitosas, reformas de las décadas de 1990 y 2000, los bancos centrales de la mayoría de los países han logrado mantener tasas de inflación bajas y estables en los últimos años.
Habida cuenta de las recientes acciones de los bancos centrales, es natural preocuparse de que se puedan llegar a repetir esos tiempos oscuros. Hay varios escenarios posibles, y la forma en que se desarrolle la crisis sanitaria podría empujar las cosas hacia un lado o hacia otro.
Una posibilidad es que las tasas de vacunación aumenten rápidamente y los países sigan abriéndose para que las economías se recuperen al igual que los empleos perdidos, y el gasto de los hogares vuelva a acercarse a los niveles anteriores a la crisis. Sin embargo, es posible que la oferta de algunos productos siga siendo limitada, lo que podría hacer subir los precios. Esto ya ha ocurrido en algunos países y plantea un dilema para los bancos centrales. Si los incrementos de los precios son temporales, podría producirse un aumento en la tasa de inflación, muy probablemente de corta duración. Pero también existe el riesgo de que las expectativas de inflación se desanclen. Los bancos centrales de Brasil, Chile y México ya han aumentado la tasa de interés oficial buscando contener esta posible amenaza.
Resulta fundamental mantener la autonomía de los bancos centrales. Curiosamente, los bancos centrales suelen tener que hacer menos, entre mayor sea su credibilidad y su reputación de independencia. En el caso de los bancos centrales con gran credibilidad, el simple hecho de declarar sus objetivos y lo que harían en caso necesario puede ser suficiente para alcanzar los objetivos sin ninguna acción real. Pero si hay dudas sobre esa independencia, los bancos centrales podrían tener que subir más las tasas de interés oficiales para contener la inflación y eso podría perjudicar la recuperación económica.
Hay otros escenarios quizás más graves. Si la crisis sanitaria continúa debido a la lentitud en las tasas de vacunación, y surgen nuevas mutaciones más contagiosas y peligrosas, la recuperación económica podría retrasarse aún más. En ese caso, podría ser necesario continuar con un gasto fiscal excepcional justo cuando las tasas de interés internacionales empiecen a subir y el acceso al financiamiento se encarezca o incluso se agote. En estas circunstancias, los bancos centrales pueden verse presionados para encontrar formas creativas de financiar el gasto fiscal. Sus estatutos y su autonomía podrían verse amenazados. La persistencia del financiamiento monetario podría socavar las reformas de los últimos años y generar las condiciones para una inflación mayor y más persistente. Un objetivo a corto plazo de financiamiento del gasto adicional podría ir acompañado de consecuencias más duraderas y costosas para la estabilidad económica en el futuro.
En los últimos años, los bancos centrales de la región se han vuelto más independientes y transparentes, y han mejorado a la hora de comunicar las decisiones políticas. A raíz de ello se ha logrado estabilidad en los sistemas financieros y la inflación se ha mantenido baja y estable. Estos valiosos logros conseguidos con gran dificultad, así como los valerosos esfuerzos de lucha contra los efectos de la pandemia, deberían ser protegidos. La autonomía de los bancos centrales debe considerarse una prioridad clave para permitir una recuperación económica inclusiva y sostenible.
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