Cuando pensamos en nuestra salud personal, tendemos a centrarnos en cosas como dejar el cigarrillo y las bebidas alcohólicas, así como de asegurarnos de mantener buenos hábitos de higiene y limpieza. La contaminación atmosférica no encabeza esta lista, pero se debe incluir en ella. Constituye el mayor riesgo externo para la salud, reduciendo la esperanza de vida en un promedio mundial de 2,3 años, según el Índice de Calidad del Aire 2023 de la Universidad de Chicago
Más del 96% de la población de América Latina está expuesta a partículas finas de 2,5 micrómetros (PM 2,5), lo que, según el Índice, supera las directrices de la Organización Mundial de la Salud. Las PM 2,5 proceden de fuentes comunes como automóviles, fábricas e incendios forestales, y contribuyen a todo tipo de enfermedades, desde infecciones respiratorias y problemas cardíacos hasta cáncer. Pero hay algunos focos de esta contaminación inhalable que son peores que otros. Por ejemplo, en Mixco, Guatemala, donde la contaminación atmosférica es aproximadamente 10 veces superior al límite sugerido por la Organización Mundial de la Salud, los residentes pierden 4,4 años de vida a causa de la contaminación atmosférica, mientras que, según el Índice, esa cifra es de 3,1 años en Cercado, Bolivia y de 2,5 años en Porto Velho, Brasil.
El efecto de la informalidad laboral
Como era de esperar, los pobres suelen ser los más afectados por la contaminación PM 2,5. Según se revela en un estudio del BID llevado a cabo en 2022, los trabajadores del sector informal, que suelen trabajar para pequeñas empresas no registradas, en general trabajan un 20% más que los trabajadores formales de las empresas establecidas en esos días de calidad del aire peligrosa en Ciudad de México. Las admisiones hospitalarias recientes por enfermedades respiratorias en la ciudad se han visto impulsadas por aquellos municipios con grandes porcentajes de trabajadores informales. Y lo peor es que los trabajadores del sector informal a menudo carecen de flexibilidad en sus horarios de trabajo y de acceso a licencias por enfermedad, con menos oportunidades de recuperar los días que no pueden trabajar debido a la fuerte contaminación o a enfermedades relacionadas con ella. Esto agrava las desigualdades de ingresos y alimenta la desesperación causada por el aire sucio. Cerca del 95% de los encuestados en un sondeo realizado en 2019 entre unos 2.000 hogares de barrios de bajos ingresos en Ciudad de México afirmó que la contaminación atmosférica representaba un “problema” o un “gran problema”.
Ese tipo de dilemas exigen soluciones. Pero la falta de confianza constituye un obstáculo importante. La cifra de personas que confía en su gobierno en América Latina y el Caribe es menos de una de cada tres, uno de los niveles más bajos del mundo. En la práctica, esto significa que pese a que muchos habitantes de la región saben que la contaminación atmosférica es perjudicial, es posible que, por un lado, no confíen en que su gobierno tenga la capacidad y el compromiso necesarios para implementar soluciones eficaces a largo plazo y, por el otro, que no respalden las iniciativas impulsadas por su gobierno, aunque estén bien concebidas.
Contaminación atmosférica y confianza
Exploramos la relación entre la confianza y la demanda de políticas públicas en Ciudad de México a partir de los datos de una encuesta realizada entre junio y agosto de 2019. En concreto, preguntamos a los encuestados si i) apoyarían un impuesto adicional para mejorar la calidad del aire ii) si preferían que el gobierno controlara y conservara los ingresos de las tasas por contaminación o que estos se distribuyeran entre los ciudadanos y iii) si preferían que el gasto público se destinara a bienes privados o a bienes públicos medioambientales (es decir, si el dinero debe gastarse en bienes públicos que beneficien a toda la población o en bienes privados que mitiguen el impacto sobre los habitantes más directamente afectados).
También les preguntamos acerca de sus niveles de confianza sobre distintos aspectos, y los resultados mostraron poca confianza en sus instituciones y figuras políticas, incluidos el presidente y los partidos políticos, y una confianza relativamente alta en sus familias y sus amigos.
Tres de cada cuatro participantes estarían dispuestos a pagar un impuesto adicional de 100 pesos para evitar contingencias (emergencias medioambientales creadas por días de alta contaminación), lo que ilustra la gravedad del problema para los ciudadanos. Al mismo tiempo, el nivel de apoyo se correlacionó con la confianza en el gobierno, incluido el presidente de turno.
Aquellos que más confían en el gobierno desean que este tenga un mayor control sobre los ingresos derivados de la regulación de la contaminación. Pero, en general, los participantes prefirieron asignar los ingresos procedentes del control de la contaminación a los ciudadanos y no al gobierno. También se inclinaron por utilizar los ingresos para proporcionar bienes públicos en lugar de privados. En respuesta a otra pregunta, menos de un tercio de los ciudadanos afirma que el gobierno local toma medidas eficaces para controlar la contaminación atmosférica.
Círculo virtuoso del buen gobierno
Esta desconfianza en los gobiernos no es un buen augurio para su capacidad de impulsar políticas que les otorguen un importante poder discrecional sobre el gasto, que exija altos niveles de competencia, que tenga costos significativos a corto plazo y que pueda tener efectos que no sean fácilmente observables. Y, sin embargo, los gobiernos no tienen más alternativa que actuar: cuando se trata de contaminación atmosférica, como lo revela el Índice de la Universidad de Chicago, es una cuestión de vida o muerte. Hay que crear un círculo virtuoso. Solo con inversiones más honestas y transparentes, servicios públicos de mejor calidad y respuestas más eficaces a las crisis y desastres puede crearse una dinámica en la que mejores políticas conduzcan a una mayor confianza y, en última instancia, a la demanda y al apoyo de una mayor acción por parte del gobierno.
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