Entre las recomendaciones de políticas que contiene el Informe Macroeconómico de 2016 del BID, Tiempo de decisiones, figura aumentar la integración comercial en la región; una meta de larga data que sigue siendo mayormente escurridiza.
Un observador casual podría preguntarse por qué importa esa meta. Aunque el proceso del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) no llegó a producir un acuerdo, a la región de América Latina y el Caribe le ha ido bien hasta hace relativamente poco, y básicamente se ha salvado de las peores consecuencias de la Gran Recesión.
Además, la Unión Europea—el intento de integración regional más famoso y de más altas aspiraciones a la fecha—ha venido experimentando grandes dificultades últimamente. Sus países miembros han manifestado abiertamente su desacuerdo en cuestiones importantes como política monetaria, política migratoria y la crisis de la deuda de Grecia. Incluso Gran Bretaña va a someter a referendo, este 23 de junio, el separarse totalmente de la Unión Europea, y en más de un puñado de países la ciudadanía está manifestando su descontento con lo que considera una excesiva intervención de Bruselas en sus asuntos económicos, políticos y culturales internos.
Estos acontecimientos a duras penas respaldan el argumento a favor de una mayor integración en otras regiones del mundo. Pero extrapolar las circunstancias actuales de Europa, altamente particulares, pasa por alto la distinta realidad de América Latina y el Caribe y los avances que todavía no ha logrado la región mediante una mayor coordinación de las iniciativas de sus países.
Hay que observar de entrada dos diferencias fundamentales. En primer lugar, muchas de las controversias actuales en la UE tienen que ver con la adopción del euro como la moneda común de la mayor parte de Europa Continental y la República de Irlanda. Pero la configuración de la base productiva de los países que usan el euro varía considerablemente de uno a otro y su unión monetaria coexiste incómodamente con políticas fiscales determinadas a nivel nacional. La teoría económica de zonas monetarias óptimas y el análisis de varios economistas contemporáneos hacen pensar que este arreglo dista de ser ideal y que incluso es inherentemente inestable.
Sin embargo, las propuestas de integración del Hemisferio Occidental, incluidas las recomendaciones de políticas contenidas en Tiempo de decisiones, sabiamente se abstienen de recomendar cambios en los sistemas monetarios. De hecho, el tema casi nunca se aborda. Esta omisión tiene absoluto sentido en una región cuyas economías difieren grandemente en su tamaño, base productiva y la composición y el volumen de sus importaciones y exportaciones, y cuyos países difieren considerablemente en cuanto a su cultura política y la capacidad del estado. De hecho, abstenerse de una prescripción específica en esta área también tiene sentido en una era en la que la economía del desarrollo se ha apartado del enfoque de “talla única”. Por el contrario, las propuestas tienen que ver con medidas menos generalizadas pero más comprobadas, como reducir las barreras arancelarias y paraarancelarias, y mejorar la infraestructura a nivel regional y subregional, en vez de a nivel estrictamente nacional.
Una segunda y más tangible diferencia entre la experiencia de la UE y la de América Latina y el Caribe tiene que ver con la inmigración. Aunque el libre movimiento de trabajadores dentro de la UE anteriormente ha llevado al descontento en ciertas áreas, Europa debe atender el mayor movimiento de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Esos refugiados provienen de fuera de Europa, especialmente de países del Medio Oriente y África arrasados por guerras y arruinados, y los países miembros de la UE están claramente divididos en cuanto a cómo y dónde ubicarlos, y en cuanto a si darles entrada o no.
La región de América Latina y el Caribe no tiene ante sí una situación comparable. Por contraste con los Siglos XIX y XX, actualmente los movimientos migratorios ocurren abrumadoramente en el interior de la región, en vez de provenir de países externos. Los trabajadores y sus familias a menudo emigran a países vecinos y frecuentemente regresan a sus países de origen cuando cambian las condiciones bien sea en ellos o en sus países anfitriones. Más aún, sus movimientos generalmente siguen las tendencias económicas más que la necesidad inmediata de escapar de una zona bélica. Fuera de las condiciones actuales, la ubicación de la región entre dos océanos prácticamente descarta una afluencia repentina y multitudinaria de refugiados, de manera que los responsables de políticas y los ciudadanos no van a tener que habérselas con un predicamento como el de Europa.
Estas diferencias cruciales significan que las iniciativas de integración en América Latina y el Caribe no se deben ver desalentadas en vista de los problemas actuales y altamente específicos de la UE. En la segunda parte de este blog se tratarán otras diferencias con Europa—y los Estados Unidos—así como algunas de las características únicas de la región.
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