* por Jennelle Thompson
Cuando estaba en la escuela ansiaba que fueran las tres de la tarde para que sonara el timbre y se acabara el día. Para mí, un día de 6 horas, ¡era más que suficiente! Por lo tanto, no me sorprende que, en Inglaterra, la propuesta de extender el día escolar de 9 a 10 horas y reducir el tiempo de vacaciones de 13 a 7 semanas haya generado tanta controversia. Los posibles beneficios de esta medida son numerosos: desde la mejora del aprendizaje hasta una mayor participación de la mano de obra femenina y disminución de la criminalidad. Los defensores de la medida argumentan que ofrecerá a los niños el equivalente a un extra de siete años de educación obligatoria, lo cual es una cifra impresionante. Aquellos en contra de la política, aseguran que los niños necesitan descansar para aprender, que los maestros ya trabajan muchas horas y que más tiempo en el aula no necesariamente se traduce en más aprendizajes. Pero, ¿será que la idea de escolaridad extendida está en boga únicamente en Europa y Estados Unidos?
Ciertamente, los días escolares largos son también muy comunes en varios países asiáticos, donde los resultados del aprendizaje son altos. Sin embargo, en América Latina, muchos también han experimentado con la llamada jornada extendida como parte de sus esfuerzos por mejorar la calidad de la educación. Hasta la fecha, los casos más emblemáticos son: Argentina, Brasil, Chile, México y Uruguay. No obstante, otros países también están avanzando en esta dirección. De hecho, en la República Dominicana donde trabajo actualmente el gobierno ha establecido el ambicioso objetivo de que el 80% de las escuelas públicas del país cuenten con una jornada escolar extendida de 8 horas en 2016 y el Banco está prestando apoyo para lograrlo (Enlace 1).
¿Podrán los estudiantes prosperar si están más tiempo en las aulas? Los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) muestran que más tiempo de clase a la semana tiene efectos positivos, especialmente en los niños que vienen de las zonas más vulnerables. Además, los países con los mejores resultados tienen políticas para el tiempo de instrucción ampliada para los más desfavorecidos. Sin embargo, frecuentemente, la implementación es clave para el éxito. Al hacer que los estudiantes permanezcan en la escuela más tiempo es una solución simple, pero arriesgada porque, si se implementa mal, los efectos pueden ser opuestos a los deseados. Los estudiantes se pueden agotar, perder el interés o, peor aún, desertar.
En América Latina, el tiempo será el mejor juez de si la escolaridad extendida mejora los resultados del aprendizaje. No obstante, en los países que participan, además de días más largos, la extensión de la jornada escolar debe ser considerada una oportunidad para mejorar las prácticas de enseñanza, transformar el ambiente de la escuela para convertirlo para que gire en torno a los aprendizajes de los estudiantes, y crear oportunidades más estimulantes y desafiantes para ellos. Si esto ocurre, es definitivamente un paso en la dirección correcta.
* Jennelle Thompson es Especialista en Educación asignado a la Representación del Banco Interamericano de Desarrollo en la República Dominicana.
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