Por un momento, imagínate ser una adolescente de 15 años. Asistes a una escuela en donde algunos de tus compañeros forman parte de pandillas y has escuchado que uno de ellos violentó a una compañera en el baño de la escuela. Por otra parte, en tu casa, tus papás pelean constantemente, y en ocasiones tu padre golpea a tu mamá. Ha pasado un año desde que tu escuela cerró sus puertas debido a la pandemia y tus profesores te han dicho que debes continuar estudiando desde casa, pero no tienes ni computadora ni internet, así que usas tu celular y le pides internet prestado a tu vecino. Sin embargo, mientras tratas de estudiar, oyes constantemente los gritos de tus papás, y además debes de salir a trabajar para apoyar a tu familia. Te sientes ansiosa y frustrada y piensas que, por más que lo intentas, es muy difícil concentrarte. Te encantaría poder vivir en un ambiente tranquilo y por eso en muchas ocasiones has pensado en irte de la casa y migrar.
Desafortunadamente, esta historia no es producto de la imaginación, sino el relato real de Andrea, una de muchos otros jóvenes y adolescentes en Honduras, uno de los países más violentos en Latinoamérica y el Caribe. De acuerdo con InSight Crime en el 2020 se registraron 37.6 homicidios por cada 100 mil habitantes en este país, lo que se encuentra muy por encima del promedio mundial de 6 por cada 100 mil habitantes. Esta violencia alcanza los centros educativos y ha provocado que los golpes, peleas, acoso y la presencia de maras sean algo cotidiano. De hecho, datos de UNICEF señalan que el 45% de los estudiantes hondureños han sufrido violencia más de una vez en su escuela.
Los efectos de la violencia dentro y fuera de la escuela en la vida de nuestra estudiante no deben pasar desapercibidos. Por eso, desde el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), decidimos investigar los efectos de la violencia escolar en el cerebro adolescente de 117 estudiantes de entre 14 y 17 años, quienes, previo a la pandemia, asistían a distintos centros educativos, dentro de los cuales algunos se clasificaron como de alta exposición a la violencia (AEV) y otros de baja exposición a la violencia (BEV).
El Cerebro Adolescente Expuesto a la Violencia Escolar es un estudio neurocientífico que intenta determinar la correlación entre la exposición a la violencia y la fisiología de los estudiantes; la estructura del cerebro; las funciones cognitivas y los aprendizajes. En primera instancia, el estudio demostró que más de un 95% de los jóvenes de la muestra ha sufrido algún tipo de victimización, y más del 55% ha sufrido dos o más tipos de victimización como abuso físico, hostigamiento, violencia familiar, victimización sexual o violencia en la comunidad.
Los hallazgos del estudio sobre el cerebro adolescente y violencia escolar son reveladores:
- Los estudiantes que asistían a centros educativos con AEV mostraron en promedio una mayor concentración de cortisol (conocida como la hormona del estrés) en el cabello, que los que asistían a centros con BEV. Asimismo, los estudiantes con altos niveles de victimización consistentemente tenían niveles de cortisol más altos comparados a los estudiantes con bajos niveles de victimización.
- A partir de un análisis de neuroimágenes de los estudiantes, se detectaron diferencias en la estructura de los cerebros de los jóvenes con AEV en comparación con aquellos con BEV.
- Al aplicar pruebas neuropsicológicas para analizar las funciones de memoria, funciones ejecutivas, atención, percepción y procesamiento lingüístico, los jóvenes con AEV presentaron puntuaciones desfavorables en casi todas las áreas, en comparación con los jóvenes con BEV. En los jóvenes con BEV, se observó una mejor capacidad de retención y almacenamiento de información para poder transformarla y crear nuevo conocimiento, así como en otras funciones necesarias en las estrategias de resolución de problemas.
- En pruebas estandarizadas de español y matemáticas, los resultados muestran que los estudiantes con AEV obtuvieron puntajes más bajos que los estudiantes con BEV.
La acción, por lo tanto, es urgente, dado que los jóvenes que crecen y estudian en estas condiciones están en mayor riesgo de ser excluidos del sistema educativo.
¿Qué podemos hacer respecto a la violencia escolar?
La mejor intervención siempre será la prevención de violencia y la generación de las condiciones socioeconómicas para que los jóvenes desarrollen su potencial de manera segura. En este sentido, el centro educativo puede ser un factor protector que propicie entornos seguros de aprendizaje. Para los jóvenes como Andrea que no cuentan con seguridad en sus hogares, la conexión con la escuela es aún más relevante, lo cual que debe ser tomado muy en cuenta en el marco de la reapertura de los centros educativos. Las estrategias innovadoras y costo-efectivas para ayudar a los jóvenes, docentes y sus familias a manejar el estrés y sus consecuencias también son prometedoras. Entre estas se encuentran las técnicas cognitivo-conductuales, y de manejo socioemocional, que puedan ser aplicadas en el aula; los espacios de esparcimiento a través del arte y el deporte, así como las técnicas de relajación y mindfulness que ayudan a disminuir los niveles de estrés.
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Los invitamos a conocer este estudio sobre violencia escolar, pero sobre todo a reflexionar y seguir investigando sobre cómo brindar espacios seguros a nuestros jóvenes para desarrollar #habilidades21.
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