¿Pueden las tecnologías contribuir a mejorar la calidad de la educación? Esta es la pregunta que nos guió en el Banco Interamericano de Desarrollo para trabajar en un informe que describiera el conocimiento disponible de evaluaciones y experiencias en el mundo. (Escuelas y Computadores: por qué los gobiernos deben hacer su tarea, Berlinski, Busso, Cristia y Severin. BID, 2011)
Sin duda, la calidad de la educación es la tarea pendiente en todo nuestro continente, y la esperanza de que la incorporación de tecnología permita dar un salto hacia mejores resultados de aprendizaje ha conducido muchos proyectos e iniciativas. El informe describe cuál ha sido el esfuerzo particular de América Latina, comenzando con la habilitación de “Laboratorios de Computación” a comienzos de los 90, hasta el enorme crecimiento que hoy está teniendo la opción de entregar un computador a cada estudiante (modelos Uno a Uno).
El enfoque común en la región ha sido la de proponer las inversiones en tecnologías como un nuevo insumo del proceso educativo, instalando máquinas en las escuelas, capacitando básicamente a los docentes en las habilidades técnicas para su uso y disponiendo recursos educativos digitales a través de portales web.
El impacto de este camino ha sido más bien bajo, si uno se fija en los resultados en las pruebas de aprendizaje. El uso de tecnologías, en las evaluaciones y estudios disponibles, hasta ahora ha mostrado mejoras modestas en lenguaje, nulas en matemáticas. Por otro lado, ha mostrado avances importantes en manejo de tecnología, tanto de estudiantes como de maestros, así como progresos en habilidades de nivel superior, como pensamiento crítico o colaboración.
Sin embargo, persiste la pregunta acerca de si la educación puede contar con las tecnologías como aliadas para el salto cualitativo que todos esperamos. Sabemos que los cambios en educación requieren de plazos largos, y es probable que algunas de estas iniciativas, especialmente los modelos Uno a Uno, tengan poco tiempo de implementación, y por tanto no sepamos exactamente qué impactos están produciendo. También existe una pregunta relevante sobre qué tan bien estamos midiendo los impactos. La falta de adecuados instrumentos de medición para muchas de las habilidades que se supone deben apoyar las tecnologías y la falta de rigurosidad en la evaluación de las iniciativas han contribuido a la falta de claridad sobre el tema.
Probablemente, la mejor explicación de los modestos resultados esté precisamente en esta concepción de los computadores como un insumo más que se incorpora al ambiente escolar y del que se espera que mágicamente modifique los resultados educativos. Si no se consideran estas inversiones como parte de políticas integrales, si no se forma a los docentes (ni en la formación inicial ni en servicio) para hacer uso educativo de las oportunidades que las tecnologías ofrecen, si no se dispone de recursos educativos innovadores que cambien las prácticas educativas de docentes y estudiantes, si no se aprovechan las tecnologías para mejorar la comunicación y el involucramiento de las familias con la escuela, si no se aprovechan las nuevas plataformas para ofrecer caminos personalizados de aprendizaje a cada estudiante, respetando sus intereses y habilidades, la verdad es que yo no veo cómo puede alguien esperar que las tecnologías, por sí mismas, hagan una diferencia en el aprendizaje. Decía Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Hasta ahora, en la mayoría de los intentos revisados en nuestro informe, las tecnologías se han suministrado a la escuela como un “extra”, un “bonus track”, es decir, como un insumo aislado del resto de la estrategia pedagógica y educativa. Las escuelas, los docentes y los estudiantes, por tanto, han mantenido las mismas prácticas de siempre, ahora con computadores, pero sin cambios reales en la enseñanza y pocos en el aprendizaje.
La incorporación de tecnologías en la educación es una decisión económica relevante. A pesar de la paulatina reducción de los costos que tiene el equipamiento y la conectividad, representa aún un enorme peso para los países de América Latina, que en promedio invierten US$622 al año por estudiante. Considere que la inversión en laboratorios de computación implica sumar alrededor de 30 dólares anuales por alumno, y hacer un programa Uno a Uno serio y completo, significa un costo de al menos 150 dólares al año por estudiante.
De ahí que resulta fundamental un diseño riguroso de estas estrategias. El uso de tecnologías sigue representando una oportunidad clave para la calidad, además de un componente ineludible de la educación del siglo XXI. Aprender de las experiencias desarrolladas es clave y, sobre todo, entender que no se trata de una solución simple ni mágica. Si las tecnologías no forman parte de una estrategia sistémica de mejora, seguiremos esperando en vano que, simplemente poniendo computadores en las escuelas, niñas y niños se conviertan en ciudadanos de la sociedad del conocimiento.
David dice
http://isites.harvard.edu/fs/docs/icb.topic35305.files/Melo.pdf
Alvaro Bazan dice
Coincido con el mensaje de que el solo hecho de entregar computadoras (o acceso a ellas) no es suficiente, sin embargo no coincido con las “apresuradas” conclusiones del estudio, ya que pareciera que se está midiendo el uso de nuevas tecnologías con parámetros y paradigmas que probablemente sirven para medir la eficiencia del sistema educativo tradicional, pero están muy lejos de entender la complejidad de los impactos de programas como el de Uruguay, que rebasan el ámbito meramente educativo.
Parafraseando la nota: si pretendemos evaluar intervenciones educativas distintas, no usemos las mismas herramientas (o paradigmas) de medición 😉