Estrategias basadas en evidencia muestran cómo las escuelas en América Latina y el Caribe pueden reducir el acoso y la violencia creando entornos protectores
- Uno de cada tres menores ha sufrido violencia física o emocional en la escuela
- Prevenir la violencia desde la escuela consiste en crear entornos donde el clima, las relaciones y las habilidades de toda la comunidad actúen como factores protectores.
- El Desarrollo Positivo de la Juventud se sostiene en tres pilares: clima escolar seguro, desarrollo socioemocional y relaciones de apoyo.
“Es como si cogieras una vela y la vas apagando, la vas tapando; y cuando ya tapas la vela, se apaga la luz, que es como la luz del alma de una persona”. Así describe Salomé, una niña colombiana de 11 años, la experiencia de sufrir acoso escolar. Su testimonio forma parte de un experimento social en el que invitamos a niños y niñas de la región a reflexionar sobre situaciones de violencia que ocurren con frecuencia en las escuelas. Al final, todos llegaron a la misma conclusión: la violencia se aprende. La paz también.
Desafortunadamente, la experiencia de Salomé no es aislada. Uno de cada tres menores ha sufrido violencia física o emocional en la escuela. Los espacios que deberían ser refugios de aprendizaje y desarrollo se han convertido en lugares de miedo y exclusión para millones de niños y niñas de América Latina y el Caribe. El bullying, la discriminación y la violencia entre pares deterioran no solo el rendimiento académico, sino la salud mental y el sentido de pertenencia de toda una generación.
La violencia escolar no es inevitable. Desde el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), impulsamos un enfoque respaldado por evidencia que busca transformar a las escuelas en espacios protectores: lugares donde prevenir la violencia no se reduce a castigar conductas, sino a construir sistemáticamente climas de cuidado, desarrollar habilidades socioemocionales y fortalecer relaciones de confianza.
Un cambio de paradigma: de castigar a cuidar
El BID impulsa un enfoque integral para prevenir la violencia escolar que va más allá de protocolos disciplinarios y sanciones. Este modelo se asienta en una premisa poderosa: no se trata de cambiar quiénes son los jóvenes, sino de ampliar las oportunidades que tienen para prosperar.
Prevenir la violencia no consiste en aplicar medidas disciplinarias aisladas cuando algo ya ocurrió. Consiste en diseñar escuelas donde la violencia tenga menos probabilidad de ocurrir, porque el clima, las relaciones y las habilidades de toda la comunidad educativa actúan como factores protectores. En términos prácticos, consiste en pasar de expulsar a acompañar, de castigar a enseñar, de reaccionar a prevenir.
Este enfoque, conocido como Desarrollo Positivo de la Juventud (PYD por sus siglas en inglés), se sostiene en tres pilares fundamentales: clima escolar seguro, desarrollo socioemocional y relaciones de apoyo. Estos pilares se traducen en cinco componentes concretos y replicables que tienen el potencial de transformar la experiencia escolar de niños y niñas. A continuación, exploramos cómo cada uno opera en la práctica.
Cinco estrategias para transformar las escuelas en espacios libres de violencia
- Construir un clima escolar positivo
Sustituir el castigo y el control por una cultura de cuidado, respeto mutuo y normas compartidas.
Por qué importa: los estudiantes aprenden mejor cuando se sienten seguros emocionalmente. Un clima escolar positivo reduce la ansiedad, fortalece el sentido de pertenencia y crea las condiciones para que todos prosperen.
En la práctica: en lugar de expulsar a un estudiante que actúa con violencia, las escuelas implementan respuestas restaurativas donde se repara el daño causado y se construyen soluciones conjuntas. El conflicto se convierte en oportunidad de aprendizaje y el aula se transforma en un espacio donde la empatía, la cooperación y el respeto mutuo son normas compartidas que todos practican.
2. Fortalecer habilidades socioemocionales
Qué es: integrar el aprendizaje socioemocional en las rutinas escolares diarias, enseñando a los estudiantes autorregulación, resolución de conflictos y empatía.
Por qué importa: estas habilidades protegen contra la violencia y fortalecen el bienestar de toda la comunidad escolar. Un estudiante que sabe identificar y regular sus emociones tiene menos probabilidades de reaccionar con agresión ante la frustración. Puedes conocer más sobre la importancia de la educación socioemocional, aquí.
En la práctica: el programa Positive Action, desarrollado en Belice, integró lecciones diarias donde los estudiantes y sus familias practicaban habilidades de autorregulación, empatía y resolución pacífica de conflictos. Estas habilidades no se enseñaron como una materia aislada, sino que se integraron en las interacciones cotidianas del aula. Los resultados muestran que los estudiantes desarrollan mayor capacidad para regular sus emociones y actuar de manera prosocial, incluso en situaciones de tensión. El apoyo entre pares y la solidaridad se fortalecen como recursos protectores contra la agresión.
3. Cultivar relaciones de confianza
Capacitar a los docentes para actuar como adultos de confianza, no solo como figuras de autoridad, sino también utilizando la mentoría, los encuentros regulares y la escucha activa para identificar señales tempranas de angustia o bullying.
Por qué importa: muchos jóvenes que sufren o ejercen violencia no tienen un adulto de confianza a quien acudir. Un docente que escucha y acompaña puede ser la diferencia entre una crisis que escala y una situación que se resuelve antes de causar daño mayor.
En la práctica: las escuelas capacitan a docentes en habilidades de escucha activa y detección temprana de signos de vulnerabilidad: cambios bruscos de comportamiento, aislamiento, señales de angustia. El docente construye puentes con los estudiantes más vulnerables, dejando de ser solo una figura de autoridad para convertirse en un aliado para su desarrollo. Este acompañamiento permite intervenir antes de que las situaciones escalen.
4. Involucrar a familias y comunidad
Extender el trabajo de prevención más allá de las puertas de la escuela, incluyendo a padres y cuidadores a través de talleres, círculos de diálogo y colaboración con servicios sociales cuando se detectan riesgos graves.
Por qué importa: la prevención de la violencia no se detiene en la puerta de la escuela. Se necesita coherencia entre lo que se vive en casa, en el barrio y en el aula. Por ejemplo, en Jamaica, el BID ha apoyado un programa de PYD que integró a escuelas, familias y líderes comunitarios con estrategias compartidas para crear entornos protectores para la juventud.
En la práctica: las escuelas organizan talleres con familias sobre resolución pacífica de conflictos y crianza positiva, establecen espacios de diálogo entre padres y docentes, y coordinan con servicios sociales cuando hay situaciones de riesgo que requieren apoyo especializado. La escuela se convierte en parte de una red de protección más amplia, donde todos los adultos significativos en la vida del estudiante trabajan con mensajes coherentes sobre el respeto, el cuidado y la resolución no violenta de conflictos.
5. Prevenir a través de la identificación temprana
Qué es: implementar herramientas escolares para identificar tempranamente a estudiantes en riesgo (por ejemplo, ausentismo, aislamiento repentino, cambios de comportamiento) y reemplazar las suspensiones punitivas con respuestas restaurativas y apoyo psicosocial personalizado.
Por qué importa: expulsar a un estudiante que ejerce violencia no resuelve el problema; lo traslada y lo agrava. El estudiante queda sin apoyo y con mayor probabilidad de vincularse a entornos violentos fuera de la escuela.
En la práctica: las escuelas implementan herramientas para identificar tempranamente a estudiantes en riesgo, monitoreando señales como ausentismo, aislamiento repentino o cambios de comportamiento. En lugar de suspensiones punitivas, se utilizan respuestas restaurativas y apoyo psicosocial personalizado.
Belice y su enfoque de desarrollo positivo contra la violencia
Belice implementó el programa Positive Action en 24 escuelas primarias. El estudio, que incluyó a 4.575 estudiantes de entre siete y 12 años, utilizó un diseño experimental riguroso: 12 escuelas recibieron el programa, 12 sirvieron como control.
Los resultados fueron contundentes. Los estudiantes más jóvenes (siete a nueve años) mostraron mejoras significativas en conducta prosocial y autocontrol. Los estudiantes mayores (10 a 12 años) exhibieron un perfil positivo en múltiples dimensiones: creencias morales más sólidas, mejor regulación emocional y afiliación positiva con sus pares. Lo más importante: los niños desarrollan mayor capacidad para reflexionar sobre sus acciones y evitar conductas negativas, una habilidad crucial en entornos de alta exposición a la violencia.
Estos hallazgos, publicados en el International Handbook on Adolescent Health and Development y Educational Psychology, confirman que el comportamiento prosocial es maleable. Incluso en contextos marcados por la vulnerabilidad, las escuelas pueden enseñar la paz de manera sistemática y con resultados medibles. Este estudio demuestra que invertir en el desarrollo positivo de la juventud puede cambiar trayectorias, incluso en los contextos más desafiantes.
¿Cómo prevenir la violencia desde la escuela? Lecciones aprendidas
- Integrar el desarrollo positivo y habilidades socioemocionales en los currículos nacionales, no como “materia extra” sino como eje transversal de la educación. Las habilidades socioemocionales deben ser tan prioritarias como la alfabetización o las matemáticas, porque sin ellas, el aprendizaje académico se ve comprometido y el bienestar de los estudiantes queda en riesgo.
- Empezar temprano. La evidencia recolectada con el programa Think Equal en Colombia, que enseñó habilidades socioemocionales a niños de tres a seis años, muestra que empezar desde temprano con el desarrollo de estas habilidades trae enormes beneficios: se logran efectos positivos en el comportamiento prosocial de los niños, en su autoconciencia y aprendizaje cognitivo.
- Capacitar a maestros en manejo no violento de conflictos, des-escalamiento de situaciones tensas, aprendizaje socioemocional y escucha activa. Los docentes no son sólo transmisores de contenido; son agentes de cambio capaces de transformar la experiencia escolar de sus estudiantes. Necesitan herramientas, acompañamiento continuo y reconocimiento para cumplir ese rol.
- Monitorear bienestar, no solo rendimiento. Sin bienestar emocional no puede haber aprendizaje de calidad. Por eso, es necesario monitorear el desarrollo de habilidades vinculadas al desarrollo positivo de los estudiantes y no solo los puntajes en pruebas estandarizadas asociados al rendimiento académico.
La violencia se aprende. La paz también. Construyendo una educación para la paz

Estos niños muestran que (linkear video nuevamente aquí), la prevención de la violencia puede empezar en la escuela.
Cada escuela puede ser un espacio donde los estudiantes aprendan a resolver conflictos con empatía, a construir relaciones basadas en el respeto y a desarrollar todo su potencial. Necesitamos escuelas protectoras, donde la paz sea un objetivo cultivado con intención, evidencia y compromiso sostenido.



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