Con la colaboración de Sophie Gardiner
La próxima publicación del BID, “Panorama sobre desarrollo infantil en América Latina y el Caribe: Un estudio comparativo”, elaborada por María Caridad Araujo, Florencia López Boo y Juan Manuel Puyana, así como otros estudios recientes del BID sobre educación infantil en Brasil a cargo de Paulo Bastos y Julian Cristia y de Aimee Verdisco y Marcelo Pérez Alfaro, destacan, por un lado, la prestación de servicios de cuidado infantil de manera completamente descentralizada en el país y, por otro, la calidad heterogénea de los programas. Según Verdisco y Alfaro, en los últimos 10 años Brasil ha logrado avances impresionantes en la incorporación de la educación infantil a sus políticas de educación. La Política Nacional de Educação Infantil integró formalmente la educación infantil al sistema de educación del país en 2005. En 2006, el financiamiento federal para la educación infantil, primaria y secundaria se unificó y se canalizó a través de los municipios. En 2009, se amplió la educación obligatoria para incluir a los niños de 4 a 17 años de edad.
En la próxima publicación del BID, se analizan programas en Río de Janeiro, Fortaleza y Sobral: una ciudad grande, una mediana y una pequeña. Los programas de Fortaleza y Sobral tienen cobertura universal, mientras que el programa de Río da prioridad a las familias geográficamente, se vale de una lotería y también toma en cuenta los niveles de vulnerabilidad. En todo Brasil estos centros exigen que sus maestros y cuidadores estén altamente calificados, requisitos que resultan similares a los de Argentina. Las sesiones sobre desarrollo infantil dirigidas a los padres se llevan a cabo ocasionalmente en Río y Fortaleza, mientras que en el caso de las familias del programa de Sobral, UNICEF organiza sesiones anuales para padres en materia de métodos de enseñanza.
La proporción de niños por educador es un factor de heterogeneidad en todos estos programas. Los de Río y Fortaleza manejan una proporción de alrededor de 4 niños por educador para el caso de niños menores de 2 años, mientras que el programa de Sobral mantiene una proporción menor: 2,5 para niños menores de 1 año y 3,75 para niños entre 1 y 2 años. Sin embargo, Sobral maneja la proporción más alta (8,75) para el caso de niños de entre 2 y 4 años, y la segunda más alta (10,0) para los niños de 4 a 6. Así y todo, en promedio, el programa de Sobral tiene una proporción menor de niños por educador que los programas en las otras dos ciudades.
Todos los programas proporcionan alimentos y se esfuerzan por alcanzar una ingesta mínima de calorías diarias. No obstante, cada programa controla el crecimiento y la nutrición de distintas maneras. En Río de Janeiro y Fortaleza el nivel de nutrición se evalúa al menos una vez al semestre, mientras que en Sobral esto no ocurre con regularidad.
Estos ejemplos específicos sobre las variaciones entre ciudades en cuanto a los aspectos más importantes de los servicios en cuestión son consistentes con los hallazgos de Verdisco y Alfaro. Los autores de este estudio encontraron que en 150 centros de seis ciudades de Brasil la calidad promedio de las guarderías (bebés y párvulos de 0 a 3 años) y los centros preescolares (niños de 4 a 5 años) era “elemental”, alcanzando un puntaje apenas por encima de 3 sobre 10 en la Escala de Calificación del Ambiente para Bebés y Párvulos (ITERS por sus siglas en inglés) y la Escala de Calificación del Ambiente de La Infancia Temprana (ECERS por sus siglas en inglés). Lo que resultó ser aún más importante es que la calidad de los centros difería significativamente entre las ciudades. Tanto en las guarderías como en los centros preescolares de Fortaleza y Teresina se calificó las condiciones de “inadecuadas”, mientras que las ciudades de Florianópolis y Río de Janeiro se ubicaron en el extremo superior de la categoría “elemental”. En general, los centros tuvieron calificaciones extremadamente bajas en “actividades”, lo que significa que existieron muy pocas oportunidades para que los estudiantes exploraran y participaran en actividades ricas en el uso del lenguaje. El estudio también documentó la importancia de que haya servicios de alta calidad para este grupo etario: los estudiantes que asistieron a centros preescolares de baja calidad obtuvieron menor puntuación en la Provinha ―una prueba que mide la capacidad para leer y escribir en niños de segundo grado― que aquellos que asistieron a centros preescolares de alta calidad.
El otro estudio reciente del BID elaborado por Bastos y Cristia demuestra la heterogeneidad de los programas infantiles privados en la ciudad de Sao Paulo específicamente. La calidad de los programas, evaluada según el nivel de instrucción de los maestros, el tamaño de los grupos y el equipamiento, varía enormemente de un barrio a otro y está directamente correlacionada con el nivel de ingreso familiar de cada zona. Los autores sugieren que quienes crean las políticas deben implementar regulaciones y poner a disposición más centros financiados con fondos públicos en zonas de bajos ingresos.
La heterogeneidad subrayada en los tres estudios indica que en Brasil los niños no reciben iguales oportunidades al inicio de sus vidas. Tal como sugieren Bastos y Cristia, es necesario invertir más fondos públicos en la calidad de los servicios de DIT a fin de procurar condiciones de igualdad para los niños más pequeños y cerrar la brecha entre los más ricos y los más pobres.
Sophie Gardiner es una estudiante de último año en Política Internacional y Economía en Middlebury College. Realizó una pasantía de verano en la División de Salud y Protección Social del BID.
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