La semana pasada, University College London (UCL) junto con 3ie (la International Initiative for Impact Evaluation), el Institute for New Economic Thinking y EDePo (Evaluation of Development Policy) convocaron a un grupo de más de cien investigadores y formuladores de políticas públicas interesados en el desarrollo infantil en Londres. La Conferencia “Promises for Preschoolers: Early Childhood Development and Human Capital Accumulation” ofreció un conjunto muy rico de presentaciones enfocadas mayoritariamente en el impacto y costo-efectividad de una variedad de intervenciones destinadas a la primera infancia en diferentes países del mundo. Me propongo invitar a los autores de estos proyectos a contarnos sobre ellos con mayor profundidad en este mismo espacio en próximos artículos.
Durante la conferencia, se presentaron tres investigaciones llevadas a cabo en Jamaica. Dos de ellas son un seguimiento de largo plazo de los individuos que participaron en el ya famoso piloto de estimulación temprana y nutrición liderado por Sally Grantham-McGregor y su equipo. Este proyecto acompañó a un grupo de niños de entre 9 y 24 meses de edad que sufrían de desnutrición crónica durante dos años con una de tres intervenciones asignadas aleatoriamente: (a) un subgrupo recibió visitas domiciliarias semanales en las cuales se trabajaba con la madre sobre cómo estimular a sus niños; (b) otro subgrupo recibió un suplemento alimentario (leche de fórmula y comida); y (c) un tercer subgrupo recibió ambas intervenciones. Además hubo un grupo de control.
En la investigación que presentó Arianna Zanolini (un trabajo conjunto con Paul Gertler, Rodrigo Pinto, James Heckman, Susan Walker, Susan Chang, Christel Vermeersch y Sally Grantham-McGregor) se vuelve a visitar a los individuos de la muestra de este estudio, pero ahora cuando tienen 22 años de edad para explorar sus resultados en el mercado laboral. Se compara a aquellos adultos que, de niños, recibieron un componente de estimulación temprana (con o sin suplemento alimentario) con aquellos del grupo de control más los que recibieron solo la intervención nutricional. Los efectos más interesantes que se identifican es que haber recibido una intervención de estimulación temprana mediante visitas domiciliarias en la primera infancia tiene un impacto positivo sobre los ingresos laborales a la edad de 22 años. No solo eso, pero quienes se beneficiaron de esta intervención parecen haberse “igualado” con otros individuos similares a ellos en muchos aspectos, pero que no sufrieron de desnutrición crónica en su primera infancia. Esta investigación confirma el potencial de las inversiones en desarrollo infantil de promover la equidad, al igualar las oportunidades de aquellos que –a una edad muy temprana- experimentan condiciones extremas de desventaja. En el artículo sobre LACEA en este blog, pusimos un link a una versión anterior de esta presentación, para los que estén interesados.
Por su parte, el trabajo presentado por Susan Walker (en co-autoría con Susan Chang, Sally Grantham-McGregor, Clive Osmond y Florencia López-Boo) también vuelve a visitar a los individuos cuyas madres participaron en este estudio cuando ellos eran niños (Florencia escribió ya algo sobre este estudio en nuestro artículo del 31 de Enero). En este caso, los autores investigan si la intervención de la que fueron sujetos durante su primera infancia pudo haber tenido impactos sobre las prácticas de crianza de estos individuos sobre sus propios hijos. Los autores encuentran evidencia que sugiere que los padres y madres que, de niños, se beneficiaron de una intervención de estimulación temprana proveen un ambiente más estimulante a sus propios hijos. Interesantemente, este ambiente enriquecido parece beneficiar más a los niños que a las niñas (los niños, en el contexto de este estudio, experimentan condiciones de desventaja relativa en comparación con las niñas). El siguiente paso para esta investigación será profundizar la comprensión de los canales a través de los cuales se manifiesta este impacto (por ejemplo: ¿cuál es el rol de las abuelas, o las madres que fueron las beneficiarias directas del piloto original de estimulación temprana, en la crianza de estos niños?).
Un último estudio que quiero comentar hoy es el que presentó Helen Baker-Henningham (y cuyos co-autores son Stephen Scott y Susan Walker). Este proyecto evalúa en Jamaica el impacto de brindar capacitación a los maestros de pre-escolar (que trabajan con niños de 3-6 años) sobre cómo promover mejores habilidades socio-emocionales entre sus estudiantes. Los primeros resultados de esta evaluación sugieren que, tras un taller de ocho días completos y algunas sesiones subsecuentes de seguimiento y mentoría, se puede identificar una mejoría en las prácticas de los maestros y en los comportamientos de los niños. Estos efectos se mantienen incluso un año después de haber terminado el programa.
El próximo jueves 5 de julio les contaré sobre otras presentaciones realizadas en el evento y las conclusiones a las que se llegaron. ¡Gracias por estar pendientes!
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