El otro día estaba mirando a mi hijo de 15 meses, dando vueltas y riéndose, jugando con un amiguito nuevo, sin restricciones de tiempo ni de reglas de adultos. ¿Estaba jugando para aprender, o buscando conscientemente habilidades nuevas? En realidad, lo que él hacía era explorar relaciones espaciales, perfeccionar sus capacidades motoras, practicar habilidades sociales y lingüísticas básicas, trabajar su pensamiento creativo, recopilar información sobre el mundo a través de sus sentidos…En definitiva, estaba desarrollándose y aprendiendo a través del juego.
Lo interesante es que ¡mi manera de jugar con él podría haber estado influenciada por la forma en que mi abuela jugaba con mi mamá! ¿Hay una transmisión inter-generacional de las prácticas de crianza? Y, creen que una intervención destinada a las familias menos “estimuladoras” podría llevar a un mejor desarrollo de sus niños? En los años noventa, investigadores de la University of the West Indies (UWI) en Jamaica, iniciaron un estudio aleatorizado de dos años (a veces llamado “the Jamaica study “). En él se analizaron los efectos de los suplementos nutricionales y /o de la estimulación temprana. La motivación fue que los niños desnutridos en Jamaica sufrían de graves deficiencias en la inteligencia, el rendimiento educativo y el funcionamiento psicológico. Estudios anteriores habían hecho caso omiso de los componentes de estimulación (por ejemplo, trabajadores comunitarios “enseñando” a los padres en su casa la forma de interactuar efectivamente con sus hijos); y se habían centrado únicamente en las intervenciones nutricionales (es decir, multi-vitamínicos en forma de polvo o comprimidos).
Se encontró entonces que la estimulación había causado beneficios en el desarrollo cognitivo, la educación y la salud mental. UWI (y el BID) entonces plantearon la hipótesis de que también podía existir una transmisión inter-generacional de las prácticas de crianza. O bien, que una buena estimulación durante la niñez de los padres llevaría a un mejor crecimiento y desarrollo de los niños en próximas generaciones. Más concretamente, que los beneficios de la estimulación temprana de una generación se observan aún en sus descendientes.
Heckman y sus colegas estiman que la relación costo-beneficio de los programas de desarrollo infantil temprano (DIT) en EEUU se encuentra entre 7 y 12, mientras que Berlinski y co-autores encuentran que este coeficiente es de entre 3 y 19 para Argentina. Con este marco de costo-efectividad en mente, iniciamos el proyecto en el 2009 en un área que no había sido explorada antes: el impacto inter-generacional de las prácticas de crianza, ¡que a su vez podría tener generar cocientes de costo-beneficio mucho más altos!
Los resultados preliminares están mostrando que los hijos de padres “malnutridos-no estimulados” presentan un menor desarrollo en comparación con los hijos de padres bien alimentados. El desarrollo no fue significativamente menor en los niños de padres “malnutridos- estimulados” en comparación con el grupo de los bien alimentados; y padres del grupo de los “malnutridos- estimulados” siempre han proveído un mayor nivel de estimulación en su hogar. Estos resultados sugieren que los padres que recibieron estimulación en su niñez están proporcionando un ambiente más estimulante para sus hijos.
Estos resultados son (y serán) la base de diversos proyectos relacionados con DIT en Bolivia, Paraguay, Perú y Nicaragua. Un préstamo en Venezuela también está tomando esta dirección tan prometedora.
En el vídeo-entrevista sobre el proyecto del Caribe Sally Grantham Mc Gregor nos cuenta algunos detalles más.
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