El COVID-19 ha dejado en evidencia la carga tan fuerte que recae sobre las mujeres que son cabeza de familia o quienes son responsables por el cuidado de niños u otros miembros de la familia. Una de las principales barreras que siguen enfrentando las mujeres para acceder al mercado de trabajo es la expectativa cultural que existe sobre su papel como cuidadoras. En América Latina y el Caribe, al igual que en otras regiones del mundo, las tareas de cuidado y crianza de los hijos recaen principalmente sobre las mujeres. Datos para 17 países de América Latina y el Caribe muestran la desigualdad en la distribución de los quehaceres domésticos y cuidados no remunerados entre hombres y mujeres. En todos estos países, la proporción del tiempo reportado por las mujeres es el doble o más que el que reportan los hombres. En Brasil, Ecuador y Honduras llega a ser hasta cuatro veces mayor. Y no sólo se trata de las obligaciones domésticas: inclusive la interacción directa con los niños de 0-5 años recae desproporcionadamente sobre las mamás. Para todas las actividades analizadas, las madres realizan el doble o más actividades con sus hijos en comparación a los padres.
Este es uno de los factores que aumentan la brecha en la participación laboral entre hombres y mujeres. La situación difiere por país: la brecha va desde los 16 puntos porcentuales en Uruguay a los 55 puntos en Guatemala. Pero existe un denominador común en todos los países de la región: las mujeres con hijos menores a 5 años trabajan menos en empleos fuera de casa que las mujeres que no son madres, e incluso que las madres con hijos mayores. Entonces, la oferta de servicios de cuidado infantil cobra un rol fundamental.
El cuidado de los niños en nuestra región es costoso y para muchos está fuera de su alcance. Es necesario entonces enfrentar el problema de cómo expandir el acceso y hacer accesible estos servicios para ayudar a las mujeres a incorporarse a la fuerza laboral. Los centros de cuidado infantil contribuyen – por un lado, a promover el desarrollo de los niños y sus capacidades; y, por el otro, ofrecen la oportunidad a mujeres poder trabajar para el bien de sus familias. Ambos objetivos son fundamentales, ya que rompen la transmisión intergeneracional de la pobreza.
El impacto del cierre de escuelas o de centros de cuidado de niños se ve también con los niños. Cientos de millones de niños están perdiendo oportunidades de aprendizaje con el cierre temporal masivo de preescolares y jardines infantiles debido a la pandemia del COVID-19. Esto resulta en pérdidas que afectarán el resto de su vida, educación, salud, ingresos y productividad limitando sus oportunidades a futuro. A las consecuencias negativas para su desarrollo, se suma lo que esto significa para el capital humano y la economía de los países. Un estudio del BID ha sido el primero en simular pérdidas debido a cierres de los centros infantiles a causa de la pandemia del COVID-19. Algunas de las consecuencias que se pueden inferir se encuentran en los valores descontados de las ganancias futuras cuando los niños que hoy están en edad preescolar se conviertan en adultos. La simulación incluye diversos escenarios cuyos resultados son alarmantes. En los países andinos, las consecuencias por 12 meses de cierre podrían traducirse a una pérdida del 10,5% del PIB; en los países del Caribe la pérdida podría ser del 6,3%; en Centroamérica y República Dominicana sería del 7,4%; y en el Cono Sur se podría dar una pérdida del PIB del 6,6%.
Desde el BID estamos apoyando a los países en la mitigación de estos impactos negativos. En primer lugar, ayudando con el diseño de contenidos pedagógicos sobre buenas prácticas de crianza, así como con estrategias de acompañamiento por profesionales especializados ante señales de alarma, como ser la desnutrición, la falta de vacunas y la depresión del cuidador. Es clave el uso de campañas de comunicación para informar sobre la importancia de la primera infancia, y estrategias y recursos disponibles para los hogares y para jardines infantiles y preescolares en un contexto cómo el actual. Sobre todo es importante generar las condiciones más seguras y efectivas para las reaperturas de los servicios presenciales en jardines de infantes y preescolares.
Las políticas públicas deben proveer servicios diferenciados para aquellos niños que estarán más expuestos a las pérdidas, así como alcanzar también a las madres, padres, y cuidadores que, con la pandemia, han tenido que afrontar el rol de únicos promotores del desarrollo de sus hijos. Ahora que la mirada está puesta en la transición hacia la nueva normalidad, los países de la región tienen la gran oportunidad de concentrarse en el apoyo y protección de los niños y sus cuidadores para tratar de mitigar los impactos negativos de la pandemia sobre la niñez. Como dice Gabriela Mistral, “el futuro de los chicos es siempre hoy, porque mañana ya es demasiado tarde”.
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