Por Patricia Jara.
Los significativos avances logrados en el campo de la investigación y la evaluación han ampliado exponencialmente los horizontes de nuestra comprensión sobre lo que significa el desarrollo de un niño o de una niña. La transformación de este conocimiento en gestión de recursos y modos de organización de servicios es todavía un reto de enormes proporciones. Algunas distinciones están ayudando a reformular esquemas de implementación de servicios, tratando de que todos los que tienen responsabilidad en la atención del bienestar materno-infantil no sólo reduzcan brechas de cobertura sino también que sus intervenciones logren mayor complementariedad. La fórmula parece ser que para lograr un desarrollo integral se necesitan acciones integradas y esto implica integración de servicios sociales en un territorio. Aunque parecen diferencias semánticas sutiles, esto es más que un juego de palabras.
Sabemos que intervenir en primera infancia, sobre todo desde la gestación y durante los primeros mil días de vida, es una ventana de oportunidad estratégica para contribuir a que los niños y niñas logren condiciones iniciales de desarrollo de alto potencial. Es la primera franja de lo que denominamos la tutela del ciclo de la vida. Pero, ¿qué implicancias tiene esto para los servicios?
Al imaginar cuáles serían aquellos servicios con los que habría que contar para apoyar condiciones favorables de desarrollo en la etapa inicial de la vida, pensamos inmediatamente en salud prenatal y atención profesional del parto, atención (preventiva y curativa) en salud, vigilancia nutricional y del crecimiento, tratamiento del rezago y educación inicial. Y aquí hay una implicancia directa para la gestión, relacionada con hacer disponibles recursos y servicios que cubran todas estas áreas.
En la etapa de la gestación, la demanda principal será en torno a los cuidados prenatales, la salud materno-infantil y las acciones que favorezcan la estimulación inicial y el apego seguro. Durante los primeros cinco años de vida, la gama de requerimientos comienza con demanda por cuidados neonatales, condiciones para favorecer la lactancia materna exclusiva, la estimulación inicial y el apego seguro, además de acciones de vigilancia nutricional, del crecimiento y del desarrollo físico y cognitivo. Y posteriormente, las necesidades de acompañamiento se relacionarán igualmente con desarrollo físico y cognitivo pero además con procesos de educación inicial y nuevos entornos de socialización y de aprendizaje.
Si se logra un nivel adecuado de recursos diversos en un territorio, esto no asegura que las mismas familias, las mismas personas y particularmente los mismos niños, tengan acceso simultáneo a todos los servicios que necesiten y esta es la segunda gran tarea de gestión: diseñar circuitos que permitan que el tránsito de los usuarios por esos servicios no sólo esté mejor organizado y sea predecible y comprensible para todos, sino también que esto esté asegurado para los más vulnerables y que por tanto dependen de más apoyos.
Estas prestaciones son las que apoyan el desarrollo infantil. Pero ¿qué significa que se hagan de forma integral? Implica que: (1) se articulan todos los entornos y actores relevantes para el desarrollo del niño; (2) se acompaña la trayectoria de desarrollo desde la concepción hasta los 6 años de vida; (3) actúa una red de servicios que funciona de forma coordinada y articulada; y, (4) las prestaciones se vuelven accesibles, inclusivas y con respuestas diferenciadas para cubrir diferentes contextos y necesidades.
Esta sencilla fórmula esconde un mundo de posibilidades. Su valor principal es que se basa en una mirada sobre el desarrollo infantil que reconoce el valor de lo que hace cada sector pero que exige la acción conjunta de varios de ellos para generar mayores efectos sobre el bienestar. Esto rompe la lógica de distribución del “entregar por única vez un beneficio” y se disponen los esfuerzos para actuar concertadamente sobre las mismas personas, gracias a que existe un itinerario previsto para ellas y por ciclos extensos.
Por la ventana de oportunidad del desarrollo infantil, la capacidad resolutiva de las redes de servicios debe ser rápida y las alertas tempranas deben tener respuestas a nivel de gestión. Si hemos entendido esto, ¿en qué consiste el desafío? En transformar programas y servicios en un territorio, con bajos niveles de coordinación entre ellos, sin planificación territorial y sin flujos definidos de circulación de beneficiarios entre instituciones, en una verdadera red integrada de servicios. En revertir la alta dispersión de servicios en esquemas de actuación concertada que rompan el aislamiento de los programas y ayuden a aumentar su eficacia. En corregir los errores de exclusión en la focalización y al mismo tiempo hacer accesibles los servicios para todos los niños que lo requieran, mejorando la capacidad de respuesta ante casos más vulnerables. Y, sobre todo, el desafío consiste en transformar los esfuerzos de levantamiento de información en mecanismos eficientes que permitan acompañar realmente la trayectoria de desarrollo de los niños y niñas.
Patricia Jara es socióloga de la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo. Su trabajo en el BID se enfoca en políticas y programas dirigidos a poblaciones en situación de vulnerabilidad.
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