El 8 de febrero de 2021, luego de 11 meses de estar en casa por el cierre de las escuelas ante el avance de la COVID-19, mi hijo menor volvió a ir a la escuela.
Para una mamá divorciada de tres hijos en edad escolar, que trabaja a su vez a tiempo completo y que dedicó gran parte de su vida profesional a trabajar en el sector educativo, ese día estuvo lleno de emociones. Tal que cuando lo llevaba a la escuela le advertí: “Hijo, no te avergüences si mamá llora cuando te vea entrar…” Mis colegas han estado a lo largo de este mes hablando de los muchos retos que las mujeres hemos tenido que enfrentar durante este año de pandemia, desde la dificultad de ser simultáneamente, y a tiempo completo, mamá, maestra y profesional a qué pasa cuando este delicado balance colapsa cuando nos enfermamos…
Pero mis lágrimas de esa mañana no solo fueron para descargar algo del estrés acumulado luego de 11 meses de malabarismos domésticos y profesionales. En gran parte eran de emoción porque mi hijo volvía a la escuela. No pude contenerme y puse una foto en Twitter agradeciendo a la escuela y al distrito escolar por haber hecho posible su primer día de clases en febrero, que fue retuiteada por la cuenta oficial del distrito y por alcaldesa de la ciudad. Como esperaba, la mayoría de las reacciones que recibí fueron positivas, pero hubo alguien que escribió: “si hoy es el primer día de escuela de tu hijo, entonces que estuvo haciendo durante los últimos meses?” Esta reacción me llevo a una reflexión profunda sobre cuál es el rol de la escuela y si la escuela cien por ciento remota es realmente lo que pienso debería ser la educación.
Todos los que hemos trabajado alguna vez en educación sabemos que los chicos van a la escuela a adquirir conocimientos y competencias académicas: desde aprender a leer y a escribir hasta resolver una integral. Es más, la mayoría de los exámenes estandarizados que nos aproximan de una manera imperfecta a medir calidad educativa se enfocan justamente en la adquisición de este tipo de conocimientos y competencias. Pero la escuela es mucho más que un lugar donde los chicos adquieren conocimientos académicos.
En la escuela, los chicos aprenden muchísimas otras habilidades, llamadas socioemocionales, que son tan importantes como las académicas ya que facilitan el aprendizaje a lo largo de la vida y son altamente valoradas por los mercados de trabajo. Las habilidades socioemocionales son aquellas asociadas a las cualidades de una persona, sus actitudes, creencias, comportamiento y rasgos de personalidad. Habilidades tan necesarias como la empatía, el respeto por la diversidad, el trabajo en equipo, la autorregulación, la cooperación, entre otras, difícilmente se pueden lograr cuando cada estudiante está aislado en su casa detrás de una pantalla de una computadora, en el mejor de los casos, o escuchando a un maestro por radio o TV. En el esfuerzo por priorizar que no haya pérdidas de aprendizajes de tipo académicos y garantizar la continuidad educativa, la mayoría de los sistemas educativos se enfocaron en la enseñanza-aprendizaje de esta clase de contenidos y competencias, y se pensó relativamente menos en cómo readecuar los enfoques para enseñar las habilidades socioemocionales en un contexto de virtualidad.
La escuela es el principal lugar de socialización de nuestros hijos. Algunas estimaciones indican que se registrarán pérdidas significativas en las ganancias futuras de lo niños que no han asistido al preescolares durante 12 meses, lo que implican caídas del PIB del 10,5% en la región andina; del 6,3% en el Caribe; del 7.4% en Centroamérica y República Dominicana; y del 6.6% en el en el Cono Sur.
Sin embargo, aún no sabemos las consecuencias de largo plazo que tendrá esta generación en su salud mental y emocional, al haber permanecido un año aislados ( y en algunos casos aún mas). Lamentablemente la evidencia comienza a indicar aumentos de casos de estrés, ansiedad, depresión y suicidios entre nuestros niños y jóvenes.
Mientras tanto, mi hijo de 10 años que a regañadientes volvió ese 8 de febrero a la escuela, después de su primer día de presencialidad sentenció: “Ma, me gusta ir a la escuela. Puedo jugar con mis amigos”. Ojalá todos los niños y jóvenes de la región puedan recuperar pronto este espacio tan importante para su desarrollo integral como personas.
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