Ya les había contado en una oportunidad anterior que en Argentina no solo se aprende a bailar tango (algo que he empezado a aprender recientemente) y a jugar futbol (algo que jamás he logrado aprender). También se aprende a adaptarse al cambio climático. Pues bien, en esta entrada comparto con ustedes una experiencia muy interesante, cortesía de mis colegas en el bello país austral.
En agosto de 2011, los productores agrícolas de la Pampa argentina comenzaron a planificar sus cultivos de verano (maíz y soja). En ese momento, varios centros internacionales de pronóstico climático ya sugerían la ocurrencia de un evento La Niña en la segunda mitad de 2011. La Niña es una de las fases asociadas con El Niño-Oscilación del Sur (o ENSO, por sus siglas en inglés), un fenómeno que tiene impactos sobre las condiciones climáticas en muchas partes del mundo. En la Pampa, los eventos La Niña están asociados con una mayor probabilidad de lluvias escasas durante los meses de Octubre, Noviembre y Diciembre (OND). A fines de septiembre de 2011, cuando se siembra gran parte del maíz en la Pampa, la observación de temperaturas frías en el Océano Pacífico tropical mediante boyas y satélites sugerían la ocurrencia de La Niña, que marcaría las condiciones climáticas de la campaña agrícola argentina en 2011-2012.
El rendimiento del maíz en la Pampa es altamente dependiente de la cantidad de lluvia, ya que el uso de riego es poco frecuente. Con la perspectiva de La Niña al planificar su siembra, los productores argentinos tenían razones suficientes para esperar lluvias escasas a comienzos del verano, cuando el maíz florece y el rendimiento del cultivo se define.
¿Cómo pudo haber ayudado a los productores argentinos de maíz la información climática disponible (en este caso, el pronóstico de La Niña y su posterior confirmación)? En un año normal, las condiciones climáticas en diciembre favorecen un alto crecimiento del maíz. Por este motivo, este cultivo típicamente se siembra en septiembre para que la floración ocurra en diciembre. Sin embargo, durante La Niña las lluvias de diciembre suelen ser escasas, por lo que parece lógico tratar de evitar esas condiciones desfavorables. Una alternativa es demorar la siembra de maíz hasta fines de noviembre para que la floración ocurra en febrero, cuando los efectos de La Niña se disipan y las lluvias vuelven a la normalidad. Varios estudios han demostrado las ventajas de una siembra tardía durante La Niña. Por ello, las agencias argentinas de extensión agrícola sugerían a través de los medios de difusión demorar la siembra durante esta campaña.
¿Hubiera sido conveniente retrasar la siembra de maíz en respuesta al pronóstico de La Niña? Sin duda que si. Por ejemplo, en Junín (una localidad en el corazón de la zona de producción de maíz de la Argentina), el rendimiento obtenido para los maíces sembrados en septiembre varió entre 2,500 y 6,000 kg por hectárea dependiendo de la calidad del suelo y manejo agronómico del mismo (fertilización, protección, etc.). Contrariamente, el rendimiento de los maíces sembrados en diciembre varió entre 7,500 y 11,000 kg por hectárea. No hubo que esperar a la cosecha para conocer las ventajas del maíz sembrado tarde en esta campaña: con un sistema experimental de pronóstico de rendimientos desarrollado conjuntamente por una asociación de productores (AACREA: Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola) y el Servicio Meteorológico Nacional de la Argentina y financiado por la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y el Instituto Interamericano para el Estudio del Cambio Global IAI se pudo explorar anticipadamente y con mucha precisión el resultado de las distintas alternativas. Ya desde febrero, los resultados de este sistema para la localidad de Junín (en suelos buenos) pronosticaban que la siembra temprana tendría rindes cercanos a los 5,000 kg por hectárea (55% menos de lo esperable en un año normal. Los bajos rendimientos se asociaban a las condiciones de sequía durante diciembre de 2011 – típicas de La Niña. En cambio, el sistema anticipaba que las siembras tardías – favorecidas por las abundantes lluvias a partir de la segunda mitad de enero de 2012 – tendrían rindes cercanos a 10,500 kg por hectárea (o sea, casi lo mismo que en un año normal).
El uso de información climática (el pronóstico de La Niña y su posterior observación) para modificar la toma de decisiones de maíz en la región pampeana tiene importantes beneficios económicos. Los productores que demoraron la siembra de maíz en respuesta al pronóstico de La Niña obtuvieron aproximadamente 5,000 kg por hectárea adicionales, o un margen bruto de US$ 620 por hectárea más que quienes sembraron, como de costumbre, en septiembre (cuyo resultado económico fue negativo, perdiendo unos US$ 40 por hectárea). Aunque estos números no pueden aplicarse a toda la región pampeana (donde se sembraron más de 4 millones de hectáreas), si queda claro que el uso de información climática puede tener ventajas tanto para productores individuales como para la economía argentina, el segundo exportador mundial de maíz. Algunas cálculos preliminares ubican la pérdida económica en alrededor de 2.5% del PIB del país, lo cual es muy significativo. Bien vale la pena, ahora que se tienen los rendimientos reales de la temporada de cosecha de maíz y soja, hacer un cálculo más preciso del impacto económico del uso de la información climática disponible. Sin dudas, la creciente disponibilidad de información climática, junto con la acumulación de experiencia en su uso efectivo y el desarrollo de sistemas de apoyo a las decisiones, pueden generar beneficios en actividades humanas sensibles a las variaciones del clima, como es la agricultura en la Pampa argentina.
Esta entrada del blog fué escrita por mis colegas Federico Bert (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Agronomía, AACREA y CONICET), Agustín Rocha (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Agronomía), María de los Milagros Skanski (Servicio Meteorológico Nacional) y Guillermo Podestá (Universidad de Miami).
Puede leer esta entrada en Inglés aqui.
Foto de maíz sembrado temprano cerca de Junin, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Tomada el 11 de enero de 2012 por Federico Bert. Rendimiento estimado: 2000 kg/ha.
Hector Maletta dice
Fernando, una corrección terminológica. La información sobre las condiciones “climáticas” de una determinada temporada agrícola no constituyen “información climática” sino “información meteorológica”.
El “clima” se define por las condiciones (la media y la variabilidad) de las condiciones meteorológicas durante un largo periodo, ordinariamente dos o tres décadas. Por ejemplo, la Organización Meteorológica Mundial utiliza periodos treintañales (1901-30, 1931-60, 1961-90 y así). Los modelos climáticos que usa el IPCC se refieren a periodos de 20 o de 30 años según los casos.
Los fenómenos de corto plazo (weather en inglés) están fuertemente afectados por la variabilidad natural del clima. Solo cuando esos fenómenos de corto plazo coinciden durante un largo tiempo y afectan el promedio de 20-30 años se puede hablar de “clima”. De hecho, en la actualidad se tienden a reconocer ciclos multi-decadales de variabilidad natural (que duran varias décadas), de modo que una evaluación adecuada del clima debería tomar periodos aun más largos.
Un ejemplo: como tú sabes, la tendencia de la temperatura global media ha dejado de ser ascendente desde el pico que tocó en el fenomeno de El Niño de 1998. De hecho, la tendencia 1995-2012 es prácticamente estable, con leve tendencia a declinar. Del mismo modo, la temperatura global tuvo tendencia a aumentar en el período 1975-98, y una leve tendencia a declinar en 1940-75. También hubo una tendencia al aumento de la temperatura global en 1915-40, precedido por un período de temperatura estable a declinante en 1885-1915. Ahora bien, a lo largo de estos ciclos de 20-30 años con tendencias ascendentes y descendentes, se observa una tendencia general con leve aumento (alrededor de 0.7°C por siglo) desde 1880 hasta la actualidad. Esta tendencia secular es la que se puede caracterizar como “cambio climático” y no las tendencias (ascendentes, estables o descendentes) que se pueden observar en periodos más breves.
Hay una tendencia en los medios de difusión a confundir fenómenos meteorológicos (sequías, olas de frío, olas de calor, inundaciones, etc.) con cambios del clima. Este es un error conceptual.
Hector Maletta dice
En cuanto al fondo de tu articulo, Fernando, no puedo sino coincidir en un todo. Los agricultores argentinos utilizan desde hace tiempo los indicadores sobre el ciclo de El Niño, centralizados usualmente por el CIIFEN con sede en Guayaquil (Ecuador) y difundidos por el Ministerio de Agricultura de la Argentina.
Aparte de estas previsiones meteorológicas de corto plazo, es también importante saber que los agricultores argentinos han estado adaptando gradualmente sus prácticas agropecuarias ante el gradual cambio de las precipitaciones (y en menor medida, de las temperaturas) que ha venido ocurriendo en las últimas décadas sobre las pampas argentinas y las regiones circundantes.
En cuanto a las precipitaciones, las isohietas en general se han estado corriendo hacia el Oeste, lo cual ha habilitado la cultivación (con cultivos anuales o con pasturas permanentes) de varios millones de hectáreas antes dedicadas únicamente a la ganadería extensiva. Las que permanecen como pastos naturales, y las que ya eran cultivadas con anterioridad, han mejorado su rendimiento. Esto afecta sobre todo el cinturón de menor humedad y áreas semi-áridas que rodea las pampas al norte y al oeste, y un poco hacia el sur (aunque las precipitaciones no han aumentado notablemente sobre la meseta patagónica).
Como resultado ha aumentado la producción agrícola en zonas antes demasiado áridas para ser cultivadas, o se ha expandido el cultivo en otras. A este corrimiento de las líneas de precipitación se añade un pequeño corrimiento de las isotermas hacia el sur, mejorando las condiciones (por alargamiento del período libre de heladas) en la zona meridional de las pampas hasta el inicio de la meseta patagónica, y aún más al sur en los pequeños valles irrigados patagónicos cercanos al límite con Chile. En varias de esas zonas el cambio de temperatura y precipitación, junto con la disponibilidad de semillas de ciclo corto y el uso de laboreo mínimo o laboreo cero ha permitido también el desarrollo del doble cultivo (generalmente trigo-soya) sobre varios millones de hectáreas cultivadas sin riego.
Esto ya fue observado en el informe del PNUMA “Cambio Climático en América Latina y el Caribe”, 2006, y se puede apreciar en el mapa de la pagina 46 (producido por la Unidad de Cambio Climático del INTA, Instituto Nac. de Tecnología Agropecuaria, Argentina). En esa misma pagina aparece la serie historica de precipitación en Buenos Aires, que era de 850 mm/año en la década de 1910 y aumentó sostenidamente hasta cerca de 1200 mm/año en la época posterior a 1990. El informe en cuestión se encuentra en el sitio http://www.crid.or.cr/digitalizacion/pdf/spa/doc16604/doc16604-3a.pdf.
Este proceso de adaptación se refiere efectivamente a un proceso de cambio climático, observable a lo largo un siglo (en el caso de Bs As) y por varias décadas (en el gráfico de isohietas). Similares desplazamientos en zonas agroecológicas, localización de cultivos, etc., se han observado en las latitudes templadas del hemisferio norte, donde afecta superficies mucho mayores (EEUU, Canada y Eurasia).
Fernando Miralles-Wilhelm dice
Gracias Hector por tus comentarios, como siempre. Solo recalco que la información “climática” que indicaba la presencia de La Niña se tuvo con anticipación, y algunos agricultores se adaptaron (resultando en beneficios económicos) y otros no (los que tuvieron pérdidas económicas). Este es un buen estudio de caso para aprender lecciones y diseminarlas activamente.
Hector Maletta dice
Totalmente de acuerdo, Fernando, en que la información sobre la presencia de La Niña se tuvo con anticipación. Pero eso no la convierte en “información climática”: es una predicción estacional o de corto plazo: se observa la temperatura del mar el Pacífico occidental (cerca de Australia y las Filipinas) y se predice (basado en otros ciclos anteriores del ciclo de El Niño) cómo será la temperatura del mar cerca de A.Latina unos meses después.
Tampoco esas variaciones anuales en el estado del sistema ENSO (El Niño Southern Oscillation) constituyen “cambios del clima” o “cambios climáticos”.
Concuerdo en que el uso de previsiones meteorológicas estacionales, basadas en ENSO o en otros sistemas regionales como los monzones en Asia es un elemento muy importante para la planeación anual de las actividades agrícolas (y para otras actividades, como la previsión de posibles inundaciones).
Mi observación era meramente terminológica. Me senti incitado a hacerla porque a menudo se observan erróneas identificaciones entre variaciones inter-anuales (o incluso extendidas sobre varios años) y se las identifica como “cambios climáticos” cuando no lo son. En una versión más sutil del mismo error, se atribuyen esas variaciones a efectos del cambio climático de largo plazo; pero también esa atribución es sumamente difícil (hace poco el IPCC produjo un informe donde alertaba sobre las dificultades de ese tipo de atribución: ni una ola de frío ni una ola de calor, ni un Niño ni una Niña, ni una sequía o una inundación, pueden ser fácilmente atribuibles al cambio climático. Podría, sí, atribuírsele un aumento sostenido y prolongado en el promedio de cualquiera de esos fenómenos, o en su grado de variabilidad, calculando promedio o variabilidad sobre períodos muy extensos que neutralicen las variaciones anuales, decadales y multidecales. Pero no hay evidencias en tal sentido para la mayor parte de las oscilaciones o variaciones observadas; para el caso de El Niño, el período con mayor intensidad y frecuencia fue 1880-1915; el período 1975-98 tuvo algunos Niños muy intensos, sobre todo los de 1983 y 1998, pero sin superar los de 1880-1915. Las variaciones más recientes están bien adentro del margen histórico de variabilidad. Ante la tendencia, muy frecuente, a sobreestimar la excepcionalidad de los fenómenos o anomalías de corto plazo, sobre todo los más recientes, y a hacer atribuciones apresuradas, es mejor usar términos precisos y evitar equívocos.