Los desastres se bautizan con el nombre del fenómeno natural que los ocasionaron (en el caso de ciclones tropicales, se les denomina con nombres propios en orden alfabético, como el huracán Mitch, Katrina, etc.) o con el nombre de elementos geológicos (el Nevado del Ruiz, el volcán Casitas o, recientemente, el volcán de Fuego). Pero en ese nombre está ausente la parte más importante, y la parte humana, los afectados. No hablamos del desastre de Morolica en el caso del huracán Mitch o del desastre de San Miguel de Los Lotes en el caso del volcán de Fuego. La falta de esa definición humana que, inicia en el propio nombre del desastre, y que continúa con la carencia de una caracterización precisa del impacto humano, es una de las causas que, ante las catástrofes, la escala de las acciones de recuperación sea masiva, estandarizada, planificada a escala comunidad o ciudad afectada, pero sin considerar la escala del individuo y la familia.
A 20 años del huracán Mitch, que golpeó Centroamérica en los últimos días de octubre y primeros de noviembre de 1998, la recuperación y, en particular, la recuperación con rostro humano sigue siendo una de las principales carencias en la gestión del riesgo de desastres. Y esto, a pesar de que América Latina y el Caribe está plagada de experiencias de recuperación post desastre que han generado valiosas lecciones aprendidas.
El índice de Gobernanza y Política Pública para la gestión del riesgo de desastres (iGOPP) evidencia esta carencia de políticas públicas para una apropiada recuperación post desastre en la región. La evaluación comparativa de 11 países de ALC, realizada en 2015, mostró que el componente de recuperación post desastre, junto con el componente de protección financiera, son los menos desarrollados, con valores para el iGOPP de 23% y 21% sobre 100 respectivamente.
Pero ¿cómo sería una política de recuperación post desastre apropiada? El marco de acción de Sendai (2015-2030), que es el marco internacional que orienta la reducción del riesgo de desastres naturales, define como su prioridad 4 “Aumentar la preparación para casos de desastre a fin de dar una respuesta eficaz y reconstruir mejor (build back better en inglés) en los ámbitos de la recuperación, la rehabilitación y la reconstrucción”. La puesta en práctica del concepto de reconstruir mejor en la recuperación post desastre es complejo, sobre todo porque más que reconstruir infraestructuras, se trata de apoyar a reconstruir vidas, las vidas de las personas y familias afectadas.
Un ejemplo ilustrativo y paradójico de esta dificultad son las reubicaciones de familias afectadas por desastres a nuevas localizaciones más seguras. ¿Qué hemos aprendido sobre las reubicaciones? Evaluaciones de las lecciones aprendidas de la recuperación tras al huracán Mitch mostraron que las viviendas reconstruidas en zonas seguras, muchas veces en nuevas colonias masivas en las afueras de las ciudades, eran abandonadas por las familias para regresar a zonas expuestas a los riesgos de desastre, pero donde tenían acceso a fuentes de ingreso. La lógica de las familias es incuestionable, frente a la probabilidad del desastre futuro se impone la necesidad de contar con fuentes de ingresos para sobrevivir hoy. La misma situación se identificó en las lecciones aprendidas de la recuperación tras el tsunami que golpeó Indonesia en el año 2004, o en el caso del terremoto de Haití en 2010, donde muchos de los esfuerzos de la cooperación se enfocaron en reubicar las viviendas en vez de reconstruir viviendas más seguras en las localizaciones originales, más cercanas a los medios de vida de la familias.
¿Cuál es la alternativa que plantean estos análisis de Honduras, Indonesia y Haití para evitar esta situación? Tratar, en lo posible, de evitar las reubicaciones (optando en su lugar por alquileres temporales o reforzamientos de viviendas) y sobre todo, consultar a la población afectada sobre cuáles son sus expectativas, con qué cuentan para recuperarse, y construir las soluciones de forma participativa a partir de los análisis técnicos y de los planteamientos y fortalezas de la población. Es decir, se trata de humanizar la planificación de la recuperación.
¿Por qué ha sido tan difícil convertir en acciones efectivas estas lecciones aprendidas que tienen más de 20 años y que se repiten en cada desastre? Una de las principales causas es la falta de una gobernanza adecuada, como evidencian los valores del iGOPP para el proceso de recuperación. Se requiere una gobernanza que permita establecer los arreglos institucionales necesarios para que se pueda simultanear la ayuda humanitaria con las consultas a la población, y la realización de estudios de riesgo que informen las acciones de recuperación.
Lo más complejo, probablemente, es el cambio de paradigma. Así como con la Primera Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres Naturales en Yokohama, Japón en 1994 y los Marcos de Acción de Hyogo en 2005 y de Sendai en 2015, se pasó de un enfoque basado en la gestión del desastre, a un enfoque en la gestión del riesgo, en el tema de la recuperación se requiere un cambio de enfoque que permita incidir en acciones más efectivas y centradas en las personas. Para ello, el BID puede jugar un rol fundamental en la región mediante la promoción de procesos de reforma política orientados por herramientas como el iGOPP, que contribuyan a crear ese cambio de paradigma y condiciones de gobernanza para la gestión del riesgo y la recuperación post desastre.
Este blogpost es parte de la Campaña “Rumbo a COP25” del Grupo BID. COP25, bajo la presidencia del Gobierno de Chile, tomará lugar en Madrid del 2 al 13 de diciembre de 2019, con apoyo logístico del Gobierno de España.
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