Analicemos su percepción del futuro: ¿Cómo cree usted que se vería afectado nuestro planeta por el cambio climático? ¿Se convertiría en un lugar de caos y desolación? ¿O en uno de innovación y esperanza? Sorprendentemente, la realidad de desolación o esperanza dependerá no solo de nuestras acciones, sino también de nuestras expectativas.
Bienvenido al apasionante mundo de la economía del comportamiento, donde las expectativas y la psicología son tan importantes como los datos y los modelos económicos. Investigaciones en este campo han encontrado que la forma en la que pensamos sobre el futuro podría tener un efecto sobre nuestra respuesta a los problemas presentes y viceversa.
Profecías autocumplidas
Por ejemplo, Margaret Bray y Nathan Savin desarrollaron en 1986 un modelo mediante el cual determinaron que las expectativas de las personas pueden convertirse en profecías autocumplidas. Su modelo destaca cómo las expectativas pueden crear ciclos de retroalimentación que moldean la realidad y refuerzan las mismas expectativas. Dicho de manera sencilla, si esperamos cierto resultado, por ejemplo, un desastre climático, entonces nuestras acciones, influenciadas por esas expectativas, harán que sea más probable que ocurra. Es como si nuestras expectativas tuvieran algún tipo de poder mágico para moldear la realidad. Esto es grave porque, si las corporaciones y los individuos esperan que los efectos del cambio climático sean irremediables, entonces actuarán de maneras que podrían empeorar el problema, como, por ejemplo, desinvirtiendo en acciones de mitigación debido a la influencia de pensamientos derrotistas. En otras palabras, podemos ser apresados por un patrón de pesimismo que nos conduciría al desastre climático que tanto temíamos que pasaría desde el inicio. Pero Bray y Savin no solo encontraron que el pesimismo es el motor de un ciclo vicioso que alimenta resultados negativos, sino también que dicho pesimismo podía persistir incluso frente a evidencia contraria, ya que las expectativas fuertemente arraigadas pueden ser muy lentas de actualizar. Ellos demostraron que entender la realidad puede ser un proceso extremadamente lento cuando nuestras expectativas son tan poderosas que pueden influir sobre la realidad. En un sistema tan complejo como el clima global, esta inercia en nuestro pensamiento puede ser desastrosa.
Actualización de expectativas
Por otro lado, George Evans (2021) aborda desde una perspectiva fascinante cómo formamos y actualizamos nuestras expectativas en un mundo en constante cambio. A diferencia de Bray y Savin, que se enfocan en expectativas autocumplidas, Evans se centra en el proceso de aprendizaje y cómo puede ser lento, especialmente para desafíos a largo plazo como el cambio climático. Específicamente, Evans señala que muchos de los desafíos más apremiantes que enfrentamos, entre los que se destaca el cambio climático, se desarrollan en escalas temporales mucho más largas que los típicos ciclos económicos. En lugar de meses o años, hablamos de décadas e incluso siglos. Además, las magnitudes de los cambios involucrados suelen ser enormes. En este contexto, Evans cuestiona el supuesto común en los modelos económicos tradicionales de que podemos predecir el futuro con precisión. En su lugar, propone una visión más realista: actualizamos nuestras expectativas gradualmente a medida que enfrentamos nueva información. Este proceso puede ser visto como un método de prueba y error, donde aprendemos continuamente sobre el mundo basándonos en nuestras experiencias. La clave, según Evans, es que la velocidad de este proceso de aprendizaje es incierta y puede ser bastante lenta, lo que a su vez afecta la efectividad de nuestras acciones y políticas.
La conclusión clave del enfoque de Evans es que incluso las políticas cuidadosamente diseñadas podrían ser menos efectivas de lo esperado si las personas son lentas en su aprendizaje y, por ende, en ajustar sus expectativas y adaptar sus comportamientos. Un ejemplo concreto que ilustra esta idea es el siguiente: imagina que el gobierno introduce un impuesto al carbono para incentivar una transición hacia energías más limpias. En un mundo ideal todos incorporarían inmediatamente este nuevo precio en sus decisiones, acelerando dicha transición. Pero, en realidad, muchas personas podrían ver el impuesto como una molestia temporal en lugar de un cambio duradero. Como resultado, responderían más lentamente, posponiendo inversiones en tecnologías verdes o buscando formas de evitar el impuesto en lugar de cambiar su comportamiento. Consecuentemente, Evans sugiere que esta discrepancia entre expectativas y realidad puede obstaculizar significativamente la efectividad de las políticas. Si las personas son lentas en reconocer y actuar sobre los nuevos incentivos, el progreso hacia los objetivos políticos avanzaría a un ritmo dolorosamente lento. Este hallazgo tiene profundas implicaciones para los gobiernos, sugiriendo que diseñar políticas efectivas no solo implica establecer los incentivos correctos, sino también moldear activamente las expectativas del público para impulsar un cambio de comportamiento rápido y duradero.
¿Inercia de las expectativas?
De igual manera cabe destacar un estudio publicado en abril de este año, por los investigadores Lawrence Christiano, Martin S. Eichenbaum y Benjamin K. Johannsen que analiza los factores que determinan la velocidad a la que aprendemos y adaptamos nuestras expectativas. Usando modelos matemáticos, ellos muestran que esta velocidad depende de cuán fuertemente nuestras expectativas dan forma a los resultados reales. En otras palabras, cuanto más nuestras creencias influyan en lo que realmente ocurre, más lentos seremos en ajustar estas creencias cuando aparezca nueva información que las desafíe. Es como si las expectativas tuvieran su propia inercia, haciéndolas resistentes al cambio incluso cuando los datos y la evidencia sugieren que se deberían ajustar. Esta rigidez podría tener consecuencias profundas y alarmantes en el contexto del cambio climático. Imagine una sociedad que viva bajo la creencia de que la problemática del cambio climático es demasiado vasta, compleja y costosa como para ser afectada significativamente por la acción humana. Esta creencia podría perpetuar decisiones y comportamientos que solo empeoren la crisis climática, llevando a resultados catastróficos. Sin embargo, el trabajo de Christiano y sus colegas no es completamente pesimista, sino que también ofrece un rayo de esperanza: si se logra identificar los factores claves que influyen sobre la velocidad de aprendizaje de los individuos, es posible diseñar políticas climáticas y estrategias de comunicación que aceleren la alineación de las expectativas colectivas con la realidad de la crisis climática, permitiendo superar la inercia derivada de dichas expectativas y creando un camino más rápido hacia la acción efectiva.
¿Qué significa todo esto para los gobiernos y la sociedad en su conjunto?
Tal vez lo que más se debe destacar es que es peligroso confiar en modelos o predicciones que ignoren el poder de las expectativas. Estos serían completamente erróneos acerca de cuán rápido podrían funcionar las políticas, distorsionando las expectativas y, por ende, inyectando pesimismo en la sociedad. Reconocer estas limitaciones es crucial. Sin embargo, creo que la lección más profunda es la importancia vital de las narrativas y la comunicación en la política climática. Si las expectativas pueden perpetuarse a sí mismas, entonces debería ser una prioridad cultivar activamente expectativas que sean congruentes con un futuro alcanzable de carbono cero mediante un proceso paulatino de mejora con triunfos pequeños pero continuos. Esto requerirá una nueva estrategia de comunicación, que contenga mensajes claros, con metas a corto plazo, convincentes y realistas sobre la dirección y posible efectividad de las políticas, respaldados por acciones creíbles. También implicará dejar a un lado las narrativas apocalípticas y reemplazarlas por aquellas que enfaticen nuestra capacidad para crear un futuro mejor.
Al final, cambiar las expectativas de una sociedad entera es un desafío monumental y requiere de un esfuerzo coordinado de los gobiernos, las empresas, los medios y la ciudadanía en su conjunto. Pero a medida que la crisis climática empeora, no podemos darnos el lujo de ignorar el inmenso poder detrás de nuestras expectativas. Al aprovechar las ideas de la economía del comportamiento, podemos diseñar nuevas estrategias para un progreso desesperadamente necesario. Por lo tanto, forjar expectativas de un futuro mejor podría resultar ser una de las herramientas más poderosas.
Así que la próxima vez que piense en el cambio climático, recuerde: la batalla no solo se libra en el mundo físico, sino también en la vasta frontera del imaginario colectivo. Y con las herramientas adecuadas, esa es una batalla que todos podemos ayudar a ganar. Por esto vale la pena preguntarnos: ¿qué historia queremos contar? ¿Qué futuro queremos creer y, por ende, crear? Porque en la lucha contra el cambio climático, creer en nuestra capacidad para marcar la diferencia puede ser el primer y más importante paso para crearla.
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