Han pasado seis meses desde que la irrupción del COVID-19 cambiara la vida tal y como la conocíamos hasta entonces. Con la pandemia y las restricciones de viaje y movilidad, ha llegado el shock de demanda turística más importante desde que, en 1950, el turismo despegara a nivel global. De los problemas del ‘overtourism’ o masificación, que centraban la atención de una gran parte de los destinos turísticos más exitosos en 2019, se ha pasado a un escenario de demanda prácticamente nula durante varios meses.
Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), al 20 de abril de 2020, el 100% de los destinos a nivel global había impuesto restricciones de viaje y el 83% ya lo había hecho desde hacía cuatro semanas o más. No ha sido hasta el 1 de septiembre cuando se ha podido registrar un levantamiento parcial de las restricciones de viaje en una ligera mayoría de los destinos del mundo (apenas el 53%). Sin embargo, a pesar de esta lenta reactivación plagada de condicionantes como cuarentenas y diagnósticos del virus PCR en origen y en destino, la amenaza de rebrotes de la enfermedad sigue generando incertidumbre sobre la evolución del turismo, tanto internacional como doméstico.
En sintonía con el resto del mundo, entre enero y junio 2020 con respecto al mismo periodo en 2019, la región de América Latina y el Caribe ha registrado un desplome de sus llegadas turísticas internacionales: -58% en el Caribe, -55% en Centroamérica y -52% Sudamérica (OMT). Según estimaciones del World Travel and Tourism Council (WTTC) la contracción de la demanda turística internacional y doméstica puede ser responsable de la potencial pérdida de 4,7 millones de empleos turísticos y USD 83,8 mil millones de PIB en Latinoamérica, así como 1,2 millones de empleos y USD 26,4 mil millones de PIB en el Caribe.
En ocasión del Día Mundial del Turismo, que celebramos el 27 de septiembre, es importante reivindicar el rol esencial del turismo para el desarrollo socioeconómico local. En las últimas décadas, el turismo ha traído prosperidad, creación de empleo y empoderamiento local a diferentes regiones y países del mundo. Según el WTTC en 2019, el turismo tuvo una contribución total al PIB latinoamericano del 8,1% (USD 298,9 miles de millones) y del 13,9% al PIB caribeño (USD 58,9 miles de millones), lo que convierte al Caribe en la región más dependiente del turismo a nivel mundial. Además, ese mismo año, el turismo fue responsable del 7,9% del empleo total en Latinoamérica (16,8 millones) y del 15,2% (2,7 millones) en el Caribe. Los efectos indirectos e inducidos del turismo en la economía latinoamericana fueron casi tres veces mayores que su aporte directo y un poco más del doble en el caso del Caribe. Por ello, el frenazo de la actividad turística originado por el COVID-19 genera un enorme efecto negativo también para otros sectores de la economía de la región.
Estas cifras proporcionan un valioso recordatorio sobre la urgencia de impulsar una rápida reactivación del turismo en la región para recuperar cuanto antes sus beneficios sociales y económicos. Ahora, más que nunca, los tomadores de decisión deben mostrar habilidades de pensamiento crítico para relanzar un sector turístico fortalecido.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es un socio estratégico para acelerar dicha reactivación. Desde el inicio de la pandemia, y a través de una interacción continua con los países de la región, el BID ha venido desplegando diversas medidas de apoyo para las empresas del sector y los destinos regionales, que incluyen la habilitación de productos de financiamiento, pero también la generación de conocimiento.
Por ejemplo, el BID con apoyo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ha desarrollado un Modelo Predictivo de Demanda Turística Internacional, que permite anticipar la evolución de los diferentes mercados emisores internacionales. El punto de partida es la construcción de un escenario base que predice la demanda que hubiera ocurrido en 2020 y 2021 de no haber existido la pandemia. Esta demanda del escenario base se ve afectada por la situación actual con COVID-19 en función de tres efectos:
- El ritmo de reactivación de cada mercado emisor en función de la evolución del COVID-19 y el riesgo de que ingresen visitantes contagiados al destino (en base a un modelo epidemiológico SIR);
- La reducción de renta en origen y cómo ello disminuye la capacidad de viaje (en base a un modelo de datos de panel);
- El nivel de confianza para viajar (utilizando encuestas sobre intención de viaje).
Estos tres efectos afectan la demanda esperada pre-COVID19 y permiten ajustar, de forma realista, el valor de la demanda esperada post-COVID19, por parte de los diferentes mercados emisores. Esta metodología se ha aplicado ya a algunos casos piloto en la región, revelando su utilidad para identificar los mercados emisores en los que hay que focalizar o retrasar los esfuerzos y asignación de recursos para la reactivación. El modelo puede contribuir a alcanzar un equilibrio entre la protección de los destinos frente a potenciales visitantes contagiados y el estímulo a la demanda turística internacional.
Esta herramienta, junto con otras que los propios países y otros organismos están desarrollando, son fundamentales para establecer brújulas de actuación basadas en evidencia empírica fiable en estos momentos confusos y llenos de incertidumbre. El pensamiento crítico de los tomadores de decisión necesita respaldo técnico más que nunca: si la inteligencia turística era esencial en la era pre-COVID, ahora se ha vuelto imprescindible para lograr un sector turístico más coordinado a la hora de tomar decisiones. Con este tipo de instrumentos y el esfuerzo colectivo, somos optimistas acerca de la resiliencia del sector para celebrar, el próximo año, un 27 de septiembre diferente, con un turismo otra vez en alza bajo nuevos paradigmas de sostenibilidad e innovación.
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