¿Sabe usted que en promedio 8 de cada 10 inventos son patentados en América Latina por empresas extranjeras? Las empresas latinoamericanas rara vez deciden patentar, pese a que sus invenciones cumplen con los requisitos de novedad absoluta, actividad inventiva y aplicación industrial que se exigen para obtener la patente. Más bien, los innovadores latinoamericanos se abstienen de registrar sus invenciones con lo cual pierden oportunidad para darse a conocer y encontrar socios interesados en hacer negocios con ellos.
Una explicación preliminar de este curioso comportamiento apuntaba hacia la desconfianza del emprendedor por hacer pública su tecnología, a través del patentamiento. Después de todo, la desconfianza social que acusan los latinoamericanos hacia sus instituciones es proverbial; no hay por qué suponer que los emprendedores son ajenos a esa realidad sociológica.
El informe Latinobarómetro reseñado por esta reciente nota en The Economist da cuenta de la desconfianza de los latinoamericanos hacia sus instituciones. Para quien legítimamente aspira a hacer dinero vendiendo la salsa para ensaladas de la familia es natural mantener secreta la fórmula si se percibe que las instituciones no protegerán ese legítimo deseo.
Sin embargo, hay un dato aún más curioso. Según un reciente estudio del BID los emprendedores no son escépticos, sino más bien desconocen cómo el sistema de protección legal puede protegerlos. En otras palabras, los emprendedores latinoamericanos sufren un aparente problema de percepción sobre la relevancia que tienen las instituciones creadas para proteger la propiedad intelectual. Y al no percibir su utilidad sencillamente no las utilizan. Es lo que los psicólogos llaman un “sesgo de confirmación cognitivo”: dado que el sistema no se percibe útil, los empresarios se abstienen de utilizarlo, impidiendo que el sistema pueda ponerse en marcha, lo cual confirma la creencia sobre su inutilidad. Es un círculo vicioso que condena el sistema de propiedad intelectual a su paralización.
Por ello, no es casualidad que los emprendedores latinoamericanos prefieran proteger sus activos intangibles a través de mecanismos de fácil (conocida) utilización, como son las marcas comerciales, que suponen un registro simplificado, o sencillamente, emplear secretos comerciales que apenas requieren una mínima formalidad. Eso se evidencia en el cuadro comparativo con otras regiones (ver gráfico arriba)
Las empresas de otras regiones, por el contrario, invierten enormes sumas de dinero en monetizar y luego proteger su propiedad intelectual pues saben que ella es la principal fuente de riqueza en la economía de hoy: Al diseccionar el valor de las S&P 500, Ocean Tomo (2015) concluye que para este año más de 85% de dicho valor será producto de activos intangibles, lo que es un incremento de 52% desde 1985.
Este valor intangible se manifiesta por ejemplo en industrias como las creativas, donde la creatividad de las ideas ronda el 90% del valor de los servicios producidos. A nivel global se refleja en la riqueza de las naciones: Orlando, antes de la llegada de Disney a finales de los 60, era una modesta ciudad del hinterland de la Florida, rodeada de pantanos insalubres; hoy día es la ciudad de Estados Unidos que recibe más turistas anualmente (62 millones), superando a Nueva York, San Francisco y Washington, D.C. Sin contar con el recurso petrolero o con dos milenios de historia asentadas en valiosas ruinas arqueológicas, el estado de la Florida ha logrado un PIB superior al de Turquía o Arabia Saudita, con la fuerza de ideas bien protegidas y comercializadas.
Este es el valor que se desperdicia en America Latina, no porque haya carencia de creatividad, sino porque a las ideas no se las direcciona en los canales institucionales que hacen posible surgir los mercados, para darles valor.
¿Cuál es el reto de Latinoamérica?
El reto es apalancar el esfuerzo de las oficinas de transferencia tecnológica en patentes y derechos de autor, fortaleciendo las redes de especialistas en comercializar las buenas ideas a través de la propiedad intelectual. Igualmente, supone incorporar activamente, incluso a titulo obligatorio, la comercialización de la propiedad intelectual en los programas de formación a emprendedores, para que puedan incorporarla como parte de su estrategia competitiva internacional.
Finalmente, supone acercar los programas curriculares universitarios dictados en las facultades de derecho, negocios, ingeniería y medicina, que en la actualidad se estudian como si fueran silos. Solamente a través de la inseminación cruzada de ideas puede fecundarse la innovación y articularse mejores estrategias para su protección legal y de negocios.
Solamente monetizando la propiedad intelectual Latinoamérica podrá tener “ojos que sí ven y corazones que sí sienten” la incomodidad de no capitalizar riqueza no aprovechada.
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