En noviembre de 2016 el Ministerio de Relaciones Exteriores de China emitió un informe oficial para orientar sus lazos con América Latina y el Caribe hasta finales de 2019. El informe, que cubre toda la gama de relaciones entre las dos regiones, subrayó que China había entrado en una “nueva etapa de colaboración integral” con América Latina y el Caribe, y que buscaba profundizar su participación en la región en actividades de extracción de recursos energéticos y naturales.
Esa relación ya es sumamente profunda. En la década de 2000, al surgir como la segunda mayor economía del mundo, la superpotencia asiática comenzó a comprar productos básicos sudamericanos, entre ellos, minerales, soja y petróleo a gran escala. A mediados de esa década China aportaba ingentes recursos económicos para proyectos de desarrollo en Sudamérica, entre ellos, oleoductos y refinerías, obras de infraestructura de transporte y de generación hidroeléctrica, contribuciones que alcanzaron su pico en 2010 con una inversión anual de US$35.600 millones. Para 2016 China había reemplazado a Estados Unidos como el principal punto de destino de las exportaciones sudamericanas. También pasó a ocupar el segundo lugar detrás de Estados Unidos como destino de las exportaciones de la región en su conjunto. ¿Puede ahondarse aún más esa penetración en la región?
En algunos aspectos es poco probable, al menos del corto al mediano plazo. Debido a la ralentización de la economía china, las exportaciones de América Latina y el Caribe a ese país apenas han aumentado durante los últimos cinco años, con una suba de solo 0,1 puntos porcentuales del PIB de la región. Por su parte, los préstamos y las inversiones de China han disminuido, debido en parte a que el país ha tomado una mayor conciencia acerca de los riesgos políticos que conllevan los compromisos en el exterior.
El papel de China como comprador de recursos energéticos de la región también puede reducirse. Esto obedece en parte a que los descubrimientos de gas de esquisto en la cuenca de Sichuán, cerca del Tíbet, y en la provincia de Guizhou, llevaron a que el país actualmente destine recursos considerables a la producción interna de gas, y puede que ya no necesite tanto petróleo del exterior.
Todo esto tiene implicaciones importantes. El auge de los productos básicos entre 2004 y 2012, impulsado en gran medida por la demanda de China, trajo consigo muchos beneficios: fomentó el crecimiento económico, aportó fondos para servicios sociales e infraestructura y redujo la desigualdad, especialmente en América del Sur.
Pero también agravó la dependencia ya existente de las exportaciones de productos agrícolas, minerales y combustibles, dejando a grandes productores como Brasil, Argentina, Ecuador y Venezuela en una situación de mayor vulnerabilidad aún a las fluctuaciones de los precios de los productos básicos.
También socavó la posición de los fabricantes locales con productos importados más baratos. Por ejemplo, en Brasil la saturación del mercado nacional con computadoras chinas desalentó el desarrollo interno de tecnologías informáticas, una de las numerosas instancias en que las importaciones han contribuido a la baja de la proporción del PIB correspondiente al sector manufacturero, o desindustrialización. La fuerte dependencia de las exportaciones de productos básicos por parte de la región puede haber reducido los incentivos para una mayor diversificación. Y esa diversificación pudo haber llevado precisamente a la región a fabricar productos de mayor nivel de procesamiento y valor agregado, y a encaminarse en última instancia hacia la creación de tecnologías de avanzada.
No obstante, actualmente hay señales positivas de que la participación de China en la región está evolucionando de formas que facilitarán un desarrollo más sostenible. Por ejemplo, en los últimos cinco años la inversión extranjera directa (IED) china en la región ha pasado de una concentración abrumadora en materias primas y energía a una que también incluye la manufactura, el sector inmobiliario y los servicios básicos. De continuar, este desplazamiento puede ayudar a aislar a la región de los peligros de depender de las exportaciones de productos básicos y contribuir a su estabilidad económica.
Claro que América Latina y el Caribe debe hacer su parte. Tiene que mejorar las políticas relacionadas con esos sectores económicos, con el fin de atraer una mayor IED, tanto china como de otros países. Un elemento clave es la infraestructura física. Pero para poder remontar la cuesta del valor agregado también se necesita contar con mejores habilidades, y en este aspecto la región sigue rezagada, como lo revela la publicación insignia del BID, que aparecerá muy pronto: Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades.
Claro que China, que ha cumplido un papel enorme en el comercio exterior, la inversión y el desarrollo de la región, seguirá siendo un actor clave. Y efectivamente hay oportunidades de articulación y colaboración entre dicho país y la región en toda una serie de áreas. América Latina y el Caribe simplemente debe estar preparada para aprovechar al máximo los beneficios potenciales de esa relación. Con una buena gestión, seguro ese vínculo podrá crecer, evolucionar y beneficiar a ambas partes por mucho tiempo.
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