Las remesas –el dinero que envían los emigrantes que trabajan en el extranjero a sus familias en sus países de origen– constituyen una importante fuente de ingresos para muchas personas en América Latina y el Caribe, representando hasta el 20% del PIB en países como El Salvador, Honduras, Haití y Jamaica. Al igual que ocurrió después de la crisis financiera mundial de 2008, las remesas, por lo general, disminuyen tras una recesión económica. Pero durante la pandemia de la COVID-19 ocurrió algo muy particular. A medida que la pandemia se propagaba y las economías se contraían, los flujos de remesas hacia la región aumentaron inesperadamente más del 9% en 2020 y pasaron a registrar un crecimiento de dos dígitos tanto en 2021 como en 2022.
Esta inusual tendencia se puede explicar gracias a las políticas económicas sin precedentes de los países desarrollados, por un lado, y a la desigual recuperación de las economías nacionales, por el otro.
Un inesperado giro ascendente
A finales de abril de 2020, mientras la economía mundial se hundía y los mercados financieros se comprimían, el Banco Mundial emitió un comunicado de prensa en el que advirtió sobre la probabilidad de que las remesas disminuyeran considerablemente en las economías en desarrollo del mundo. Para América Latina y el Caribe, la proyección indicaba una preocupante reducción del 19,3%. Sin embargo, a pesar de que las remesas cayeron en abril y mayo, lograron recuperarse rápidamente durante el verano y, después, la tendencia alcista previa a la pandemia retornó e incluso se aceleró. Para México, que representa cerca de dos quintas partes de las remesas que llegan a la región, el dinero enviado desde Estados Unidos aumentó un 11,4% en 2020. Eso fue durante un año en el que la economía estadounidense sufrió una caída del PIB del 3,5%, su peor contracción anual en más de 70 años. Durante 2021, las remesas hacia México aumentaron un 28%, cifra récord, convirtiéndose en el segundo país del mundo que más remesas recibe, después de India.
Explicación del aumento
En retrospectiva, se aclara por qué la evolución de las remesas durante la pandemia logró superar las expectativas. Para empezar, la pandemia desencadenó una extraordinaria respuesta fiscal y monetaria en Estados Unidos y algunos otros países desarrollados. En Estados Unidos, el estímulo fiscal fue rápido y considerable. Los hispanos recibieron pagos de estímulo, préstamos empresariales y mayores beneficios de desempleo. Además, muchos inmigrantes de la comunidad latina trabajaban en empleos considerados esenciales lo que les permitió evitar sustanciales rachas de desempleo.
El cierre de las fronteras y las restricciones a los viajes también contribuyeron, ya que muchos inmigrantes que llegaron a Estados Unidos pudieron quedarse más tiempo del previsto. A finales de 2020, la economía se había reactivado y el mercado laboral se había recuperado. Un mercado laboral aún más fuerte en 2021 supuso un crecimiento efectivo de los salarios reales.
Durante la pandemia no solo aumentó el valor de las remesas individuales sino también su volumen. Los economistas del FMI calcularon que la mayor parte del aumento de las remesas se debió al incremento del valor de las mismas, ya que las ayudas del gobierno de Estados Unidos y el aumento de los salarios en ese país puso más dinero en los bolsillos de los emigrantes. El shock de la pandemia tuvo efectos devastadores en el mercado laboral y en los salarios de las economías de la región. De ese modo, las mayores cantidades enviadas a casa sirvieron como una forma de seguro para ayudar a los familiares en dificultades a hacer frente a las repercusiones económicas.
El volumen de las remesas también fue un factor, ya que el número de transacciones aumentó, lo que se refleja, en parte, en la transición a formas digitales para las transferencias de dinero. También es posible que, dado que se realizaron menos transferencias de dinero a través de amigos o mensajeros que viajaban a casa, y más a través de canales formalizados como bancos, empresas de transferencias o aplicaciones digitales, los grandes aumentos observados en los datos oficiales obedezcan en parte a esta mayor formalización.
El costo de las transacciones no parece haber influido. A pesar de la competencia de los proveedores digitales las tarifas de transferencia se mantuvieron en el rango típico de alrededor del 3-5%. Por otra parte, el fortalecimiento del dólar estadounidense hizo que los receptores recibieran más moneda nacional por cada dólar enviado. Esto supuso un incentivo adicional para enviar dinero a casa, al igual que la inflación, que creció más rápido en la región que en Estados Unidos, intensificando la necesidad de ayuda adicional para cubrir los gastos básicos de subsistencia.
Consecuencias a corto y largo plazo
Para los países de la región, la historia de las remesas durante los años difíciles de la pandemia representa un punto positivo en un período económico sombrío. El aumento de las remesas alivió parte de la penuria económica infligida a las familias por la pandemia y, a nivel macro, proporcionó las divisas que tanto necesitaban los países que se enfrentaban a un déficit en la cuenta corriente y la balanza de pagos. Esto compensó la caída de los ingresos procedentes del petróleo, la construcción y el turismo, así como la disminución de la inversión extranjera directa. Por tanto, los efectos a corto plazo fueron ampliamente positivos.
Por otro lado, muchos países de la región dependen excesivamente de las remesas del extranjero. Esto puede aumentar la vulnerabilidad a los shocks externos. Un aumento de las remesas también puede indicar que la emigración está aumentando y, a largo plazo, eso puede agotar considerablemente el capital humano disponible. Si este proceso persiste, puede exacerbar las desigualdades entre países. Esto puede llevar a una mayor migración, perpetuando un círculo vicioso. Por ello, las remesas no pueden sustituir a largo plazo el desarrollo económico y social impulsado a nivel interno. Los gobiernos de la región deben seguir promoviendo políticas que creen economías competitivas, como las de una buena gobernanza, una regulación favorable a las empresas, educación de alta calidad e infraestructuras modernas. Las remesas deben seguir siendo solo un colchón que amortigüe el impacto de los shocks inesperados. Pero no deben convertirse en el principal motor del desarrollo económico y la estabilidad macroeconómica.
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