En América Latina y el Caribe se celebró el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo con una mezcla de orgullo y frustración. Orgullo, porque la mujer ha acrecentado formidablemente su nivel de formación y su presencia en la fuerza laboral. Frustración, porque todavía le cuesta mucho superar las barreras invisibles en los cargos de alta gerencia y también porque sigue ganando menos que el hombre, incluso teniendo el mismo nivel de experiencia.
Por el lado positivo, las mujeres están avanzando cada vez más a todo lo largo y ancho de la región, estudiando en la universidad o trabajando en la oficina. Siguiendo adelante con una tendencia que se inició a comienzos de la década de 1990, las mujeres tienen actualmente una mayor presencia que los hombres en la educación superior. Ya en 2007, 26% de las mujeres trabajadoras tenían alguna experiencia universitaria; muy por encima del 17% de los hombres trabajadores. Además de eso, cada vez más están percibiendo un salario. Entre 1990 y 2013, la participación de las mujeres en la fuerza laboral aumentó de 40% a 54%; el mayor aumento entre todas las regiones del planeta, según un informe de la ONU.
Afortunadamente, hoy día hay mujeres en la cima del poder en América Latina y el Caribe. El número de mujeres presidentes en la región aumentó de tres en los años 80 a siete en la década de 2000, y para 2012, 20% de las curules parlamentarias estaban ocupadas por mujeres. En el mundo empresarial, en un puñado de países (Jamaica, Colombia y Santa Lucía) hay incluso una mayor presencia de mujeres que de hombres en la esfera gerencial.
Pero a pesar de ello persiste la brecha entre los sexos, especialmente en los niveles profesionales superiores. Por ejemplo, según un informe del BID de 2012, apenas 33% de los cargos profesionales mejor remunerados de la región en arquitectura, derecho e ingeniería, entre otros campos, están ocupados por mujeres, mientras que entre el personal de servicio, comercial y administrativo, la mujer tiene una presencia desproporcionadamente alta. Y en promedio, en América Latina y el Caribe, apenas 8,5% de los integrantes de juntas directivas y 9,2% de los ejecutivos por compañía son mujeres, según otro estudio del BID.
De hecho, en todos los niveles de la jerarquía laboral la disparidad es la norma, ya que los estereotipos y las ideas arcaicas sobre el papel que les corresponde al hombre y a la mujer, tanto en el hogar como en el lugar de trabajo, siguen refrenando a la mujer. Dado que las mujeres siguen soportando una mayor carga de labores domésticas, trabajan más que los hombres en empleos a medio tiempo. Debido a que asumen más responsabilidades en la crianza de los hijos, ingresan al mercado laboral más tarde y se apartan del mismo por períodos más largos, lo que les impide acumular la experiencia que en última instancia conduce a mayores salarios. Hoy por hoy, como consecuencia de estos y otros factores, en América Latina y el Caribe los hombres trabajadores ganan 10% más que las mujeres trabajadoras. Sorprendentemente, ganan en promedio 17% más que ellas, incluso cuando son exactamente de la misma edad y nivel de experiencia.
Hay que reconocer que la región está adquiriendo conciencia del costo humano de tales disparidades. También se están comenzando a vislumbrar sus efectos negativos en el crecimiento económico. Desde 2014, por ejemplo, Argentina, Brasil, Ecuador y Uruguay han promulgado leyes que contemplan salario igual por trabajo igual y prohíben la discriminación por motivo de sexo a la hora de contratar trabajadores. Ocho países de la región han ratificado el Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos de la OIT, el cual contempla el pago de salario mínimo, la remuneración del tiempo extra y el otorgamiento de vacaciones anuales para los trabajadores domésticos, la abrumadora mayoría de los cuales son mujeres. Además, las disposiciones que protegen a las madres están mejorando y en 25% de los países de la región actualmente se contempla un mínimo de 14 semanas de permiso remunerado de maternidad.
Pero aún así, todavía queda mucho más por hacer. Al ampliar el permiso de maternidad de la mujer y otorgar permiso al padre también, los países pueden asegurar una distribución más pareja de las cargas familiares entre los sexos. Esto puede permitir que la mujer tenga hijos sin tener que poner su carrera profesional en animación suspendida o abandonar la fuerza laboral del todo. Al hacer aumentar el número y la calidad de las guarderías y los hogares de cuidado diario, los países pueden ayudar a la mujer a pasar de empleo a medio tiempo a empleo a tiempo completo. Y a medida que vayan aumentando las disposiciones legislativas contra la discriminación en la contratación y la remuneración, así como contra el acoso sexual, estarán ayudando grandemente a que haya igualdad de oportunidades. A su vez, ello ayudará a acelerar los cambios sicológicos y culturales que se necesitan para no relegar a la mujer de manera espontánea a posiciones subalternas. Aunque todavía queda un largo camino por recorrer, se espera que las nuevas generaciones traigan consigo nuevos enfoques y convicciones. Y esas convicciones sostienen que eliminar la desigualdad es vital tanto para la lucha contra la pobreza como para la dignidad humana.
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