Los últimos meses marcan un punto de inflexión para la conservación en América Latina. Han visto la creación y ampliación de nuevos parques nacionales que cubren millones de hectáreas y abarcan desde los imponentes tepuyes y el antiguo arte rupestre de la Amazonía colombiana hasta los ríos de la llanura de la Amazonía peruana y los templados bosques lluviosos de la Patagonia chilena.
Esto no podía haberse producido en mejor momento. Entre 2001 y 2012, América Latina y el Caribe perdieron 36 millones de hectáreas de selvas y pastizales debido a la producción agrícola y ganadera. Pero la deforestación, ligada a la sequía, al calentamiento global y a la pérdida de biodiversidad, continúa causando estragos. Otros diez millones de hectáreas de tierras silvestres desaparecieron entre 2010 y 2015 solo en Sudamérica, una tasa de deforestación superada únicamente por África.
Los nuevos parques son una señal de esperanza. Son un reconocimiento de que la ampliación de la ya extensa red de áreas protegidas y reservas indígenas constituye una de las mejores formas de frenar la deforestación, cumplir los compromisos asumidos en la Cumbre sobre cambio climático de París en 2015 y abordar las inquietudes de una ciudadanía que, al menos en América Latina, considera el calentamiento global como la principal amenaza contra su seguridad.
Un parque nacional del tamaño de Dinamarca
En Colombia, ganaderos, agricultores y especuladores de tierras han venido talando los bosques a un ritmo vertiginoso. Pero el 21 de febrero del presente año, el presidente Juan Manuel Santos anunció una ampliación de más del 50% del Parque Nacional de Chiribiquete, la reserva natural más grande del país y un tesoro de la Amazonía, aumentando su superficie hasta un área aproximada al tamaño de Dinamarca. El parque recientemente ampliado protege ríos caudalosos, selva y cientos de especies de aves y mamíferos, y posee un patrimonio cultural único: decenas de miles de representaciones de animales y guerreros dibujadas en lo alto de elevadas formaciones rocosas o tepuyes, de más de 8,000 años.
En enero, la entonces presidenta chilena Michelle Bachelet anunció la creación de la Red de Parques Nacionales de la Patagonia chilena de 4.2 millones de hectáreas, aumentando las áreas protegidas del país en cerca de un 40% en la franja austral chilena hasta el Cabo de Hornos. La Red de Parques, tres veces el tamaño de los parques de Yosemite y Yellowstone en los Estados Unidos, abarca bosques tropicales templados, volcanes y glaciares de montaña, y es un notable proyecto público y privado. La filántropa estadounidense Kristine McDivitt Tompkins y su difunto esposo, Douglas Tompkins, empezaron a comprar tierras en el área 25 años atrás, en aras de conservar y donar al sistema un millón de acres de su propiedad personal.
En Perú, también en enero, algunas poblaciones indígenas fueron clave para el establecimiento del Parque Nacional Yaguas, un ecosistema de 868,000 hectáreas de tierra virgen en el Amazonas, con turberas con grandes depósitos de carbono y llanuras aluviales que albergan cientos de especies de peces.
Las reservas naturales son cruciales para el suministro de agua
La conservación de estas fábricas de agua es crucial, sobre todo cuando ya un 20% de la selva del Amazonas ha sido deforestada. Los científicos describen cómo en el Amazonas los árboles absorben la humedad del suelo liberando cada día 20 mil millones de toneladas de agua en la atmósfera. El vapor de agua es entonces transportado por el aire como ríos voladores, alejados de su fuente, produciendo descargas de lluvia de las que dependen millones de personas en toda América Latina.
El cambio climático exacerba la creciente tendencia hacia la sequía. El período 2014-2015 en São Paulo fue, de lejos, el año más seco en ocho décadas, con el embalse de la ciudad en su mínimo histórico. La escasez de lluvias produjo recortes en el suministro de agua en hogares, recortes en la producción hidroeléctrica y obligó a agricultores y a fábricas a reducir su producción. En Colombia, la sequía durante el mismo período mató a decenas de miles de animales silvestres y domésticos, y un año más tarde provocó graves apagones en Venezuela.
Un planeta en proceso de calentamiento no solo perjudicará la agricultura y la producción hidroeléctrica en América Latina, sino que, según como se expuso en un blog, podría ejercer presión sobre las ciudades ya que se espera que entre el 10 y el 15% de la población de América Latina migre de las zonas rurales a las ciudades en los próximos 30 años. Las presiones sobre los servicios de salud y educación, vivienda y transporte, así como otros componentes de la vida urbana podrían resultar abrumadoras, un argumento importante para poner en práctica las recomendaciones del programa Ciudades Emergentes y Sostenibles del BID.
La conservación en este escenario es un acto de supervivencia, puro y simple. Desde hace tiempo, los investigadores entendieron la importancia de los parques nacionales y de las reservas indígenas como barreras contra la galopante deforestación de una frontera agrícola en constante ampliación. Mientras los formuladores de políticas trabajan en la construcción de modelos de producción más sostenibles, resulta imperiosa la creación de grandes áreas protegidas, como los admirables parques creados recientemente.
Alfredo Contreras Yance dice
En la área andina del Perú, está tornándose dramático los efectos del cambio climático; los Gobiernos Sub Nacionales poco o nada les interesa implementar políticas publica sobre conservación y preservación de área naturales; la transferencia de recursos financieros de parte del Gobierno Nacional es muy escaso, falta compromiso real y efectiva de los tomadores de decisión para generar proyectos inversión para forestar y reforestar las áreas desérticas.
Carlos dice
En Chile no existen bosques tropicales, si bosques templados lluviosos en la patagonia. Por favor corregir la información.
Tom Sarrazin dice
Muchas gracias, Carlos, tienes toda la razón. Ya lo ajustamos.