Las plataformas de redes sociales como Facebook y WhatsApp se están convirtiendo en los principales canales de participación política en América Latina. Hoy en día, la gran mayoría de adultos de todas las democracias de la región afirman que reciben o comparten información política a través de las redes sociales. A diferencia de hace diez años, cuando solo una décima parte lo hacía. Nunca está de más hacer hincapié en el notorio incremento de la importancia de las redes sociales en materia política. Su penetración se extiende ahora mucho más allá de los vínculos sociales informales, llegando a lo más profundo de la esfera pública para conectar digitalmente a votantes y políticos. ¿Cómo afectan estas tendencias las elecciones en la región?
En el mejor de los casos, las redes sociales nivelan el campo de juego político, permitiendo que un mayor número de candidatos tenga voz, recaude fondos y movilice el apoyo político. Pero en el peor de los casos, las redes sociales permiten la difusión de información falsa y alimentan el discurso incivil, engendrando el cinismo y la desconfianza en el electorado. Pese a la constancia de los esfuerzos públicos y privados por contener sus efectos nocivos, no cabe duda de que las redes sociales están cambiando las reglas de la participación electoral.
La promesa democrática de las redes sociales
Las redes sociales son herramientas digitales gestionadas por “gigantes tecnológicos” estadounidenses que permiten a los usuarios crear y compartir contenidos en Internet. Cualquier persona, desde ciudadanos comunes hasta personajes públicos, puede abrir una cuenta y empezar a compartir mensajes, fotos y videos con distintos grupos de personas. Durante la última década en América Latina se ha disparado el uso de las redes sociales. Con las mejoras en el acceso a Internet y la asequibilidad de los teléfonos inteligentes, el uso de las redes sociales se ha convertido en un hábito diario para muchos. De acuerdo con datos del Latinobarómetro, cerca del 20% de los adultos de la región tenía una cuenta en Facebook en 2010. En 2015, esa cifra aumentó al 42% y luego al 65% en 2020. Mientras tanto, WhatsApp, una plataforma encriptada adquirida por Facebook en 2014, se hizo aún más popular alcanzando un 73% de uso en 2020. Originalmente diseñada como servicio de mensajería, WhatsApp en América Latina también se utiliza como plataforma de redes sociales. Mientras se producían estos cambios, los políticos de la región empezaron a trasladar sus comunicaciones a Internet. Por ejemplo, mientras que en 2011 en Brasil solo un 17% de los políticos nacionales tenían una página en Facebook -según datos de la propia Facebook- para las elecciones de 2018, dicha red social se había convertido en una herramienta estándar para prácticamente todos los políticos elegidos a nivel nacional.
La aparición de las redes sociales como herramienta electoral se remonta a la campaña presidencial de 2008 en Estados Unidos. La campaña de Obama adoptó, con gran habilidad, el nuevo medio para movilizar a los jóvenes partidarios y recaudar pequeñas contribuciones. Desde entonces, los políticos de los países en desarrollo también han empezado a aprovechar el poder de este nuevo modo de participación pública. Hoy en América Latina, la mayoría de los políticos del ámbito nacional alimentan sus cuentas de redes sociales a diario. La nueva tecnología ha demostrado ser especialmente valiosa para los políticos menos conocidos e independientes, ya que las redes sociales proporcionan un dispositivo de publicidad de bajo costo. Por ejemplo, en los últimos cinco años en México varios candidatos independientes, con sólidas estrategias en las redes sociales, fueron elegidos gobernadores estatales. Las barreras de acceso a la política se han reducido considerablemente. Los candidatos pueden conectar directamente con el electorado sin tener que recurrir a los medios de comunicación tradicionales. Los votantes afines, a su vez, pueden organizarse rápidamente para apoyar a un candidato.
Facilitando la manipulación electoral
Las nuevas herramientas de comunicación son poderosas de otra manera. Permiten personalizar los mensajes políticos a diferentes segmentos del electorado. Esto es lo que se conoce como microfocalización, una estrategia de marketing que utiliza datos detallados sobre los intereses individuales para influir en el comportamiento de compra. Aunque pueden ser inofensivas cuando las utilizan candidatos que comparten información verificada, estas capacidades pueden caer en manos de grupos con identidades ocultas para difundir deliberadamente desinformación buscando manipular la opinión pública. Según un informe de Freedom House de 2019, de los treinta países que celebraron elecciones o referendos el año anterior, veintiséis sufrieron interferencias electorales digitales.
Las prácticas de las redes sociales, como los bots, el spam, los trolls y los ciborgs, son especialmente comunes en época de elecciones. Producen noticias falsas, publicaciones virales, lenguaje provocativo e incivilidad, que se han convertido en sinónimos del uso de las redes sociales en las elecciones. Lo que abre la puerta a estos comportamientos pueden ser dos características de estas plataformas: las pocas restricciones sobre el contenido y la posibilidad de publicar de manera anónima. Sin restricciones de identificación ni contenido, la tendencia a la negatividad en los mensajes políticos, ya presente en medios más regulados como los anuncios de televisión, se amplifica. En consecuencia, las publicaciones en las redes sociales, aunque sean ciertas, suelen avivar en sus destinatarios emociones de ira, miedo, duda y desconfianza.
Las investigaciones revelan que la gente es más susceptible a la desinformación cuando la confianza en el sistema político es baja y la polarización política es alta. Estas condiciones describen a muchas de las democracias latinoamericanas. La baja confianza y la alta polarización probablemente reflejan problemas persistentes en los resultados económicos, sociales y de gobernanza. Pero el hecho de que la negatividad de las redes sociales se exacerbe en estos contextos sugiere que la región es especialmente vulnerable a los riesgos que plantean las redes sociales no reguladas. Es posible que el público esté empezando a reconocer las desventajas. Una encuesta de Pew que se llevó a cabo en once países, tres de ellos en América Latina, reveló que las grandes mayorías creen que las redes sociales los hacen estar más informados, pero también más susceptibles a ser manipulados. En las encuestas del Latinobarómetro la fracción de quienes creen que las redes sociales no sirven a la democracia ha pasado del 30% en 2015 al 40% en 2020. En un artículo en que se analizan datos recientes, los directores del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) concluyen que: “Las redes sociales producen resultados dispares en las democracias latinoamericanas, pero lo negativo parece pesar más que lo positivo”.
Cómo frenar la interferencia electoral en las redes sociales
Antes de las últimas elecciones generales de México, un grupo de más de 80 medios creó una iniciativa conjunta denominada Verificado 2018 para desmentir memes e historias virales que contienen información errónea potencialmente perjudicial. Se trata de la mayor iniciativa de colaboración de este tipo en América Latina, con asociados financieros representantes de fundaciones, el mundo académico y la sociedad civil. El estado de São Paulo en Brasil introdujo la alfabetización mediática como clase optativa para los estudiantes de secundaria. Las empresas de redes sociales se han visto presionadas a cambiar sus algoritmos para evitar algunos de los usos indebidos más atroces de sus plataformas. Mientras que los medios de comunicación tradicionales están muy regulados, sobre todo en los países en desarrollo, los Gobiernos latinoamericanos han tardado mucho en regular las plataformas de redes sociales. En lugar de esperar la autorregulación de las empresas de redes sociales, los líderes políticos deben crear normas sensatas para proteger el interés público y la integridad de las elecciones.
Las redes sociales, originalmente diseñadas para conectar a familiares y amigos, se están convirtiendo en un importante escenario en el que se desarrollan las campañas electorales. Al permitir a los usuarios crear contenidos y difundirlos de forma rápida, barata y precisa a grandes grupos, las redes sociales están transformando la dinámica del compromiso político. Estas nuevas reglas de juego presentan tanto ventajas como riesgos. Aprovechar las ventajas y minimizar los riesgos es una tarea difícil. Los Gobiernos, la sociedad civil y las propias empresas de redes sociales tienen que asumir una responsabilidad en este desafío.
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