Para muchas mujeres que viven en zonas rurales de América Latina, la decisión de dar a luz en su pueblo en vez de acudir a un centro de atención médica suele resultar fatídica. Demasiadas mujeres mueren en el período inmediatamente previo y posterior al parto a causa de hemorragias, hipertensión e infecciones, problemas fácilmente tratables en un centro asistencial moderno. A menudo sus hijos mueren con ellas o durante su primera semana de vida.
La cultura y la pobreza pueden conspirar para impedir que una mujer busque una mejor atención fuera de su pueblo. Algunas no lo hacen porque sus maridos insisten en que son lo suficientemente fuertes como para dar a luz en la casa, o porque les desagrada la idea de que sus mujeres sean tratadas por médicos varones. Algunas mujeres indígenas pueden sentirse incómodas en hospitales donde no hay nadie que hable su lengua. Otras sencillamente no pueden cubrir el costo del transporte hasta un hospital en el pueblo o la ciudad más cercanos.
En 2013 se registraron en América Latina 85 muertes de madres por cada 100.000 habitantes; una reducción de 39% con respecto a 1990, pero muy lejos de la baja de 75% prevista en los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU para 2015. Y si bien la región ha alcanzado la reducción de dos terceras partes en los índices de mortalidad infantil y neonatal prevista en los Objetivos de Desarrollo, la muerte de recién nacidos durante los primeros 28 días de vida prácticamente no ha disminuido, pese al hecho de que las complicaciones durante el parto y otras situaciones que causan esas muertes son mayormente prevenibles y tratables.
Cambiar ciertas ideas sobre la concepción evidentemente puede salvar muchas vidas, y lo mismo se puede decir de modificar ciertas prácticas relacionadas con el uso de métodos anticonceptivos y de cuidado prenatal y posparto. Pero si lograr que la gente haga ejercicio o deje de fumar es una empresa cuesta arriba en países industrializados, ayudarlos a adoptar hábitos más sanos en partes del mundo en vías de desarrollo caracterizadas por la pobreza y bajos niveles de educación lo es aún más. Conseguirlo exige aplicar enfoques innovadores que dependen de una labor al nivel comunitario y, en algunos casos, la aplicación de técnicas de economía del comportamiento.
Afortunadamente, como demuestra Ariadna García Prado en un detallado análisis de estudios recientes, esos enfoques efectivamente existen. Y en algunas partes del mundo están ayudando a establecer vínculos entre comunidades locales y el sistema formal de atención médica. Bangladesh, India, Malawi y Nepal tienen algunos de los más altos índices de mortalidad materna y neonatal del mundo. Pero en los últimos años, organizaciones no gubernamentales con el apoyo de los gobiernos de cada país han venido capacitando a algunas mujeres en cada comunidad para que instruyan a pequeños grupos de pobladores de la localidad sobre los aspectos más importantes de la atención e higiene prenatal y las señales de un embarazo riesgoso. Cuando surge una emergencia obstétrica, esos grupos están ya listos para intervenir y disponen de fondos ya recaudados y medios de transporte organizados por adelantado. Los resultados son reveladores: en estudios donde más de 30% de las mujeres del grupo estaban embarazadas, la mortalidad materna y neonatal se redujo en 55% y 33%, respectivamente.
En tanto, en Honduras también se ha venido capacitando a parteras para que sepan reconocer complicaciones y remitir y acompañar a parturientas a centros de atención médica. Luego puede que también intervengan en el parto, a cambio de lo cual reciben una contraprestación. Por un lado, eso les permite mantener su condición de “expertas del alumbramiento”, y por el otro, cubren la necesidad de la madre de recibir apoyo de su propia comunidad.
Otras iniciativas son las estrategias de difusión de mensajes sociales, un área con verdadero potencial en América Latina, cuyo índice de fertilidad (el número de nacidos vivos) de mujeres entre 15 y 19 años es superado únicamente por el de África Subsahariana, y donde la mortalidad materna entre jóvenes es alta. En Ghana, por ejemplo, los investigadores han conseguido aprovechar la adicción de mujeres jóvenes a sus teléfonos celulares para hacerles llegar mensajes de texto cada semana sobre un buen control de la natalidad. En una semana característica de un estudio en ese país, un grupo de alumnas de secundaria recibió un mensaje por única vez sobre cómo usar correctamente píldoras anticonceptivas. Otro grupo recibió el mismo mensaje, pero seguido de un cuestionario y un premio de minutos adicionales de telefonía celular si lo contestaban correctamente. Al final del experimento de tres meses, las jóvenes del primer grupo habían aumentado su conocimiento de salud reproductiva en 11 puntos porcentuales, mientras que las integrantes del segundo grupo habían mejorado en 24 puntos porcentuales. Un año más tarde, no solo ambos grupos mantenían sus conocimientos, sino que aquellas jóvenes que habían tenido relaciones sexuales y habían recibido el mensaje habían reducido a la mitad sus probabilidades de quedar embarazadas en comparación con un grupo de control, y a un costo de menos de USD2 por participante.
Las telenovelas son sumamente prometedoras, especialmente entre personas de bajo nivel socio-económico y bajos niveles de formación. Por ejemplo, un estudio en Brasil mostró que las zonas del país cubiertas por la señal de la red televisiva Globo, la mayor productora de telenovelas del país, registraban índices de fertilidad considerablemente más bajos que otras zonas, gracias en parte a las representaciones idealizadas de pequeñas familias adineradas y liberadas.
Algunas intervenciones monetarias, como vales que se pueden usar para costear el transporte hasta centros de atención médica y la eliminación de las tarifas de usuario, también son prometedoras, aunque no son muy difundidas en América Latina. No obstante, las transferencias condicionales de efectivo —una intervención monetaria más corriente en la región— no han resultado tan económicas. Sus costos administrativos y de observación son sencillamente demasiado altos. De hecho, como demuestra análisis de García Prado, otros incentivos no monetarios tienen un gran potencial a un costo mucho menor. En Zambia, por ejemplo, la entrega de un kit materno-neonatal (con ropa y artículos de cuidado infantil) a condición de que el parto tenga lugar en un centro de atención médica, hizo aumentar la probabilidad de que las mujeres den a luz en tales instalaciones en 9,9 puntos porcentuales y a un costo de apenas USD4 por kit.
La clave parece estar en dar con la combinación acertada de atención en la comunidad, incentivos monetarios y asistencia no monetaria. Es cuestión de ir cerrando las grandes brechas que hay en el tratamiento de salud entre ricos y pobres y entre poblaciones rurales y urbanas, a la vez que se alivia una situación que sigue siendo crítica para demasiadas mujeres y sus bebés en la región.
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