Hace treinta años, los países de América Latina y el Caribe, como parte de su estrategia de desarrollo, se embarcaron en procesos de liberalización comercial muy ambiciosos, después de largos años de proteccionismo.
Aunque la liberalización era una, entre varias reformas que se adoptaron en el marco del consenso de Washington, fue sin duda la más importante. Se eliminaron aranceles, se desmantelaron barreras no arancelarias y los países –algunos de manera más activa que otros– firmaron ambiciosos tratados comerciales preferenciales.
Chile estuvo a la vanguardia de este proceso. Como describimos en nuestro nuevo informe insignia, De promesas a resultados en el comercio internacional, inició su liberalización en los años 70, más de una década antes que el resto de la región. Y tras el restablecimiento de la democracia, y con un amplio consenso sobre la necesidad de integrarse al mundo, el país andino reafirmó el compromiso con la integración firmando una gran variedad de acuerdos de libre comercio.
Hace un par de años, cuando iniciábamos el proyecto de investigación sobre la economía política de la política comercial que alimentó uno de los capítulos de nuestro nuevo informe, un economista muy destacado nos dijo “este tema en Chile es muy aburrido, todos están de acuerdo con el libre comercio”.
Como cambian los tiempos.
Las discusiones sobre el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), actual CPTPP, ya no fueron tan aburridas. Hoy en día Chile está pasando por una crisis política y social en la que el modelo económico en su conjunto, y en particular la manera en que se distribuyen los beneficios del crecimiento, está siendo cuestionado.
El antipoeta chileno Nicanor Parra, hermano de Violeta, expuso el problema de manera muy clara: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.
Las voces contra el comercio se hacen más fuertes
Por supuesto, Chile no está solo en esto. La retórica anticomercio es cada vez más fuerte, no solo en América Latina, sino en el mundo. A lo largo del tiempo, hemos visto importantes retrocesos en materia de política comercial, incluso en algunos países desarrollados. Como se muestra en nuestro informe insignia, la mayoría de los latinoamericanos todavía apoya el libre comercio. Sin embargo, en un mundo de cambios bruscos como los que estamos viviendo, lo que hoy es apoyo rápidamente se puede transformar en oposición mañana.
¿Qué deben hacer los países de la región en este contexto? El primer paso para responder esta pregunta es mirar hacia atrás, y hacer una evaluación objetiva y ver cuál ha sido el impacto de esta gran liberalización. Por ejemplo, tenemos que tratar de responder de qué manera la apertura ha afectado el crecimiento, el bienestar, el empleo y la desigualdad.
Habiendo hecho ese trabajo de investigación, podemos afirmar que la liberalización tuvo efectos positivos y tangibles en el crecimiento económico. Uno de los resultados más notables del reporte es que, en ausencia de la liberalización, el crecimiento del PIB per cápita en la región hubiera sido entre un 30 y un 40% menor. Pocas políticas públicas pueden generar un impacto de esta magnitud.
Deficiencias en el empleo y la igualdad
Sin embargo, está claro que la liberalización no estuvo a la altura de las expectativas desmedidas que había cuando se inició. Pues cuando evaluamos su impacto, los resultados de empleo y desigualdad se quedaron cortos en relación con lo esperado. Como predice la teoría, el comercio aumenta el bienestar general. Pero genera ganadores y perdedores. Algunos consumen dos panes, otros se quedan con hambre.
Desde luego, esto no quiere decir que haya que frenar o revertir los procesos de apertura ni adherir a las voces proteccionistas. Hay mucho por hacer todavía en el ámbito de las políticas comerciales en la región, desde apuntalar el sistema multilateral, que hoy está bajo ataque; profundizar la integración regional; y continuar por el camino de la apertura unilateral. Hay que promover los procesos de facilitación de comercio, abordar los temas regulatorios que lo afectan, mejorar la inserción en las cadenas globales de valor, modernizar la institucionalidad asociada al comercio, y fortalecer la infraestructura de transporte que permite reducir costos de transacciones, entre otras materias.
Protegiendo a los que pierden
Pero está claro que la política comercial sola no basta. Para que todos puedan aprovechar las oportunidades que brinda la integración al mundo, y a la vez proteger a los que pierden, es clave pensar en una agenda complementaria. Esta agenda debe tener como objetivo un crecimiento inclusivo y sostenible que incorpore a todos aquellos sectores rezagados como las mujeres, las pequeñas y medianas empresas, y los pueblos originarios.
Políticas del mercado laboral que faciliten la reasignación del trabajo hacia sectores competitivos, y otros mecanismos de compensación y redes de contención social que protejan a los que se ven afectados por la apertura, son elementos fundamentales de esta agenda complementaria. Además, son políticas claves para construir las alianzas necesarias, sosteniendo los procesos de reforma comercial, y así evitar decepciones y retrocesos.
Además, hay mucho para hacer en materia de políticas productivas, apuntalando sectores competitivos que vayan más allá de las manufacturas, por ejemplo, incorporando valor en sectores tradicionales como la agricultura y la minería. Y tenemos que encarar otros desafíos para que la región pueda aprovechar las oportunidades asociadas con las nuevas tecnologías, como el comercio digital.
Como señala nuestro informe, queda mucho trabajo por hacer. Esperamos que nuestras ideas puedan sentar las bases para que las discusiones avancen.
Era el año 1996, cuando el Sr. Presidente de El Salvador, Armando Calderón Sol, anunciaba que haría de El Salvador, una zona franca.
Efectivamente, durante todo ese tiempo, se ha venido efectuando actividades de exportación mediante Zonas Francas y DPA´s.
Después vinieron los Tratados de libre comercio con diferentes países, beneficiando a la #GranEmpresa.
En aquella época hubo mucha inversión, puesto que era novedoso que se dieran beneficios fiscales a las empresas que deberían exportar. No fue así, para las empresas locales, que en su mayoría la conforman las #Micro y #PequeñasEmpresas.
Fue un duro golpe para las #Mypimes, la apertura inmediata del mercado nacional al mercado mundial, ya que no estábamos preparados para esta transición que se estaba gestionando.
Las herramientas que se poseían no eran las más adecuadas al entorno mundial.
En estos momentos, hay mucho más apoyo a las Mipymes por parte de instituciones del estado, tales como Conamype y Cenpromype.
Nos enfrentamos a una era tecnológica cambiante constantemente y no todas las empresas estamos preparadas para tal cambio. Hay que invertir en infraestructura tecnológica y eso requiere una planeación estratégica que muchas veces no se tiene.
Competir en un mercado tan voraz como el que se tiene ahora, es parte del cambio y adaptación que se debe hacer.
Se necesita no solo capacitación, si no apoyo económico por parte de las instituciones encargadas de proporcionar préstamos para invertir.
Mucha de esta ayuda, generalmente llega a las Grandes empresas, quienes ya de por sí, tienen mucha más competitividad que las Mipymes.
Las empresas que se adapten a los cambios, sobrevivirán. Las que no se adapten, poco a poco irán muriendo si no se cambia la estrategia.
Queda mucho trabajo por hacer, y la reconversión de la industria es importante, sin dejar de lado la conciencia social que debe ser parte de las estrategias de cambio.
La pregunta que sigue es, ¿Quién protegerá a los que pierden? Se espera que sea el Estado? .La responsabilidad del Estado es generar las políticas publicas necesarias que permitan reorientar el apetito de los que se comen los dos panes!!