América Latina, al igual que el resto del mundo, aguarda con cautela el inicio de la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Hay gran expectativa por saber si el presidente electo cumplirá sus promesas de campaña –muchas de las cuales ya ha relativizado– y cómo afectarán a la región las políticas de su gobierno. Para echar luz sobre algunos de los interrogantes, José Juan Ruiz, economista jefe del BID, analizó en una entrevista con el diario español El País los posibles escenarios para la región, y para México en particular, incluyendo algunas potenciales oportunidades.
Cuando hay muy poca información sobre cuáles serán las medidas que tome Trump cuando asuma en enero, la prudencia es clave. “La única certeza en estos momentos es que hemos entrado en un mundo con mayor incertidumbre”, destacó Ruiz. Lo más importante es que esa incertidumbre desaparezca lo antes posible, ya que tiene un costo: paraliza decisiones de inversión.
Trump, un empresario sin antecedentes en el mundo de la política, ganó las elecciones con slogans de cambio y rechazo al establishment de Washington. Causó preocupación en América Latina con promesas como deportar a millones de inmigrantes indocumentados y levantar barreras al comercio exterior.
El país más afectado por la incertidumbre ha sido México, cuya futura relación comercial con EE.UU. está ahora atravesada por dudas. Trump ha amenazado con abandonar el NAFTA –tratado de libre comercio entre EE.UU., México y Canadá– e imponer aranceles sobre los productos mexicanos, lo que podría tener un fuerte impacto en la economía de México, ya que EE.UU. es por lejos el principal destino de las exportaciones mexicanas (81,1% en 2015). Los temores sobre el futuro han repercutido en la cotización del peso mexicano, que alcanzó mínimos históricos tras la victoria del candidato del Partido Republicano.
Sobre la incertidumbre en relación al NAFTA, el economista jefe del BID sostuvo que, de producirse cambios, quizás se presente una oportunidad para modernizar el acuerdo comercial. La renegociación podría llevar a la adaptación de un tratado que tiene más de 25 años, concebido para un mundo en el que los intercambios comerciales entre ambos países eran mucho más reducidos que en el presente y ambas economías estaban mucho menos integradas. Eran transacciones en las que un país exportaba un bien e importaba otro. “Ahora, en cambio, el comercio es intra-industrial: México y EE.UU. importan piezas, importan bienes del mismo producto de una forma constante”, destacó Ruiz. Por eso, agregó, una regulación o un marco jurídico que le brinde seguridad a esta nueva situación económica y reconozca los cambios en la integración de las tres economías podría ser una gran innovación, y no necesariamente sea negativa.
Muy distinto sería una renegociación que busque reimplantar aranceles o restricciones cuantitativas al comercio. “Es tan difícil pensar qué efectos tendría sobre México como sobre las empresas estadounidenses que están trabajando en México o en Canadá, porque ese mundo tan simple en el que uno produce y le vende al otro ha desaparecido”, dijo Ruiz. México es el tercer socio comercial de bienes de EE.UU.
La depreciación del peso mexicano podría traer oportunidades para México si es acompañada por una expectativa de que la inflación se mantenga estable, si permite un mayor crecimiento del sector comercial, si el país puede diversificar y ser más competitivo con sus exportaciones, y si logra recuperar cuota de mercado interno, señaló Ruiz. “Eso es crecimiento del bueno, colesterol del bueno”. También destacó que un tipo de cambio más depreciado incrementaría el poder de compra de las remesas que envían mexicanos en el exterior, una importante fuente de ingresos para México.
Si el escenario de un mundo con menor tolerancia al libre comercio se concretara, una consecuencia para América Latina podría ser que los procesos de integración regional que durante tanto tiempo estuvieron estancados se conviertan en una opción alternativa, sostuvo el economista jefe del BID. Por ejemplo, México y Brasil –cuyo PIB combinado representa alrededor del 75% del PIB de toda la región– podrían integrarse más. “Hoy son economías muy aisladas, muy poco integradas entre sí, que compiten en muchos sectores. Por lo tanto, hay posibilidades de que colaboren de una forma mucho más intensa y con ganancias de productividad y de bienestar para ambas”.
Ruiz destacó los mecanismos institucionales que estructurarán cualquier intento de realizar cambios. “La arquitectura internacional –donde EE.UU. es un país central–, los acuerdos, las leyes, las reglas van a seguir existiendo. Llevará mucho tiempo volver a tener un marco jurídico que proteja los intereses de las empresas y de las personas”, dijo. Cada día, tres millones de personas y 70.000 camiones cruzan la frontera entre México y EE.UU. “Eso no lo puede parar nadie”, señaló Ruiz sobre la integración comercial de ambos países.
A pesar del panorama mundial incierto, la buena noticia es que la situación de América Latina es más sólida que en el pasado. “Nadie hoy está pensando en que México ni las grandes economías de América Latina van a pasar por situaciones como las que pasaron en los años 80”, destacó Ruiz. Hay dos motivos para esta mayor estabilidad. Por un lado, las autoridades tienen mayor capacidad de respuesta ante un shock, basada en instituciones que se han ido consolidando desde el regreso de la democracia. Además, los ciudadanos son muy pragmáticos: cuando los resultados no llegan, sustituyen a sus gobiernos. “No van a permitir que un shock externo descarrile los sueños de progreso de 540 millones de personas”, concluyó el economista jefe del BID.
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