En los últimos cinco años, una nueva ola de nuevas compañías ha desbordado los confines del sector financiero tradicional. Lejos están de las sagradas instituciones de columnas clásicas y mármol. Se trata más bien de criaturas de Silicon Valley que tratan de aprovechar lo último en tecnologías digitales para ofrecer de todo, desde compras y pagos en línea, hasta préstamos y administración patrimonial.
Estas nuevas y muy desenvueltas integrantes del sector financiero se conocen colectivamente con el nombre de “fintech”, o empresas de tecnología financiera, y existen gracias a la explosión de las nuevas tecnologías y especialmente al uso generalizado de teléfonos inteligentes. Como era de esperarse, tienen su mayor sede no en Estados Unidos sino en China, donde la vertiginosa acumulación de riqueza está encontrando una salida a través de servicios digitales para pequeñas y medianas empresas que rebosan de creatividad pero tienen un acceso limitado a formas tradicionales de crédito. Al cabo de apenas tres años de actividad, Ant Finance, la mayor empresa fintech de China, ostenta un valor de mercado de US$60.000 millones; a la par de UBS, el mayor banco de Suiza.
La promesa de FinTech para las empresas más pequeñas
América Latina, donde la mayoría de las nuevas empresas fintech se constituyeron entre 2014 y 2016, también se perfila como un mercado lucrativo. Actualmente hay más de 700 nuevas empresas, con financiamiento tanto interno como extranjero, con una inversión de capital de riesgo de US$186 millones tan solo en 2016. Un nuevo y exhaustivo informe del BID y Finnovista deja en claro que esto apenas está comenzando. El 49% de la población de la región, así como muchas de sus pequeñas y medianas empresas (pyme), no tienen acceso a servicios financieros tradicionales. Por eso, las fintech pueden prestar servicios a vastos sectores desatendidos de la economía y contribuir de manera considerable al crecimiento de la región.
En este aspecto, China y América Latina tienen mucho en común, pese a la diferencia de tamaño de sus economías. En ambas regiones hay una penetración enorme de la telefonía celular. Ambas tienen sistemas bancarios ineficientes, con excesiva burocracia y demasiada normativa. En ambas hay empresarios jóvenes y expertos en tecnología, así como dueños de pequeñas empresas que se sienten frustrados y anhelan un mayor acceso al crédito. En estos entornos, las fintech usan big data para convertirse en intermediarias confiables entre inversionistas y consumidores, facilitar las evaluaciones del riesgo crediticio y reducir los costos de transacción. Ofrecen vías alternas para el surgimiento y crecimiento de empresas. Y al ayudar a pequeñas compañías a interactuar de forma digital con los consumidores, pueden hacer que se vuelvan más innovadoras.
Barreras a las operaciones transfronterizas en América Latina
Pero también hay diferencias importantes que separan a ambas regiones. En China, Alipay, una plataforma que reúne grandes cantidades de fintech y consumidores, brinda a las pequeñas empresas una combinación de crédito de más fácil acceso, un universo más amplio de consumidores y mayores oportunidades de aumentar de escala. Por contraste, en América Latina a las nuevas fintech les resulta difícil operar en más de un país, a causa de las diferencias en la normativa legal que hay de un país a otro. Esto significa que los consumidores tienen menos opciones para elegir. De hecho, según el reciente informe del BID y Finnovista sobre América Latina, apenas el 19,6% de casi 400 nuevas fintech operan en más de un país.
El ritmo más lento de desarrollo de las fintech en América Latina también ofrece ventajas. Estas firmas pueden estar más dispuestas a extender sus servicios a los sectores desatendidos de la población, mientras que en China, las grandes fintech ya están impidiendo que las más pequeñas ingresen al mercado, y limitan la posibilidad de que se otorguen préstamos a compañías recién creadas que luchan por abrirse camino.
Las regulaciones de Fintech son clave
La regulación va a ser fundamental para poder resolver esta diversidad de problemas en ambas regiones, y va a tener que lograr un equilibrio difícil. La normativa legal debe ser lo suficientemente rigurosa como para prevenir el fraude y el lavado de dinero, pero lo bastante flexible como para promover la creatividad. En parte, esto significa no sucumbir a la influencia de los grandes bancos, a los que no les faltan alicientes para aplastar a la competencia.
Hasta ahora ha habido experimentos prometedores en lugares como Reino Unido y Singapur. En esos países, las autoridades han permitido la creación de espacios protegidos, o sandboxes, para fintech, que permiten que las nuevas firmas prueben nuevas tecnologías sin tener que acatar la totalidad de la normativa legal que rige para las entidades financieras tradicionales, hasta que se pueda formar un marco regulatorio. Los gobiernos también pueden promover el desarrollo de fintech mediante la provisión de fondos. Y pueden facilitar la generación de asociaciones y eventos en los que se aliente la colaboración entre las nuevas fintech y los actores tradicionales. De hecho, dados los beneficios que pueden aportar las fintech en todo, desde el microfinanciamiento colectivo hasta un mayor acceso al crédito, a los gobiernos no les faltan incentivos para colaborar.
En última instancia, el fortalecimiento de las fintech ‒y su competencia e incluso su colaboración con los actores tradicionales‒ debe producir servicios financieros menos costosos, más eficientes e incluyentes. Es una situación de beneficio mutuo tanto para China como para América Latina.
William Granda dice
Es similar al sistema bancario tradicional, oligopolios controladores del capital y sus destinatarios.