Panamá es un país bendecido por la naturaleza. Con su localización estratégica, y acceso a ambos océanos, su territorio ha servido de vínculo y punto de encuentro entre culturas desde tiempos prehispánicos, y hoy es un elemento fundamental del comercio mundial.
Una de las claves para el funcionamiento del canal son las lluvias que ocurren en Panamá por nueve meses, y que garantizan contar con agua suficiente para el funcionamiento del Canal de Panamá. El país está entre los más lluviosos del mundo (en promedio llueve 2,465 mm al año), y esas lluvias son las que han permitido que hoy pueda contar con cerca de 75% de energía renovable en su matriz de generación eléctrica (el 2020), principalmente hidroeléctrica.
La hidroelectricidad plantea también desafíos, dada la variabilidad de la hidrología con los fenómenos de El Niño y La Niña, y también los impactos del cambio climático, que pueden ocasionar que los eventos extremos (inundaciones y sequías) sean más frecuentes. Por ello Panamá ha emprendido una política de diversificación de su matriz energética, enmarcada en su Agenda de Transición Energética (ATE), cuyos lineamientos fueron aprobados el año 2020.
La ATE propone incrementar el uso de energía renovable diferente a la hidroeléctrica, principalmente eólica y solar. Asimismo, plantea estrategias claves para la inserción de movilidad eléctrica, el acceso a energía moderna, y la modernización del sector eléctrico, entre otras.
Adhesión a RELAC: la visión al 2030
Panamá ya está por encima del promedio en la región en cuanto al uso de energías renovables para la generación eléctrica (69% en los últimos cuatro años, en promedio, versus 58% en la región). Como parte del compromiso de continuar con el apoyo a la energía renovable, Panamá anunció en la COP26 su adhesión a la iniciativa “Renovables en América Latina y el Caribe” (RELAC), proponiendo mantener, mínimamente, en 70,4% la participación de energías renovables al 2030.
Lo anterior implica que el país deberá instalar cerca de 2 GW de generación renovable hasta el final de esta década. Para lograr estas metas se prevé principalmente la instalación de energía solar y eólica, además de mantener en adecuadas condiciones la capacidad hidroeléctrica existente.
La energía eólica y solar han incrementado su participación de prácticamente cero, en el 2015, hasta el 8,3% de la generación en el 2020, y se espera continúen creciendo en su participación relativa. Un impulso importante será la generación distribuida, principalmente solar. La Estrategia Nacional de Generación Distribuida (ENGED), elaborada con apoyo del BID, estima que se podrían lograr 1,7 GW de generación distribuida hasta el 2030.
Los beneficios de las renovables no son solo ambientales, como la reducción de emisiones de CO2 y de contaminación local, sino también económicos. Además de la evidente reducción del uso de combustibles fósiles (importados en su totalidad en Panamá), la ENGED estima que la generación distribuida podrá contribuir a la creación de más de tres mil nuevos empleos al 2030 en el sector de generación de electricidad. La ENGED está cerrando el proceso de consulta pública, y, una vez aprobada, su implementación requerirá de la participación de todos los actores del sector, a fin de modernizarlo y llevarlo al siglo XXI.
Un aspecto clave para la inserción de energía eólica y solar, variables por naturaleza, es poder garantizar la seguridad y confiabilidad del sistema eléctrico. Esto implica la necesidad de contar con generación que pueda ser despachada (y eventualmente almacenada), e identificar mecanismos para flexibilidad de la demanda, además de avanzar con la integración regional, tanto con América Central, a través de SIEPAC, como también con Colombia. La integración regional puede servir para apoyar la seguridad energética, a la vez que apoya a los países a maximizar el uso de sus recursos renovables.
Diversificación de la matriz energética
Además de los avances en la diversificación de la matriz eléctrica, Panamá aún tiene el desafío de disminuir el uso de combustibles fósiles en su matriz energética. En el 2020 la matriz energética estuvo dominada por los combustibles fósiles, principalmente dedicados al transporte (Diésel oil 33%, Gasolinas y Naftas 26.3%, Gas Licuado 7.7% y Electricidad con 29.3%). Debido a que Panamá no es un país productor de petróleo o gas, estos números muestran la dependencia que tiene el país a las importaciones de combustibles fósiles, y a la variación en sus precios.
Por ello, y sumado a la incorporación de renovables variables en la matriz, la Agenda de Transición Energética plantea la inserción de movilidad eléctrica, con sus metas establecidas a través de la Estrategia Nacional de Movilidad Eléctrica.
Esta estrategia apunta a incrementar el uso de electricidad en el parque de vehículos particulares, el transporte público de autobuses, y motocicletas, además de la expansión de la red del metro (eléctrico) y el transporte de pasajeros por tren. Según estimaciones realizadas por la Secretaria Nacional de Energía en el Libro Blanco del sector, el uso de electricidad para la movilidad eléctrica ayudaría a disminuir la demanda de combustibles fósiles al 2030, a un valor 32.9% inferior respecto a 2020.
Trazos de Transición
Panamá ha adoptado el compromiso de seguir siendo un país con una matriz eléctrica verde. Además, ha hecho suyo el desafío de disminuir el uso de combustibles fósiles en su matriz energética. No es una tarea simple, ya que se requiere garantizar, al mismo tiempo, la seguridad energética, la asequibilidad, y la confiabilidad del suministro. Se están dando pasos firmes, y en la dirección correcta, identificando claramente los aspectos que deben ser modernizados en el sector a fin de llevarlo al siglo XXI, y buscando aprovechar la revolución tecnológica que podrá permitir un uso más eficiente y menos contaminante de energía.
El título de este blog hace referencia a un concurso recientemente lanzado por la Secretaria Nacional de Energía de Panamá, en busca de un logo que represente la transición energética. El concurso está abierto hasta el 20 de noviembre, y es un buen ejemplo de que un proceso de transición solo puede suceder cuando la sociedad, la gente, es parte de él.
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