La historia de los malvaviscos es bien conocida por educadores y expertos en políticas públicas. Durante los sesenta y setenta, varios de los mejores psicólogos de la época condujeron una serie de experimentos de investigación en los que niños de 4 años se sentaban solos en una habitación cerrada, únicamente con dos malvaviscos y una campana sobre la mesa. Un investigador entraba en la habitación, le avisaba a la niña que estaría sola por un tiempo y le daba dos opciones: sonar la campana y comerse uno de los malvaviscos en ausencia del investigador, o esperar por un tiempo a que este volviera y comerse los dos malvaviscos simultáneamente.
Los resultados de este estudio hallaron que los niños que resistían la tentación de comerse inmediatamente el malvavisco tenían mayores puntajes en los exámenes de admisión en la universidad y mejores resultados en el futuro. La ciencia es clara: existen correlaciones estadísticamente significativas entre la demora de la gratificación y los resultados positivos. Así, si fijas tu mirada en el premio y resistes el impulso, luego, cosecharás las recompensas de una vida mejor.
Estudios como el del malvavisco han generado interés en tratar de enseñar auto disciplina y otras habilidades socioemocionales a los niños. Las investigaciones nuevas en esta línea son interesantes y prometedoras, y ya han sido tema de este blog. Pero tengo que admitir que, como Michael Bourne señala, hay algunas razones para ser escépticos.
La más convincente de todas es la simple realidad de que la vida es compleja. Controlar impulsos es uno de los millones de factores que afectan nuestras vidas. Así como para unos niños estas cualidades pueden traducirse en ventajas competitivas, para otros que tienen situaciones familiares difíciles, viven en pobreza o padecen de enfermedades físicas y mentales, no necesariamente lo son. Quizás la razón por la que este segundo niño se hubiese comido el malvavisco sin esperar no es porque carece de auto-disciplina. Sino porque tenía hambre o porque él no tenía ninguna razón para creer que un investigador que nunca había visto iba a volver y cumplir su promesa de que, si aguantaba, tendría doble merienda.
Al asegurar que si enseñamos más habilidades socio-emocionales, en especial a los niños que inicialmente tienen más dificultades, cambiaríamos las reglas de juego, estamos cediendo ante la gratificación instantánea del malvavisco y sería una salida fácil. Más bien, necesitamos enseñar exitosamente determinación, carácter y auto disciplina. Solo así podemos igualar las condiciones de vida de todos los niños, cerrar las brechas de educación y tener una sociedad llena de adultos productivos. También, podríamos romper el círculo vicioso de la pobreza y bajas expectativas. Para lograrlo, nuestro único desafío es diseñar y poner en práctica el currículo adecuado.
Pero, como Bourne nos recuerda, no existe una bala mágica. Es decir, no sabemos con certeza si ciertos rasgos del carácter se pueden enseñar como se enseña historia o matemáticas. Más aún, todavía no hemos logrado que estos se conviertan en ciencias. El aspecto científico de los experimentos con los malvaviscos proviene de sus correlaciones y no de las causalidades, lo cual nos ha llevado a transitar por un camino prometedor, pero con muchos giros, vueltas y recovecos. No existen salidas fáciles.
Estos son temas para la reflexión…
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