Actualmente, 1 en cada 10 niños son víctimas de trabajo infantil en todo el mundo (OIT 2017). De acuerdo a la Meta 8,7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los países se han comprometido en abolir todas las formas de trabajo infantil para 2025. El trabajo infantil se asocia principalmente al trabajo de niños en la agricultura, lo que corresponde a 71% de todo el trabajo infantil, o en la explotación sexual comercial infantil. Sin embargo, para cumplir con los objetivos, se debe tener en cuenta todas las otras formas de trabajo infantil, como lo es la participación de los niños en las tareas domésticas, incluido como trabajo infantil en el 2016.
Según el informe “Poner fin al trabajo infantil a más tardar en 2025” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la mayor parte del trabajo infantil tiene lugar dentro de la unidad familiar. Más de 65% de todos los niños son trabajadores familiares auxiliares en la agricultura, en los servicios y en sus propios hogares. Estos números ponen de manifiesto un tema importante y más amplio sobre el trabajo infantil en el mundo: el trabajo doméstico infantil. Más de 800 millones de niños dedican algunas horas semanales a las tareas domésticas en sus hogares, y estimaciones revelan que las mujeres son quienes soportan la sobrecarga del trabajo doméstico no remunerado desde la infancia: las niñas dedican 160 millones de horas más que los niños a las tareas domésticas (UNICEF 2016, en Inglés).
Para que la participación de los niños en las tareas domésticas sea considerada como trabajo infantil doméstico, ellos deben realizar más de 21 horas de tareas domésticas semanales, lo que, según la OIT, interfiere con su capacidad para asistir a la escuela y aprovechar la enseñanza que reciben. Asimismo, las niñas representan los dos tercios de los 54 millones de niños de 5 a 14 años que realizan entre 21 y 43 horas semanales de tareas domésticas (Figura 1). El hecho de que las niñas tienen que soportar una carga desproporcionada del trabajo doméstico infantil está relacionado con la perpetuación de los papeles y responsabilidades tradicionalmente adjudicadas a las mujeres y con la percepción de que el trabajo doméstico forma parte de la formación para la edad adulta y el matrimonio.
Según la OIT, una respuesta integrada frente al trabajo infantil es la única forma de alcanzar la Meta 8.7 que mencionamos arriba Además de una legislación adecuada, aliada a la existencia de políticas de protección social eficaces, la respuesta al trabajo infantil debe incluir la promoción de una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todos. Para la Organización, la ampliación de los programas de desarrollo durante la primera infancia, guardería y enseñanza preescolar son fundamentales para combatir el trabajo infantil en nuestras ciudades, y conseguir que los niños tengan espacios y el apoyo para incentivar el aprendizaje y facilitar su entrada y permanencia en la escuela. Asimismo, estos programas contribuyen a la sensibilización de los padres sobre la importancia de la escolarización, y para reducir el flujo de niños que ingresan al trabajo infantil, principalmente de las hermanas mayores del hogar que suelen tener que cuidar de sus hermanos menores en vez de ir a la escuela, cuando las familias no tienen acceso a servicios infantiles asequibles.
En Guatemala, por ejemplo, la distancia a la escuela primaria influye en la distribución del tiempo de las niñas destinado al trabajo infantil, pero no en la de los niños, demostrando que, frente a la dificultad de acceso a los servicios infantiles, las niñas suelen ser las más afectadas (Vuri 2008, en Inglés).
Frente a esta realidad, varios proyectos de desarrollo urbano incluyen una serie de acciones de desarrollo social, económico y de ordenamiento territorial que, además de ayudar a las ciudades a rehabilitar y mejorar su infraestructura pública, promueven el acceso a importantes servicios sociales y comunitarios por parte de la población más vulnerable. El proyecto para la Recuperación de Áreas Centrales y Apoyo al Ordenamiento Territorial de Cuenca, Ecuador, es un ejemplo de una intervención de carácter integral que involucra la parte arquitectónica, a través de la revitalización de importantes espacios públicos del centro histórico de la ciudad, abarcando también el tema de los equipamientos sociales complementarios.
De esta forma, el proyecto logró contribuir para mejorar las condiciones de trabajo de los comerciantes del Mercado 9 de Octubre, localizado en el centro histórico de la ciudad, y el acceso de sus hijos a la enseñanza preescolar. Antes del proyecto, los niños debían permanecer con sus madres en el Mercado o con sus hermanos mayores en la casa. Frente a esta realidad, el proyecto de rehabilitación del Mercado incluyó la creación de un Centro Municipal de Desarrollo Infantil en las premisas del Mercado donde niños y niñas pueden desarrollar sus capacidades, contar con alimentación adecuada y realizar actividades culturales y artísticas, mientras sus madres pueden trabajar tranquilamente.
Otros proyectos de revitalización de barrios apoyados por el BID también incluyen aspectos sociales importantes como parte de una estrategia integrada para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. En Montevideo, Uruguay, por ejemplo, un programa de mejoramiento de barrios incluyó la recuperación de un mercado agrícola y la ampliación de la capacidad de la guardería barrial.
Promover el desarrollo de ciudades inclusivas requiere intervenciones físicas, sociales y económicas que faciliten el acceso a opciones asequibles y convenientes para el cuidado infantil y la enseñanza preescolar, lo que contribuye para combatir el trabajo doméstico infantil y a reducir la perpetuación de la carga desproporcionada de las responsabilidades domésticas a mujeres y niñas.
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