Entre el patrimonio cultural de nuestras ciudades hay ejemplos claros sobre cómo combatir las altas temperaturas. Por ejemplo, en Chile y Perú, la tradicional construcción de muros macizos de adobe genera inercia térmica, es decir recintos fríos durante el día y templados durante la noche aun en contextos semidesérticos.
Los mismos sistemas de adobe también funcionan más al sur, donde la temporada de verano es muy caliente y la de invierno lluviosa. Para ello, el adobe se protegía comúnmente de la lluvia con piedra en los cimientos y revestimientos de madera anuales en los frentes más propensos a las precipitaciones. Además, estas edificaciones solían tener corredores estilo andaluz produciendo sombra.
Lamentablemente estas buenas prácticas para adaptarse al clima han ido en retirada durante el siglo XX, para dar paso a sistemas de aire acondicionado y calefacción. Esta tendencia es global. Por ejemplo en Estados Unidos el Instituto Getty ha registrado casos similares donde inicialmente había diseños dinámicos para el clima y ajustes a las diversas temporadas, como dobles cielos ventilados, galerías, cortinas gruesas o chimeneas de ventilación, que fueron cerrados o retirados. Las casas patrimoniales que ya existen pueden rehabilitarse y volver a gozar de estas tecnologías de adaptación pasiva al clima.
La ciudad es en sí misma un espacio de aglomeración e instrumento de organización social, que nos permitiría adaptarnos masiva y coordinadamente a los cambios del clima. Nuestro rol como ciudadanos no es pasivo, pero si queremos estar en el grupo de los que se adaptan ¿por dónde deberíamos empezar?
Primero, ayudaría entender de forma simple el fenómeno del cambio climático para minimizar sus causas y adaptarnos a sus efectos[1]. Segundo, y menos obvio, podemos volver a mirar elementos culturales de nuestras las ciudades, como una fuente comprobada de tecnología y reorganización social de otros que se han adaptado antes que nosotros. ¿Por qué? Los bienes culturales son la evidencia de nuestra memoria no sólo histórica sino también tecnológica[2]. La construcción vernácula o tradicional de un lugar nos da lecciones visibles de técnicas, materiales, sistemas de drenaje, ventilación etc., que se adaptan a climas y estaciones específicas, para manejar los cambios sin necesidad de artefactos para climatización.
El BID en su programa de Rehabilitación Urbana de Paramaribo está enfrentando de manera integral las problemáticas urbanas de movilidad, espacios públicos y rehabilitación de edificios patrimoniales particularmente afectos a inundaciones y altas temperaturas. Durante 2018 se generarán además propuestas específicas de actualización del código técnico local para la rehabilitación de edificios patrimoniales en escenarios del cambio climático.
Entender cómo han habitado pasadas generaciones, los cambios de clima a los que se vieron afectados y sus respuestas colectivas y urbanas, es una receta simple y empírica cuyos resultados nos permiten comenzar a trabajar las soluciones de adaptación desde la experiencia, volviendo al sentido común y minimizando el uso de máquinas –con sus consiguientes gastos de recursos o energía innecesarios–. Esto constituye un circulo virtuoso donde una medida simple para tener edificios más eficientes sería el estudio u observación de cómo construían originalmente en ese lugar, y aprender de ello. Ello no implica que tengamos que copiar todo lo anterior, pero tampoco necesitamos inventar nuevamente la rueda.
El cambio climático quizás no sea nuevo, asimismo nuestras respuestas para lograr mayores aciertos y eficiencia pueden volver a mirar el pasado. Si tienes alguna idea o experiencia de ejemplos en los que clima y patrimonio hayan sido aliados, compártela.
*También te puede interesar la publicación Climate Change Mitigation & Adaptation through Publically-Assisted Housing. Theoretical Framework for the IDB’s Regional Policy Dialogue on Climate Change.
[1] Mercedes Pardo resume que respecto del cambio climático se conocen bastante las causas (por ejemplo, gases por combustibles fósiles); se conoce también suficientemente las consecuencias en el clima e impactos en el medio natural (por ejemplo, calentamiento atmosférico o disminución de la biodiversidad); conocemos bastante menos las alteraciones en los ciclos del carbono o del nitrógeno, sin los cuales la vida en la tierra se extinguiría; y finalmente, apenas se conoce el impacto socioeconómico, la conexión entre cambio climático y pobreza o el cambio social necesario para afrontar el problema. (Pardo Buendía, Mercedes. 2007. El impacto social del Cambio Climático Universidad Carlos III de Madrid, Departamento de Ciencia Política y Sociología. Basado en artículo publicado en Panorama Social (nº 5: 22-35).
[2] Basado en: Conversatorio CAMBIO CLIMÁTICO Y PATRIMONIO. Cambios climáticos abruptos y colapso de algunas civilizaciones mediterráneas antiguas” por el catedrático e investigador italiano Girolamo Fiorentino, con comentarios del arqueólogo Igor Parra. 15 de diciembre de 2017.
Foto principal: San Pedro de Atacama, por Falco, Pixabay, bajo licencia de C.C.
Video: La preservación y valorización del patrimonio cultural urbano es un activo para el desarrollo de la región. Te contamos cómo estamos ayudando a identificar soluciones comunes a los problemas más urgentes del patrimonio y su contribución al desarrollo sostenible, inclusivo y resiliente de las ciudades de la región.
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