Hasta la semana pasada, los tenistas profesionales veinteañeros podrían haber sido perdonados por hacer pasar a Roger Federer por un guerrero herido, una leyenda que se apaga a los 35 años sin haber conseguido un solo título de grand slam en cinco años. Pero la histórica victoria de Federer en 3 horas y 37 minutos ante Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia el 29 de enero —junto con el triunfo de otra grande de 35 años, Serena Williams— brindó otro ejemplo de que las personas maduras, especialmente cuando están bien entrenadas, pueden ajustarse a condiciones cambiantes, aprender trucos nuevos, y seguir teniendo un desempeño a niveles sorprendentemente altos.
Como en el deporte, lo mismo sucede con las habilidades relacionadas al trabajo. Una visión tradicional indicaba que después de cierta edad, las conexiones entre las células nerviosas básicamente se congelaban y perdíamos células cerebrales a medida que envejecíamos. Nuestros cerebros se volvían menos plásticos, y nuestra capacidad de aprendizaje disminuía. Pero en la última década, esa visión ha cambiado radicalmente. Ahora sabemos que el cerebro sigue produciendo nuevas neuronas a lo largo de la vida y que su estructura, aunque menos plástica que la de los muy jóvenes, cambia al adquirir nuevas aptitudes.
Los conductores de taxi de Londres que viajan por miles de calles diferentes tienen un hipocampo (la parte del cerebro relacionada a la memoria espacial) más grande que los conductores de autobús que siguen siempre las mismas rutas. Las personas que aprenden un idioma nuevo aumentan el tamaño de la parte posterior izquierda del cerebro relacionada con el lenguaje. Invertir en educación temprana, cuando el cerebro es más plástico, podría darle los mayores retornos a la sociedad. Pero los seres humanos aprenden a lo largo de su vida, e incluso las personas de más de 50 años se pueden beneficiar de programas de capacitación que aumenten sus chances de conseguir trabajo y ganar mejores salarios.
Desde hace tiempo las empresas lo entienden de forma intuitiva. Saben que la capacitación a lo largo de la vida es esencial para ayudar a los empleados a adaptarse a la cultura corporativa y adquirir nuevas técnicas para que sus operaciones tengan éxito. Sin embargo, hay muy pocos programas que ayudan a la gente con bajos niveles de habilidades a acceder al mercado laboral, en especial en América Latina y el Caribe, y muy poca evidencia de qué tipos de programas realmente funcionan. Simplemente no ha habido suficientes programas pilotos para realizar pruebas. Eso puede cambiar. Necesitamos programas que enseñen habilidades generales: lectura, matemática, ciencia e idiomas, así como las llamadas habilidades interpersonales, como disciplina, organización, y la capacidad de aceptar órdenes e interactuar con clientes. Necesitamos iniciativas que enseñen habilidades específicas a cada sector, como programación informática, mantenimiento de edificios, o cocina. Y necesitamos que el gobierno y el sector privado colaboren para hacerlo posible.
De todos modos, la evidencia sugiere que el mercado laboral seguirá brindando las mayores recompensas a quienes adquieran nuevas destrezas laborales, en especial a aquellos que ya tienen un alto nivel de educación. Lo que no está claro es si esto se debe a que las personas con un alto nivel de educación terminan consiguiendo empleos con más y mejor capacitación. O si es así porque las personas con un alto nivel de educación —los equivalentes intelectuales a una versión más modesta de los Federer y las Williams— aprenden mejor. Pero la gente que llega al mercado laboral con un conjunto significativo de habilidades se beneficiará más de la capacitación, y la brecha entre ellos y los que tienen un menor nivel de educación es difícil de cerrar.
Para los que están en el medio, están surgiendo nuevas oportunidades. Un artículo reciente en The New York Times describe la forma en que firmas como John Deere, la empresa de maquinaria pesada con sede en Estados Unidos, trabajan con universidades comunitarias para capacitar a estudiantes como técnicos a través de una mezcla de cursos y pasantías. La empresa alemana Siemens combina de forma similar entrenamiento laboral con un par de años de educación avanzada en mecatrónica, un campo que mezcla tecnología de la información, electrónica e ingeniería mecánica.
La clave es lograr que la gente ingrese pronto en un camino donde puedan aprender de forma efectiva y desarrollar su potencial. Los gobiernos en América Latina y el Caribe han hecho enormes esfuerzos para aumentar el acceso a la educación primaria y secundaria. Pero han sido menos efectivos en mejorar la calidad, y están rezagados en cuanto a programas que les permitan a los trabajadores acceder a mejores empleos.
Esto es desafortunado. Los países más exitosos son los que ayudan a sus ciudadanos a adquirir un sólido manejo de aptitudes esenciales a una edad temprana, ingresar al mercado laboral con un alto grado de habilidades, y seguir aprendiendo a lo largo de sus vidas. Para la futura estrella de tenis, el trabajador que enfrenta una mayor automatización y el emprendedor que busca seguir siendo competitivo en medio de la globalización, la fórmula en esencia es la misma. Sólo hace falta visión y voluntad para hacerla realidad.
Los programas gubernamentales que mejoran el aprendizaje a lo largo de la vida y otros temas relacionados serán cubiertos en nuestro informe insignia “Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades”, que será publicado por el BID a mediados de año.
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