Hace dos años mientras conversábamos sobre la necesidad de promover la igualdad de género en el sector transporte, nos sorprendieron algunas reacciones de nuestros colegas. No podían creer lo que los datos decían sobre la baja participación femenina: “en construcción y transporte, las mujeres representan menos del 15% del total de los empleados del sector”. Incluso decían haber visto mujeres con casco y botas, paleando arena y pegando ladrillos. Esta evidencia se presentaba como prueba verídica de que sí había mujeres en el sector y sorprendentemente animó a otros a afirmar que también habían visto a mujeres con el casco.
Dentro de nuestros argumentos, hacíamos especial énfasis en la baja participación femenina que identificábamos en las encuestas de hogares de América Latina y el Caribe, situación que planteamos más como una oportunidad que como un problema.
Este blogpost cuenta el inicio de nuestro laboratorio de género y de transporte como una iniciativa para hacer de la igualdad de género una prioridad y no un concepto circunstancial que nada tiene que ver con las carreteras, los puertos y las obras. Aquí van los primeros resultados.
Igualdad de género y transporte, una prioridad
Ante las múltiples anécdotas de mujeres señalizando la salida camiones y que se toman como evidencia de su participación en la ingeniería, en el transporte o en construcción, decidimos a inicios del 2015 embarcarnos en la difícil tarea de diagnosticar, cuantificar y entender la relación entre el género y el transporte.
Empezamos por plantearnos preguntas básicas como: ¿hay o no mujeres en el sector? ¿en qué actividades de un proyecto vial se encuentran? ¿y ellas, qué opinan?
Por ello, nos centramos en los componentes de la cadena de valor de una obra o de un proyecto. Y descubrimos que no solo es imposible encontrar mujeres manejando retroexcavadoras (si no fuera por Tabita) sino que muchas veces hay un total desconocimiento en las propias las mujeres sobre su posible desarrollo profesional en estas áreas.
Con este análisis aún en desarrollo, quisimos también entender por qué el sector privado – por ejemplo las empresas contratistas- no promueven más la inserción de mujeres en trabajos considerados tradicionalmente masculinos. Para ello, ideamos un estudio bastante sui generis que pretende evaluar el impacto socioeconómico de integrar a más mujeres en el sector y también de lo que implica en costos el diseño de infraestructura con perspectiva de género. Lo que nos queda claro es que hasta que no pongamos en términos monetarios los verdaderos impactos o beneficios, nos será muy difícil elevar el tema.
Por poner un ejemplo, si vamos a una obra y le decimos al gerente que la vinculación de las mujeres en el sector redundará en mejorar la productividad de la economía, es poco probable que logremos cambiar su entendible desinterés por el tema. Pero, ¿si le contamos que el trabajo de mujeres con maquinaria pesada puede reducir sus costos operativos? y, ¿si para hablar de sistemas de transporte urbano situamos a las mujeres como las principales clientes, las principales fuentes de ingresos de nuestros metros y BRTs?
Para entender mejor la situación de las mujeres en el sector de infraestructura, buscamos más cifras y evaluamos con detalle cuál era el impacto de la variable “mujer” en la definición de los salarios promedios. Tal y cómo pueden ver aquí, los resultados no fueron nada alentadores. En 10 de los 14 países encontramos con significancia estadística que ser mujer puede reducir los salarios hasta un 30%.
Parte del reto de hacer de género y transporte una prioridad, pasa por mirar más allá de nuestros proyectos. Para ello identificamos medidas orientadas a incorporar y mantener a las mujeres en empresas pertenecientes a sectores económicos tradicionalmente masculinos. De este estudio sacamos una poderosa reflexión: el éxito de las grandes iniciativas para promover género en rubros catalogados como masculinos, nacen y se promueven desde el sector público. Queda mucho por hacer y muchos actores que aun debemos convencer, vincular y comprometer.
Uno de los resultados más interesantes ha sido complementar estos análisis con trabajo de campo, específicamente a través de tres pilotos en Nicaragua, Paraguay y Bolivia, enfocados en entrenar mujeres en maquinaria pesada, buscando no solo su formación en actividades no tradicionales, sino promoviendo su absorción laboral.
Hemos dado énfasis a las mujeres en el mercado laboral. Desde la perspectiva de las mujeres como usuarias, el foco se ha centrado en los contextos urbanos, en diagnosticar las condiciones de inseguridad y los impactos en los viajes de las mujeres. A través de estudio, identificamos que en promedio más del 60% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia sexual, en forma de agresión física o verbal, en el transporte público. Como resultado, muchas mujeres modifican su rutas y modos de transporte, en detrimento de los tiempos de desplazamiento y sus costos.
En este contexto, hemos creado una red de ciudades latinoamericanas concentradas en mejorar el transporte urbano. Esto ha sido posible a través de la Iniciativa de Bienes Público Regionales del Banco con la que hoy hemos creado Transport Gender LAB.
Ha sido un trabajo arduo, aun en proceso. Si lo ponemos en perspectiva, los datos apuntan a que si la participación femenina en transporte sigue creciendo a una tasa de 1% cada 5 años, tardaremos más de 60 años en lograr que el porcentaje de mujeres ocupadas en el sector sea similar al de los hombres.
Hoy, sabemos que género no es un tema ajeno al sector, ni mucho menos alejado de las obras de ingeniería. El tren de género llegó, aunque en realidad, ya ha arrancado.
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*Transport Gender LAB está conformado por Néstor Roa, Isabel Granada, Olga Mayoral, Andrea Monje, Antonia Bezanilla, Paola Ortiz, Verónica Puga, Juan Manuel Leaño, Caterina Vecco, Manuel Rodríguez, Natalia Sanz, Jean Pol Armijos y Amado Crotte.
Es imperativo pasar de la formulación a los hechos. Y las oportunidades están a la vista: En una ciudad caótica como Bogotá, donde a diario se presentan actos de intolerancia en el sector transporte, tanto en medios masivos (Transmilenio, SITP) como en los individuales (Taxis, Uber) se deben vincular a los actores decisores sobre la forma de encontrar solución a los actos no deseados de violencia, para que éstos impacten el sistema incorporando a la fuerza laboral a las mujeres. No se trata de ver a algunas mujeres haciendo labores complementarias. No! que sea por lo menos un 60 % de mujeres conduciendo los Transmilenios, los buses del SITP, los taxis. Los efectos se harán notorios sobre la tasa de accidentes, el cumplimiento de las normas de tránsito, el acatamiento a los procedimientos seguros y a las buenas prácticas, etc. Para empezar, por ejemplo, se le debería proponer al alcalde que el cargo de Secretaría de Movilidad estuviera en cabeza de una mujer, que las hay muy calificadas y con competencias para actuar sin dejarse contaminar por los factores políticos o por la corrupción. Se debería seguir en secuencia por la dirección o gerencia de Transmilenio, SITP, Metro de Bogotá, etc.
Excelente articulo.
Felicidades Isabel.