Laura se levanta todas las mañanas temprano, se baña, se cambia, y se sienta a tomar desayuno mientras lee el periódico antes de ir a trabajar. Mira la primera plana y lee: “Gobierno debería invertir más en servicios de infraestructura”. Laura asiente y de hecho concuerda, pero en realidad no sabe exactamente qué abarca esta frase y porqué es tan importante para ocupar un espacio en el periódico. Lo cierto, es que no se dio cuenta que todas las actividades que realizó esa mañana fueron posibles gracias a los servicios de infraestructura: agua, electricidad y transporte. Y esa realidad, a menudo la damos por sentado.
Los servicios de agua, electricidad y transporte son vitales para nuestras actividades diarias e inclusive para nuestra calidad de vida. Hay muchas sinergias con salud, educación, empleo y otras áreas que impactan directamente en nuestro bienestar. Está demostrado que hay un efecto del acceso al agua y saneamiento en la reducción de ciertas enfermedades, entre el acceso a luz y la mejora en los rendimientos escolares y entre el acceso a transporte público y más oportunidades empleo.
El desarrollo de nuestra región requiere entonces que todos tengamos acceso de calidad a servicios de agua, electricidad y transporte y que los podamos pagar. ¿Acaso los tenemos?
💡 Una vez al año se celebra la hora del planeta. Se nos pide que apaguemos voluntariamente las luces durante una hora con el propósito de crear conciencia sobre el planeta y el cambio climático. Una hora sin luz que para mucha gente se hace eterna, pero ¿acaso nos imaginamos como sería una vida sin luz?
Hoy, casi toda la gente en América Latina y el Caribe tiene acceso a electricidad. De hecho, el acceso en nuestra región supera el promedio mundial, aunque aún está detrás de regiones más desarrolladas como América del Norte, Europa y Asia Central. Claramente se ha hecho un gran esfuerzo por aumentar el acceso a electricidad.
Sin embargo, 18 millones de personas todavía no tienen acceso a electricidad en nuestra región, la mayoría de las cuales son pobres. Haití por ejemplo, tiene una tasa de acceso del 39%. Las áreas más rezagadas en la región son las rurales. Mientras que las áreas rurales en Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay casi han alcanzado la universalidad, en Honduras 32% de los hogares rurales aún no tiene electricidad. Y es que cada vez se hace más difícil llegar a la cobertura universal porque se trata de zonas remotas y dispersas que no pueden ser atendidas con soluciones convencionales. Pero difíicil no significa imposible. Perú es un ejemplo en la región donde en 20 años se aumentó el acceso del 64% al 97% gracias a un conjunto de políticas que involucraron inversión, subsidios focalizados y soluciones energéticas no conectadas a la red como los sistemas fotovoltaicos.
💧 Si hablamos de agua, pensaríamos que el acceso es universal, después de todo el agua es un derecho humano. Pues no podríamos estar más equivocados. El nivel de acceso a agua en nuestra región es menor que el de electricidad.
Hace unos años la región señalaba contar con una cobertura por encima de 90%. Pero todo depende de la vara con que se mida. Dicho acceso se medía con indicadores muy básicos que consideraban que un hogar tenía agua mientras tuviera acceso a ésta hasta en un radio de 15 minutos. Es decir, una persona tenía acceso a agua a pesar de que tenga que caminar 15 minutos de ida y otros 15 de vuelta para sacar agua de un pozo, cuando lo ideal es tener acceso dentro de la casa. Y no hablemos del peso: se trata de recipientes que pueden llegar a pesar hasta 20kg.
En el 2015, los Objetivos de Desarrollo Sostenible subieron considerablemente los estándares de medición y pasaron a considerar el acceso a agua “gestionada de forma segura”. Es decir, una persona tiene acceso si cuenta con agua libre de contaminación en su hogar. Bajo este estándar, las tasas de acceso cayeron drásticamente. Tanto que hoy, de cada cuatro personas en la región, una no tiene acceso a agua dentro de su casa y dos no tienen saneamiento dentro de su casa. La situación se agrava en el área rural. El 56% de los hogares en el área rural no tiene agua dentro de sus casas y el 80% no tiene acceso a saneamiento dentro de su casa.
🚌 Con respecto al transporte, casi todos debemos movilizarnos, ya sea para ir a trabajar, estudiar, pasear, o hacer algún trámite, etc. Para muchas personas en la región, movilizarse es un desafío. Deben recorrer largas distancias y no disponen de un servicio de transporte público adecuado.
En muchas ciudades, se puede llegar a más puestos de trabajo en una hora si se viaja en automóvil en lugar de transporte público, aun sumándole el tiempo de congestión y de estacionamiento.
¿Pero por qué sucede esto si casi todas las personas en la región tienen una parada de transporte público cerca de su casa? Porque esto no es una condición suficiente: Hay otras condiciones que afectan nuestro desplazamiento. Por ejemplo, podemos tener una parada de bus cercana, pero no nos ayuda si éste no pasa frecuentemente o pasa a horas no establecidas.
No asombra que esta situación afecte a los más pobres. Viven en zonas alejadas o de difícil acceso, lo que hace más difícil su cobertura con transporte público formal dejando espacio para el transporte informal. En algunas ciudades de la región, éste puede aumentar el acceso a puestos de trabajo hasta en 40%. Pero con significativos impactos negativos en términos de provisión del servicio y tipo de empleo generado.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿tenemos acceso a servicios de agua, electricidad y transporte? América Latina y el Caribe ha avanzado mucho en la ampliación del acceso a agua, electricidad y transporte, pero el acceso todavía no es universal. Seguir ampliando el acceso a estos servicios debe ser central en la agenda de desarrollo de la región. En especial, cuando el cambio climático, el crecimiento de la población y la urbanización van a aumentar la presión sobre estos servicios.
El acceso a los servicios de agua, electricidad y transporte y sus desafíos son examinados en el libro insignia del 2020 del BID: “De estructuras a Servicios: El camino a una mejor infraestructura en América Latina y el Caribe”. Te invitamos a descargarlo.
*Coautora: Cinthya Pastor es Directora de Economía del Global Infrastructure Hub. Previamente se desempeñó como Economista en la gerencia del Departamento de Infraestructura y Energía del BID, como consultora dentro de la Dirección General de Estudios Económicos del Ministerio de Economía y Finanzas de Perú y como Jefa de Políticas Públicas en el Instituto Peruano de Economía, organización sin fines de lucro, fundada por el Banco Mundial en 1994, dedicada al análisis y propuesta de políticas públicas. Cinthya es graduada en economía de la Universidad del Pacifico (Lima) y cuenta con una maestría de Administración Pública y Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard.
Daniel Navajas O. dice
Estimados amigos,
Uno de los temas que es necesario comentar es el transporte aéreo, que ahora e muy necesario reactivarlo en la región con el apoyo en gran medida de los Estados miembros.
Me permio comentar la nueva normalidad que nos espera en el ámbito aeronáutico-
Estamos de acuerdo que salir de la pandemia de COVID-19 no será fácil. Tendrá un impacto mucho más profundo, de lo que creemos, en la forma en que operará la industria del transporte aéreo en el futuro del que tuvieron en los pasados años.
Es lógico, no se puede predecir el futuro, pero vemos tres pilares claves que darán vida y forma a la “nueva normalidad” de la industria. En éste sentido, las líneas aéreas están trabajando, junto con los administradores de aeropuertos y los gobiernos para dar sentido a los cambios y comenzar el largo viaje hacia la recuperación.
Los países van cambiando las características de sus fronteras cerrándolas, o incluyendo nuevas restricciones y todo de acuerdo al resultado que produce la enfermedad en sus territorios y en los países vecinos.
En las últimas semanas, muchos países lucharon para detener la propagación de la pandemia y mantener a sus ciudadanos seguros, realizando un esfuerzo concertado y global para contener el movimiento de personas, y los países han limitado o restringido totalmente el viaje de las personas.
El impacto de COVID-19 en la aviación será muy largo y complejo. La recuperación también será larga y cambiará la forma en que viajamos, como ha ocurrido después de grandes conmociones en el pasado, como, por ejemplo, los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estado Unidos, que en ese caso resultaron en un aumento de los controles de seguridad.
Ya no podemos considerar volver a un entorno operativo normal o como el que vivimos. Nuestro entorno y la industria aeronáutica desde luego, se encamina a una “nueva normalidad”, que para todos, tiene el objetivo principal de mantener a salvo al público y en éste caso a los pasajeros.
Estamos iniciando todo de nuevo, por eso surgen preguntas que las líneas aéreas, aeropuertos y gobiernos deberán ver la manera de contestarlas y solucionarlas. Anotamos algunas que, desde luego, hay muchas otras más.
Podrían las aerolíneas reducir sus flotas para manejar una contracción de la demanda?
¿Cómo pueden las aerolíneas y los aeropuertos utilizar sus activos para ser más efectivos, y aún así dar bioseguridad a sus pasajeros y usuarios?
¿Agregará la industria aeronáutica, el concepto de “salud” como un requisito principal en las consideraciones para viajar?
Adoptarán los gobiernos un nuevo enfoque, quizás más rígido, para reabrir y administrar sus fronteras ?
Buscarán los gobiernos nuevas formas de controlar la salud de los pasajeros que cruzan la frontera?
Se verán cambios, en los viajes de placer a medida que las empresas cambien a soluciones digitales para conectarse con sus clientes y empleados?
Como se puede notar, muchas cosas cambiaran y dependerán de los actores principales de la industria aeronáutica llegar a la “nueva normalidad”, las respuestas y acciones no deben hacerse esperar pues el impacto económico ya es muy fuerte.