El desastroso huracán que arrasó Acapulco por sorpresa el pasado mes de octubre demuestra que el cambio climático ya está aquí, y América Latina y el Caribe están pagando factura. A medida que la temperatura global aumenta, la región experimenta cada vez más fenómenos meteorológicos extremos como sequías, inundaciones y tormentas, a la vez que se evidencian los impactos del retroceso de los glaciares, la subida del nivel del mar y la migración de especies. Estos impactos climáticos tienen grandes consecuencias en la vida de las personas en la región, ya que amenazan vidas, destruyen infraestructuras y perturban la actividad económica.
Entonces ¿qué podemos hacer al respecto? Es fundamental adaptarnos y construir resiliencia frente a los impactos climáticos actuales y futuros. La buena noticia es que adaptarnos al cambio climático es posible, y de hecho, es mucho más barata que simplemente aguantar el calor y no hacer nada más.
Nuestra más reciente publicación ofrece una visión general y fácil de entender sobre los riesgos climáticos y las soluciones que los países pueden aplicar en sectores como la alimentación, el agua, la energía, el transporte, las ciudades, la salud, la cohesión social y las finanzas. Aunque cada lugar se enfrenta a retos únicos, hay 9 temas comunes desde los cuales se pueden abordar estos retos:
- Conozca a su enemigo: Evaluar el peligro, la exposición y la vulnerabilidad. El primer paso es identificar los peligros y las zonas vulnerables en las que habitamos. Los modelos climáticos son una herramienta útil para prever las amenazas potenciales, y al anticiparnos, podemos prepararnos. Sin embargo, la incertidumbre es inherente, y las deliberaciones con las diferentes actores locales interesados también son importantes. Los gobiernos deben evaluar la exposición -cuántas personas se encuentran en zonas amenazadas- y la vulnerabilidad -con qué gravedad afectarán los impactos a los elementos expuestos. Debido al cambio climático, la exposición está cambiando rápidamente. Y las catástrofes naturales no son el único problema. Por ejemplo, la aptitud climática para la transmisión del dengue en Sudamérica aumentó un 35% entre 1951 y 2021.
- Retirada estratégica… o defensa en profundidad. Retirarse de las zonas costeras, inundables o montañosas de alto riesgo puede evitar los impactos. Sin embargo, la migración es compleja; el apego cultural, las presiones de la urbanización y los asentamientos informales a menudo impiden la retirada. Cuando la retirada es imposible, la protección es primordial. Las inversiones en infraestructuras como diques y malecones evitan los daños. Las soluciones basadas en la naturaleza, como la restauración de humedales y los bosques urbanos, también pueden reducir los riesgos a la vez que proporcionan refugio a la biodiversidad y comodidades a las personas. En Paraguay, los humedales restaurados y las infraestructuras de drenaje protegen a 1.500 hogares de las inundaciones.
- Reconstruir mejor: Infraestructuras reforzadas y eficientes. Incluso con protección, siempre quedará algún riesgo residual. Gran parte de la adaptación puede plantearse como pedir soluciones a los ingenieros. Unas normas de diseño y unos materiales robustos pueden evitar los daños meteorológicos. Las mejoras en la eficiencia, como el aislamiento de los edificios o el riego por goteo, reducen las necesidades de recursos y moderan las tensiones climáticas.
- Sistemas a prueba de fallos: Diversificar, descentralizar, redundancia. Pensar y organizarnos a nivel de sistema es clave. En la República Dominicana, por ejemplo, las interrupciones de la red por inundaciones y otras catástrofes cuestan a los viajeros tres veces más que los propios daños de la infraestructura. Para evitarlo, las infraestructuras y las cadenas de suministro deben presentar alternativas, descentralización y redundancias. Por ejemplo, las empresas de suministro de agua pueden mantener diversas fuentes de agua, como embalses, cuencas restauradas y agua reciclada. La generación solar y eólica descentralizada evita los puntos únicos de fallo. Las carreteras, puertos y enlaces de comunicación redundantes proporcionan copias de seguridad cuando se producen catástrofes.
- Prevenir es prevenir: Sistemas de alerta temprana y preparación. Prepararse para situaciones de choque inevitables permite afrontarlos y recuperarse rápidamente. Los sistemas de alerta permiten actuar con prontitud, como evacuar a las personas, trasladar los objetos de valor o almacenar medicamentos críticos y materiales para la reconstrucción. Los planes de contingencia son clave para identificar rutas de suministro alternativas y prioridades para mantener los servicios críticos. Reforzar la capacidad de resistencia de los hogares y las empresas también requiere darles acceso a seguros, ahorros, protección social y acceso a financiación para reconstruir.
- Políticas para la adaptación del sector privado. Los gobiernos pueden llevar a cabo por sí mismos muchas de las adaptaciones necesarias, pero también deben posibilitar la adaptación del sector privado mediante distintas intervenciones. Por ejemplo, la zonificación reduce la exposición impidiendo la construcción en zonas vulnerables. Las normas hacen obligatorias las adaptaciones críticas, como los códigos de construcción resistentes al clima. Los instrumentos económicos como las subvenciones, los impuestos y los aranceles crean incentivos, por ejemplo, para la conservación del agua o la energía limpia. El suministro de información, los programas de formación y las herramientas para gestionar la profunda incertidumbre son formas importantes de crear capacidad de adaptación.
- Adaptación de la financiación. La política fiscal también debe adaptarse. Se necesitan fondos públicos para adquirir opciones de adaptación costosas, como la mejora de las aulas escolares con aire acondicionado. Los ministerios de finanzas también deberían tener en cuenta la vulnerabilidad climática en los presupuestos, ya que a menudo se espera que el gobierno rescate a las comunidades desastrosamente afectadas. El sector bancario privado también debería adaptarse, por ejemplo, ordenando que las grandes instituciones financieras evalúen, reduzcan y comuniquen cómo podrían verse afectados sus activos por el cambio climático. Brasil, por ejemplo, ya lo hace.
- La unión hace la fuerza: Colaboración multisectorial y entre múltiples partes interesadas. La adaptación requiere una acción coordinada entre ministerios, niveles de gobierno y agentes privados/públicos. Los planes nacionales de adaptación deben asignar la responsabilidad de las evaluaciones de riesgos y las acciones prioritarias. La capacitación de los gobiernos locales es esencial, ya que los planes de adaptación deben adaptarse a las necesidades de la comunidad y a los patrones climáticos locales. La ley de cambio climático de Chile es un gran ejemplo: encarga a cada ministerio y gobierno municipal que desarrolle su propio plan de adaptación.
- El objetivo: mejorar vidas. La adaptación debe tener en cuenta la equidad social. Tras el huracán Mitch en 1998, los hogares hondureños más pobres perdieron el 18% de sus bienes, frente a sólo el 3% entre los más ricos. La política gubernamental debe dar prioridad a los más necesitados. La protección social es esencial para proteger a los más vulnerables; debe ser capaz de reaccionar rápidamente para llegar a los hogares afectados tras los fenómenos meteorológicos extremos.
A la hora de diseñar la política climática, las consultas públicas son fundamentales para garantizar que se escucha a los grupos vulnerables y que las soluciones se adaptan a sus necesidades. Por ejemplo, imponer códigos de construcción no hace nada por los que viven en asentamientos informales. La adaptación será más eficaz si los gobiernos pueden demostrar que mejora la vida de sus electores. Esperamos que el libro “Calor y agua alta” pueda ayudar a garantizar que lo hacen.
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