En una entrevista concedida recientemente a un periódico brasileño, el presidente chileno Sebastián Piñera no podría haber sido más preciso al resumir los desafíos que enfrenta la región después de más de un cuarto de siglo de esfuerzos en pos de la integración regional. Sostuvo que América Latina es la región con la mayor cantidad de acuerdos comerciales preferenciales (ACP) del mundo y, sin embargo, la integración se encuentra muy rezagada respecto de la de sus pares de otras regiones. También se refirió a la responsabilidad de integrar la región que recae sobre los líderes políticos actuales, en un momento en el que los beneficios del comercio están siendo cuestionados por parte del mundo desarrollado.
Estas son precisamente las motivaciones y las percepciones que han llevado a los investigadores del BID a retroceder un paso y adentrarse profundamente en el análisis de los resultados de la integración en América Latina y el Caribe. Las conclusiones acaban de publicarse en un informe de políticas que ofrece una hoja de ruta para aprovechar al máximo el mercado regional, cuyo valor ronda los US$ 5 billones.
¿Cuáles fueron los principales hallazgos y recomendaciones? El informe señala que, si bien, desde su puesta en marcha, los ACP regionales lograron impulsar el comercio intrarregional un 64 % en promedio, estos beneficios no estuvieron a la altura de lo que el mercado regional podría ofrecer. Lo que resulta aún más preocupante es que tampoco lograron hacer que la región se tornara más competitiva en el plano internacional. Se cree que la fragmentación, que se presenta como un mosaico de 33 acuerdos relativamente pequeños, impuso límites muy fuertes a las ganancias comerciales y de productividad.
¿Qué puede hacerse al respecto? Según las conclusiones del estudio, favorecer la convergencia entre los ACP existentes sería una forma de abordar este problema; una estrategia que, eventualmente, conduciría a un Tratado de Libre Comercio de América Latina y el Caribe (TLC-ALC). Por sí solos, sin una masa crítica, los acuerdos actuales están destinados a la irrelevancia o, incluso, a una muerte lenta; particularmente en medio del surgimiento de una nueva generación de megaacuerdos (como el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, CPTPP) y de megaeconomías (como China).
Es comprensible que los Gobiernos enfrenten todo tipo de restricciones políticas, por lo tanto, este estudio presenta varias vías alternativas hacia la convergencia. Los responsables de políticas pueden asumir un enfoque más cauteloso, paso a paso, empezando por ampliar la acumulación de reglas de origen entre los ACP existentes, para luego unir los significativos eslabones sueltos en las relaciones comerciales (piénsese, por ejemplo, en Brasil y México). Otra alternativa sería elegir una ruta sin escalas hacia un acuerdo panregional (TLC-ALC).
Sea cual fuere la estrategia que adopten, enfrentarán un alto grado de escepticismo: dado el historial problemático de la región, hay quienes podrían preguntarse por qué sería diferente esta vez. Como señala el estudio, hay al menos tres razones para ser optimista.
En primer lugar, la mayor parte de la población ignora que cerca del 90% del comercio intrarregional ya está libre de aranceles, un logro que proporciona una plataforma sólida sobre la cual construir un área de libre comercio regional.
En segundo lugar, después de haber sobrellevado un período desastroso de políticas comerciales populistas, la región está hoy más cerca que nunca del consenso político en torno de los beneficios del comercio y la integración.
Y, en tercer lugar, las recomendaciones de políticas que se ofrecen están ahora muy bien informadas por los errores del pasado. En vez de pretender complejas uniones aduaneras e instituciones intergubernamentales, el objetivo debería ser una zona de libre comercio estándar, centrada en los bienes y servicios, que incluya un capítulo sobre facilitación del comercio.
Lo único que hace falta para poner en marcha la negociación es una masa crítica de países con la fuerza gravitatoria suficiente. Por ejemplo, Argentina, Brasil y México, que lideran los bloques subregionales más grandes de la región —la Alianza del Pacífico y el MERCOSUR— están en una posición inigualable para lograr que esto se haga realidad. Ambos bloques dan cuenta del 81 % del PIB de la región y ya han iniciado un diálogo formal con miras a la convergencia.
¿Qué clase de beneficios comerciales puede traer aparejada dicha convergencia? Más que la panacea, se trata de frutos maduros, al alcance de la mano, que pueden ofrecer beneficios tangibles difíciles de lograr por otros medios. Por ejemplo, las estimaciones del estudio sugieren que un TLC-ALC produciría un aumento promedio del 9 % del comercio intrarregional de bienes intermedios utilizados en las exportaciones, que fortalecería las cadenas de valor poco desarrolladas de la región. Fundamentalmente a partir de la eliminación de aranceles, el acuerdo impulsaría asimismo el comercio intrarregional de todos los bienes un 3,5 % en promedio, que equivale a US$ 11 300 millones adicionales, estimados sobre la base de los flujos de 2017.
En un escenario de fricciones comerciales crecientes, el informe sostiene que un TLC-ALC también podría constituir una póliza de seguro efectiva. Atenuaría en hasta un 40 % los efectos negativos del creciente proteccionismo que afecta a las exportaciones de América Latina y el Caribe.
Si bien estos beneficios podrían cosecharse siguiendo distintas estrategias de convergencia, el tiempo claramente es un factor de peso. Dilatar la implementación haría que dicha convergencia perdiera efectividad para ayudar a la región a navegar el entorno comercial turbulento actual y enfrentar sus acuciantes presiones competitivas. De igual modo, debilitaría aún más la justificación económica y la credibilidad de las aspiraciones políticas largamente proclamadas respecto de lograr, por fin, una integración fuerte y saludable de toda la región.
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