Durante la década de los sesenta, los países de América Latina y el Caribe apostaron por una estrategia de desarrollo económico basada en la protección comercial. Su eje principal se sustentaba en la sustitución de importaciones y pretendía proteger a las industrias de la competencia exterior.
El importante crecimiento logrado impulsó las condiciones para la crisis de la deuda de 1980, la cual, junto a una serie de conflictos sociopolíticos de la región centroamericana, derivaron en importantes repercusiones a nivel social y económico.
Fue entonces cuando Centroamérica, siguiendo el ejemplo de países del Este Asiático, se propuso un modelo de desarrollo basado en una mayor apertura comercial y financiera, la promoción de exportaciones y un cambio de su estructura, la apertura de nuevos mercados y la atracción de inversión extranjera directa.
De esta manera, Centroamérica fue ampliando su oferta de productos y destinos de exportación.
En 1970, la mayoría de los países de la región exportaba principalmente bienes agrícolas de baja sofisticación a 109 destinos en el mundo centrándose en café, banano y cacao.
En 2017, último año con datos disponibles, Centroamérica exportó a más de 220 países y observó un cambio significativo en la participación de los productos manufacturados exportados, que llegaron al 35% del total frente a algo menos del 6% en 1970. Mientras tanto, los bienes agrícolas representaron en 2017 el 25,5% comparado con 68% en 1970. De hecho, el café dejó de ser el producto más importante (menos de 5% del total).
Sin embargo, y a pesar de que la región se ha esforzado en alcanzar una mayor integración comercial y financiera internacional, algunos de sus principales socios comerciales han dado un giro hacia políticas más proteccionistas. Por ejemplo, Estados Unidos ha procurado reactivar su mercado interno con el incremento de tarifas arancelarias y la renegociación de sus tratados comerciales, tendiendo a encarecer los bienes procedentes del exterior, principalmente de China y México.
La clave: ampliar la red de tratados comerciales intrarregionales
En la reciente publicación “El futuro de Centroamérica: Retos para un desarrollo sostenible”, identificamos la mejor estrategia para mitigar los efectos de posibles cambios en política comercial que podrían encarecer el acceso de la región a mercados importantes.
Una de estas acciones es diversificar geográficamente sus exportaciones.
Por ejemplo, el estudio estima que si Centroamérica ampliara su red de tratados comerciales intrarregionales podría incrementar el PIB real regional en un 1,2% para 2030, lo que representaría casi 400.000 trabajos adicionales.
En este sentido, incrementar el comercio con la Alianza del Pacífico es una ventana de oportunidad para el mayor crecimiento económico, la creación de empleo y la atracción de inversiones extranjeras. Por ello, es crítico minimizar barreras no arancelarias relacionados con costos logísticos (como puestos fronterizos, tramitología o infraestructura) y barreras administrativas. Esto puede lograrse por medio de programas de integración fronteriza, algo ya iniciado en algunos países.
Centroamérica debe ampliar la integración comercial intrarregional
La región de Centroamérica, incluyendo República Dominicana, tiene la oportunidad de ampliar su agenda de integración comercial en un contexto internacional incierto. Una mayor integración comercial intrarregional y con mercados menos tradicionales emergentes ofrece las oportunidades de crecimiento, empleo y atracción de inversiones extranjeras.
Sin embargo, la reorientación del comercio hacia nuevos destinos impone también retos fundamentales. Implica lograr coordinar importantes voluntades políticas y diplomáticas, mientras se atienden los reclamos de sectores que se verían afectados negativamente por la mayor apertura.
Requeriría, al mismo tiempo, acelerar la estrategia de facilitación comercial, incluyendo modelos como las Ventanillas Únicas de Comercio Exterior y la Gestión Coordinada de Fronteras, y de conectividad a nivel regional. Y también buscar el aprovechamiento de economías de red a nivel regional, así como la atracción de mecanismos innovadores de financiamiento de infraestructura, orientados a potenciar la participación del sector privado y el crecimiento más inclusivo.
La región debe entonces apuntalar sus esfuerzos de apertura y diversificación de productos y de regiones para integrarse en las cadenas globales de valor, aprovechando al máximo los tratados de libre comercio y reduciendo las barreras no arancelarias.
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