El 31 de mayo de 1970, un terremoto de una intensidad de 7,9 en la escala Richter azotó las regiones de Ancash y La Libertad, en el norte de Perú, destruyendo caminos, viviendas y escuelas y desatando una avalancha que sepultó la ciudad de Yungay en una masa de rocas y hielo. Murieron más de 66.000 personas, otras 100.000 resultaron heridas, y cientos de miles más perdieron sus hogares. Se tardó años en reparar los daños a las infraestructuras -calculadas en USD 530 millones.
Otros impactos todavía perduran. Según una investigación de Germán Daniel Caruso y Sebastián Miller para el BID, el llamado terremoto de Ancash desató efectos negativos de largo plazo en la educación, la pobreza, los matrimonios y el trabajo que han perdurado más allá de la destrucción material. En algunos casos, estos efectos se han trasmitido de una generación a otra. No sólo han sufrido daños las mujeres que en el momento del desastre todavía se encontraban en el útero de sus madres. Sus hijos también han sufrido.
Las recientes investigaciones sobre el impacto de acontecimientos como las hambrunas, los conflictos armados y los desastres naturales revelan que la exposición a los traumas in utero o durante los dos primeros años de vida pueden afectar a las víctimas durante largo tiempo. Esto puede suceder por al menos dos motivos diferentes, que pueden confluir en una tormenta perfecta de consecuencias desastrosas. En primer lugar, la desnutrición y las enfermedades después de un desastre pueden influir en la salud de los niños. Y las muertes, la pérdida de la vivienda y de los modos de subsistencia pueden producir estrés postraumático. Esto puede afectar tanto a las mujeres embarazadas, que lo transmiten a sus hijos in utero, como a los niños durante la infancia, causando depresión y ansiedad que puede ser profunda y perdurable.
Aunque todavía no se sabe cuál de esos mecanismos se activó en Ancash, los propios efectos parecen suficientemente claros. A fecha de 2007, 37 años después de los hechos, las personas afectadas in utero por el terremoto tuvieron 0,65 años menos de educación que aquellas que no fueron afectadas. Además, los hijos de las mujeres que se vieron expuestas cursaron 0,45 años menos de educación que los hijos de aquellas que el terremoto no afectó. Puede que esas cifras parezcan pequeñas a primera vista, pero son importantes: perder medio año de educación en un país de ingresos medios como Perú se traduce en pérdidas de los salarios de 3,9% – 5,5% a lo largo de la vida laboral.
Las mujeres expuestas in utero al terremoto también sufren otras formas de incapacitación, sobre todo cuando se trata del bienestar y la pobreza. Por ejemplo, esas mujeres tenían un 3% más de probabilidades de ser solteras o divorciadas. Y tenían más probabilidades de tener hijas que trabajaran antes de los 16 años. También tendían a ser más pobres, con una probabilidad un 2,6% mayor de carecer de los servicios básicos del hogar, como electricidad, agua potable y refrigerador. Sin embargo, con la excepción de la pérdida de casi medio año de escolarización, los hombres expuestos a Ancash in utero no sufrieron efectos a largo plazo, una diferencia que aún está por explicarse.
Se requiere más investigación. Hasta la fecha, la mayoría de los trabajos sobre desastres naturales se han centrado en la capacidad de predecirlos o de predecir su impacto macroeconómico. Se ha investigado relativamente poco a propósito de sus impactos en los mercados laborales o de las pérdidas de capital humano. Sin embargo, los desastres naturales tienen efectos ocultos y silenciosos que influyen en la salud, la educación y el nivel de pobreza. Comprenderlos mejor y adoptar medidas inmediatas, con una intervención médica y psicológica para proteger a las mujeres embarazadas y a los muy pequeños, debería ser clave para aliviarlos e impedir que las consecuencias perduren en el tiempo.
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