El paso de la agricultura a la industria manufacturera y a otros sectores de alta productividad se consideró durante mucho tiempo como el verdadero camino hacia la transformación estructural y el desarrollo. Por el contrario, la agricultura se consideraba un sector tecnológicamente atrasado, con una innovación mínima y poca capacidad para hacer crecer el ingreso nacional. Sin embargo, esta visión ha perdido su validez. Pese a que todavía existe mucha agricultura de subsistencia en América Latina, la agricultura moderna de la región utiliza métodos de producción avanzados, como drones, imágenes satelitales, agricultura de precisión y genética de vanguardia. Cuenta con la capacidad de responder con rapidez tanto a las cambiantes normas impuestas por los grandes compradores —como son los centros de procesamiento de alimentos y los supermercados— como a los exigentes requisitos de los propios consumidores. Y además es tecnológicamente avanzada, altamente productiva y una fuente potencial de creación de empleo y crecimiento nacional.
En un momento en el que la producción manufacturera puede dejar de ser el vehículo natural de la transformación estructural en América Latina, esta nueva realidad resulta fundamental para asignar a la agricultura moderna un papel importante en el desarrollo nacional. Para ello es necesario que la agricultura se transforme verticalmente, es decir, que emplee a más trabajadores en empresas más productivas y con métodos de producción más avanzados. Y, por supuesto, implica la integración en las cadenas de suministro globales. Con la guerra de Rusia en Ucrania, la agricultura moderna tiene un papel adicional que desempeñar: por un lado, llenar los vacíos en las cadenas de suministro causados por la guerra y, por el otro, combatir la creciente inseguridad alimentaria a nivel mundial.
Un informe que ilustra los caminos hacia el éxito
Estas oportunidades son objeto de un nuevo informe del BID titulado “Competir en la agroindustria: Estrategias empresariales y políticas públicas para los desafíos del siglo XXI”, el cual se basa en más de 30 estudios de caso de empresas de la región que se integraron con éxito en los mercados agroalimentarios internacionales con una gama de productos que incluye desde frutas, verduras y carnes, hasta infusiones como café y yerba mate, así como productos procesados como el puré de mango orgánico y las barras de chocolate gourmet.
El informe subraya que, aparte de cumplir las normas, a menudo estrictas, de empresas compradoras y consumidores internacionales, no existe una receta única para conquistar una mayor cuota de mercado mundial. Pero está repleto de ejemplos de cómo lograrlo: desde la obtención de certificaciones orgánicas y de comercio justo, el suministro de productos no disponibles en el hemisferio norte durante las temporadas bajas y la producción de productos con mejor sabor, mayor tamaño y vida útil más prolongada.
Integración de pequeños productores en los mercados internacionales
Además, las grandes empresas de vanguardia no son las únicas que pueden participar en esta dinámica. Los pequeños productores, incluidas las granjas familiares y las comunidades indígenas, también pueden integrarse en los mercados internacionales agrupándose en asociaciones o cooperativas, o asociándose verticalmente con empresas tractoras que les proporcionen asistencia técnica y financiamiento, así como instalaciones de envasado, procesamiento y comercialización. De este modo, miles de pequeños productores, desde aquellos que cultivan aguacate en Perú hasta los que cosechan café en Centroamérica, aumentan su valor y participan en las cadenas de valor agroalimentarias internacionales.
La agricultura moderna como obra de colaboración público-privada
Lo que el informe deja bien claro es que esto no es enteramente obra de intereses privados. Por el contrario, los gobiernos y el sector privado deben trabajar de la mano para identificar los bienes públicos necesarios para el éxito agrícola, ya sean proyectos de riego a gran escala, investigación y desarrollo o la negociación de protocolos sanitarios y fitosanitarios con los países importadores. Las medidas que tomó el gobierno peruano hace varios años, incluyendo una nueva ley de agricultura, un acuerdo de libre comercio y amplios proyectos de irrigación, ayudaron a transformar la costa peruana de un desierto en un granero y condujeron al éxito de la comercialización de aguacates, arándanos y otras frutas peruanas en los mercados internacionales. Esta experiencia no es más que uno de los numerosos ejemplos del informe que señalan la importancia fundamental de esta colaboración público-privada.
En las últimas décadas América Latina ha crecido muy lentamente buscando cerrar su brecha de desarrollo con los países avanzados y crear suficientes puestos de trabajo de alta calidad para satisfacer las aspiraciones de su población. Una vía vital para ayudar a la región a alcanzar su potencial económico sería una transformación vertical del sector agrícola para que incluya un mejor trabajo en equipo entre los sectores público y privado, una mayor inversión en innovación y procesos más sofisticados y productivos. Como se ilustra en este informe, el futuro está en una agricultura intensiva en conocimientos y capaz de producir productos diferenciados de alto valor, respetuosos con el medio ambiente y resistentes al cambio climático. Se trata de una agricultura capaz de cumplir normas internacionales cada vez más estrictas y de integrar en las cadenas de suministro internacionales tanto a los grandes productores como a los cientos de miles de pequeños productores. La región cuenta con abundantes recursos y talento. Ha llegado el momento de sacar provecho tanto de estas circunstancias como de la situación alimentaria mundial, especialmente difícil, para aprovechar la oportunidad de lograr un crecimiento más inclusivo, acelerado y sostenible.
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