América Latina y el Caribe recibieron el Día Mundial del Medio Ambiente el 5 de junio con mucho que celebrar. La región, que contiene la mayor extensión de selva tropical, la mayor diversidad biológica y parte de las más abundantes fuentes de energía renovable del planeta, está cada vez más consciente de lo importante que es el medio ambiente para su futuro. Más aún, ese saber está alentando nuevas iniciativas dirigidas a protegerlo. En 1992 Brasil fue sede de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, que dio entrada a las primeras iniciativas mundiales de refrenar las emisiones de gases que producen el efecto invernadero. En 2008, Costa Rica se convirtió en el primer país del mundo en comprometerse a alcanzar un nivel de cero emisiones netas de carbono, prometiendo usar energías renovables y plantar árboles para compensar su uso de combustibles fósiles. El año pasado México se colocó a la cabeza de los países en vías de desarrollo al sentar el primer compromiso formal de reducir los gases de efecto invernadero antes de la reunión cumbre de París sobre el clima. Y entre 2004 y 2011, Brasil redujo la tasa de deforestación en más de 75%, demostrando así que la creación de áreas protegidas y una mayor vigilancia y aplicación de la ley pueden contribuir a reducir la pérdida de zonas boscosas en la cuenca amazónica—los pulmones del planeta.
Pero a pesar de todos esos logros, la región de América Latina y el Caribe sigue estando empeñada en un modelo económico insostenible. Ese modelo no solo depende de la extracción de recursos naturales, sino que lo hace de una manera que hace prácticamente inevitable que continúe la deforestación. Por ejemplo, entre 2001 y 2012, la región perdió 36 millones de hectáreas (89 millones de acres) de bosques y sabanas que fueron convertidos en zonas de producción agrícola y ganadera, según el Instituto de Recursos Mundiales. Las zonas boscosas de la Amazonia, el Gran Chaco y las regiones mesoamericanas de Centroamérica y México cayeron presa de los buldóceres, las motosierras y los incendios provocados por el hombre. Se emitieron millones de toneladas de gases de efecto invernadero. A pesar de las iniciativas que han conseguido reducir la deforestación en buena parte de la Amazonia, entre 2010 y 2015 Sudamérica sufrió una pérdida neta de dos millones de hectáreas de bosques cada año; una estadística que solo supera África, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
En un reciente artículo de blog se estudia la importancia del comercio y la integración interregional para impulsar la actividad económica en una era de bajo crecimiento en América Latina y el Caribe. El mismo principio se aplica a la promoción de actividades benignas para el medio ambiente en una era de pérdida de bosques. No es preciso destinar zonas boscosas recién taladas a la crianza de ganado y la producción de frijol de soya y palma africana. La industria agropecuaria no tiene por qué acabar con áreas naturales. La región ya tiene decenas de millones de hectáreas de tierras marginalmente productivas y degradadas. Tiene territorios enteros ideales por su naturaleza para esas actividades. La clave está en la especialización, destinando aquellas áreas que tengan una ventaja comparativa tanto económica como medioambiental a la producción y comercialización de esos bienes, y reservando las zonas más densamente boscosas y frágiles al ecoturismo, la producción forestal sustentable, como hierbas medicinales, frutas y nueces, o a actividades económicas que no afecten a los bosques en lo absoluto.
Las alternativas son realmente duras. De continuar las tendencias actuales, la crianza de ganado se va a convertir en la mayor fuente de gases de efecto invernadero en América Latina y el Caribe en menos de 15 años, según cifras del BID. Eso va a añadir mayor presión aún a una región donde ya se proyecta que las temperaturas van a aumentar entre 1 y 6.7 grados centígrados hacia fines del siglo. El aumento de la frecuencia y la intensidad de las tormentas, inundaciones y sequías va a obligar cada vez a más personas a mudarse de zonas rurales a las ciudades. Según otro reciente artículo de blog, eso puede provocar una intensificación de las emisiones de carbono, a medida que cada vez más habitantes de las ciudades vayan consumiendo más y más productos, utilicen más electrodomésticos y usen cada vez más transporte público. Se agravará la expansión descontrolada de las ciudades. El tránsito y la congestión se agravarán y puede que los servicios de salud y educación se vean presionados al límite.
Hay que reconocerle a América Latina y el Caribe que ya se está poniendo manos a la obra para atender esos problemas. Los países de la región ya están promulgando reglamentos para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero según los términos del Acuerdo de París. Se están desarrollando técnicas agroforestales y silvopastoriles que van a permitir tener cultivos y criar ganado sin necesidad de talar, en el interior de zonas boscosas. La búsqueda de ciudades más sustentables está avanzando. Pero la región también necesita más especialización y comercio, para tener la seguridad de que la producción agropecuaria de gran escala se ubique únicamente en tierras en las que esas actividades se puedan realizar de manera sustentable. Sin esos cambios, la región corre el peligro de destruir sus incomparablemente ricos activos medioambientales, exacerbando el calentamiento del planeta y afectando a las actividades agrícolas que pueden seguir cumpliendo un papel importante en su economía.
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