*Por Catalina Covacevich
En Chile, al igual que en muchos otros países, estamos envueltos en una vorágine de evaluaciones que miden el aprendizaje estudiantil. Por un lado, se aplican las pruebas internacionales: TIMSS, PISA, ICCS, etc. Por otro, la prueba nacional del Sistema Nacional de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE) que se administra de manera anual o cada dos años a distintos grados en las asignaturas de ciencias, ciencias sociales, lenguaje y matemática. También existe el SIMCE de inglés, aplicado en tercero de enseñanza media, y el de educación física, aplicado en 8º básico. Y, por si fuera poco, muchos estudiantes de los últimos años de enseñanza media dedican gran parte de su tiempo entrenándose para la prueba de admisión universitaria, lo que implica hacer muchos ensayos de prueba.
Hay consenso en que parecen ser muchas evaluaciones, pero todos los temas evaluados son importantes: ¿cómo no evaluar lectura en segundo básico, cuando aún hay tiempo de reaccionar para solucionar problemas incipientes? ¿Cómo no comparar los aprendizajes de los estudiantes chilenos en un contexto internacional? ¿Cómo ignorar el sedentarismo y la obesidad infantil, si podemos medirlo y ayudar a prevenirlo? ¿Cómo quitarle importancia al inglés, que abre las puertas al mundo en un país que está geográficamente muy aislado?
Sobre lo que no hay consenso es sobre el efecto de todas estas evaluaciones. De alguna manera, las evaluaciones despiertan pasiones. Para algunos parecen ser la panacea universal, la solución a todo problema educativo y el primer paso para abordar cualquier intervención. Para otros, por el contrario, son la madre de todos los males: reflejan el imperialismo, atentan en contra de la libertad de enseñanza, estrechan el currículum, limitan la enseñanza al entrenamiento para responder pruebas o se usan con propósitos oscuros y criticables como echar estudiantes.
Yo tampoco tengo una postura neutra frente a las evaluaciones. La mayor parte de mi vida profesional la he dedicado a diseñarlas, aplicarlas y entregar sus resultados. Y, la verdad, siento una secreta pasión por las pruebas estandarizadas a gran escala (pasión que provoca las carcajadas de mis hermanos). Me gustan los ítems, las pautas de corrección, los manuales de aplicación y los cuestionarios de contexto utilizados para identificar qué factores afectan los aprendizajes. Sin embargo, a pesar de mi cariño por las pruebas, al igual que la mayoría de las personas que trabajan en este tema, ni las considero solución a nada, ni creo que sean un instrumento del demonio. Las evaluaciones son neutras. Son solo herramientas que pueden ser útiles o inútiles y beneficiosas o dañinas, según como se utilicen.
Es cierto que si quieres solucionar un problema de aprendizaje, primero tienes que evaluar cuánto saben los estudiantes y compararlo con lo que deberían saber -ya sea con respecto al currículo nacional o algún otro estándar nacional o internacional-. Y sí, tienes que identificar factores asociados con estos aprendizajes a nivel de sistema escolar, escuela, familia o estudiante -tales como la composición socioeconómica de las escuelas, expectativas de los docentes, educación de los padres y creencias de los estudiantes- para modificar aquellos que son posibles de modificar y en los casos en que no, para identificar poblaciones de riesgo con el objetivo de prestarles más apoyo. Y sí, es interesante comparar los resultados de aprendizaje de Chile con los de otros países, para saber cómo lo estamos haciendo y también para tener referentes.
Sin embargo, la evaluación por sí sola no solucionará nada. Se trata de un primer paso que es necesario para hacer intervenciones, pero no por evaluar más, lograremos mejores resultados. Esto sería como tener el objetivo de bajar de peso y esperar que con pesarse continuamente, durante un largo período de tiempo, se logre un buen resultado, sin hacer más nada al respecto. Lo esencial para bajar de peso es hacer cambios en el estilo de vida. Pesarse solo sirve si se usa para evaluar de manera ordenada los resultados de esos cambios (si no ha habido cambios de estilo de vida, no tiene sentido pesarse muy seguido).
Pero tampoco las evaluaciones son malas en sí mismas, aunque pueden ser usadas con propósitos inadecuados o provocar efectos inesperados. No es apropiado, por ejemplo, que las pruebas tengan tantas consecuencias para los colegios que los motiven a abandonar la enseñanza de aquellas materias que no son evaluadas por las pruebas. Tampoco es conveniente que los colegios usen los resultados de SIMCE como excusa para no aceptar estudiantes de bajo rendimiento o que las escuelas obliguen a ciertos estudiantes a no asistir el día de la prueba. No es adecuado que se usen los resultados para juzgar a escuelas o docentes de contextos muy diferentes. Y no es ideal que el tiempo de enseñanza se reduzca significativamente debido a la gran cantidad de evaluaciones, sumadas en algunos casos a ensayos de estas evaluaciones.
Por otro lado, no hay que olvidar que las evaluaciones de esta naturaleza significan una importante inversión de recursos por parte de los gobiernos. Por lo tanto, aunque se tenga la certeza de que una determinada evaluación no hará daño, es conveniente preguntarse si será un aporte y si es la mejor manera de emplear esos recursos.
En resumen, las pruebas en sí no son ni buenas ni malas. Son solo herramientas, potencialmente muy poderosas, que deben acompañar una estrategia de intervención y que si se usan bien resultan útiles, pero que también pueden hacer daño. En algunos casos intermedios, también puede ocurrir que no tengan efectos de ningún tipo o se conviertan solo en un mal aprovechamiento de recursos, ya sea del dinero de los gobiernos o del tiempo de aprendizaje de los estudiantes.
En las próximas entradas de blog, reflexionaremos sobre otros aspectos de las pruebas de aprendizaje estudiantil, como el sesgo y cuál es el grado adecuado de dificultad que deben tener. Por ahora, te dejamos la reflexión: ¿de qué manera estás utilizando tú los resultados de estas pruebas?
*Catalina Covacevich es especialista de la División de Educación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), actualmente asignada a la Representación en Chile. Sus áreas de especialización son la evaluación de estudiantes y docentes.
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