Rawls, el filósofo, nos invitaba a imaginarnos que mañana volveríamos a nacer bajo un velo de ignorancia. Esto quiere decir, atrevernos a nacer de nuevo sin conocer el hogar al cual perteneceríamos, ni el país, ni el nivel educativo o los ingresos de nuestros padres. ¿Te animarías a hacerlo? Probablemente no.
El concepto de equidad que está detrás del pensamiento de Rawls es el de la igualdad de oportunidades: cuando las circunstancias externas a las decisiones y comportamientos individuales (como el género, la raza, o la educación de los padres) no son las que determinan, de antemano, la trayectoria de un individuo.
Estaba pensando en el tema con motivo del lanzamiento de un informe importante para la región preparado por el Banco Mundial: La Movilidad Económica y el Surgimiento de la Clase Media Latinoamericana (Economic Mobility and the rise of the Latin American Middle Class es el título exacto en inglés). La publicación ha recibido atención y comentarios en medios tan influyentes como la revista The Economist y la BBC.
Este estudio investiga empíricamente los cambios que se han producido en las sociedades latinoamericanas en términos de la estructura de la distribución del ingreso en las últimas décadas. Entre sus hallazgos principales está el documentar una gran reducción de la desigualdad del ingreso en la región, de la mano con la presencia de un porcentaje elevado de la población que ha experimentado movilidad económica o, como lo define este estudio, ha cambiado su clase social.
Las buenas noticias de este trabajo –resultado de dos años de investigación- son que, efectivamente, las tendencias en la región son alentadoras pues esta mayor movilidad económica resulta en una reducción de la desigualdad del ingreso. Lamentablemente, también hay noticias malas. La desigualdad de oportunidades en la región sigue siendo elevada. Específicamente, persiste una muy baja movilidad intergeneracional. ¿Qué quiere decir esto? Que las características de los padres, como su empleo o su nivel educativo, determinan en buena medida los resultados que lograrán sus hijos.
Los resultados del informe del Banco Mundial me hacen pensar que en la región hemos logrado avances importantes en décadas recientes en lo que se refiere a programas bastante sofisticados para reducir la pobreza. No obstante, hemos invertido menos esfuerzos en políticas que busquen lograr mayor equidad. El estado de las políticas y programas de desarrollo infantil temprano en la región es clara muestra de este descuido.
Cada vez existe más y mejor evidencia que documenta que las brechas que se producen durante la primera infancia en diferentes dimensiones del desarrollo infantil son costosas o imposibles de cerrar más adelante. Esto explica el por qué el retorno a invertir en el desarrollo infantil de los niños de sectores vulnerables es tan alto, comparado con inversiones en esos mismos grupos en otros períodos de la vida. Pero también sabemos que la inversión en primera infancia es una de largo aliento y cuyos réditos políticos no llegarán a ser devengados por los líderes que encabecen esas decisiones.
La reseña del estudio publicado por el Banco Mundial concluye advirtiendo que la continuación de esta ola de progreso que ha experimentado Latinoamérica va a depender de que la nueva clase media se comprometa con un contrato social a favor de la inclusión social. Las preferencias recientes de los electores latinoamericanos en varios países parecerían ser consistentes con esa tendencia. Ahora bien, ese contrato social demanda que los sectores prósperos estén dispuestos a pagar impuestos, pero también que los estados provean servicios públicos de calidad. Yo añadiría que ese contrato social a favor de la inclusión, bajo ninguna circunstancia, debe dejar fuera el desarrollo infantil. Y aquí, me refiero no solo a la necesidad de ampliar la cobertura de la provisión de servicios de desarrollo infantil sino, sobre todo, hacerlo con calidad (en posts anteriores, Florencia y yo hemos desarrollado más a fondo el tema de la calidad).
En la práctica, este cambio demanda muchos esfuerzos en la capacidad de gestión de los gobiernos. Proveer servicios públicos de calidad o implementar políticas sociales inclusivas no es fácil. Tampoco lo es incrementar la recaudación tributaria, en particular en sectores en los cuales la evasión ha sido la norma por muchos años. Se requiere mucho más que voluntad y buenas intenciones para que las acciones se traduzcan resultados tangibles. ¡Y tal vez ahí está el mayor desafío que tenemos por delante!
Maria Esther dice
Invertir en la población menor de edad, principalmente en las zonas más vulnerables, es pensar en el futuro, desarrollar el capital humano de manera integral minimiza el impacto de los riesgos a los que se encuentran expuestos.