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Imaginen por un momento a Hamlet tratando de dilucidar el dilema urbano del futuro; por supuesto, con el más profundo respeto por Shakespeare. Nuestro príncipe danés ya no sostendría en una de sus manos un cráneo, sino un flamante teléfono celular. Reflexivo, vislumbraría que el desarrollo equilibrado de las urbes, y tal vez del planeta, pende en gran medida de la transformación de las ciudades en inteligentes o smart cities. De hecho, para muchos urbanistas, este concepto de ciudad se ha convertido en una nueva causa, a la que se agrega una larga lista de adjetivos calificativos: sustentables, vivibles, verdes, innovadoras, inclusivas…
Lo concreto es que la creciente urbanización a escala internacional exige que las ciudades consuman mucho menos, utilicen más eficientemente sus recursos y alienten a sus ciudadanos a ser partícipes activos de la vertiginosa sociedad de la información. No es para menos. Con el advenimiento y rápida difusión de Internet, así como de las Tecnologías de la Información y Comunicación, las famosas TICs, tenemos hoy a nuestra disposición un abanico de múltiples aplicaciones que podrían convertir a las metrópolis del siglo XXI en laboratorios vivientes. Con sensores y plataformas informáticas capaces de recolectar y procesar ingentes cantidades de datos (Big Data), generados por sus habitantes (Crowdsourcing),por edificaciones e infraestructuras (Infrastructure Sensing), así como por su entorno (City Ecosystems Sensing) las ciudades cambiarían radicalmente.
¿Qué es exactamente una ciudad inteligente?
Hay muchas definiciones y distintos enfoques, todos en permanente evolución. Uno de ellos se circunscribe a las acciones de líderes, organizaciones e instituciones de una ciudad avocadas a incrementar la eficiencia, articulación y suficiencia de los distintos sistemas urbanos a través del uso intensivo de las TICs. Vicente Guallart, ex Arquitecto Jefe del Ayuntamiento de Barcelona, nos explica en su libro La Ciudad Autosuficiente cómo las TICs y la gestión urbana integrada son elementos clave para convertir a las ciudades en espacios sostenibles. Guallart rescata las seis redes tradicionales de organización de los flujos urbanos: abastecimiento de agua, tratamiento de aguas servidas y de residuos, energía, transporte de mercancías y personas. A estos le añade la “información”, considerada como el flujo con el que se pueden entrelazar y optimizar a las otras seis.
Otro enfoque intenta integrar el hardware y software del metabolismo urbano en distintas escalas. Casas, edificios y diversas infraestructuras tendrán interconectados sus dispositivos electrónicos, sistemas informáticos y servicios de uso cotidiano en lo que se denomina el Internet de las cosas. A través de un sistema de identificación por radio frecuencia (RFID, en inglés), cualquier artefacto del hogar, trabajo o de la ciudad tendrá un chip integrado capaz de transmitir datos en forma permanente para ser procesados, analizados y utilizados a fin de impactar positivamente, en el mejor de los casos, en la calidad de vida de las personas. Para el año 2020, se estima que entre 22.000 y 50.000 millones de dispositivos estarán conectados a Internet con el objetivo de proporcionar aplicaciones y servicios inteligentes a gobiernos, empresas y ciudadanos. Para muchos expertos, esto será revolucionario. En las palabras del ex gerente general de Ericsson, Hans Vestberg: “Las repercusiones serán considerables, ya que si una persona se conecta a la red, le cambia la vida. Pero si todas las cosas y objetos se conectan, es el mundo el que cambiará.”
Entonces ¿Cuál es la cuestión?
Para sorpresa de Hamlet, son varias y sin respuestas contundentes. Por un lado, el Banco Mundial estima que un 75% de los habitantes del planeta ya poseen un teléfono celular. Las computadoras personales siguen la misma trayectoria, lo que hace factible la implementación masiva de las TICs. Sin embargo, en un planeta con 7.400 millones de habitantes, sólo 1.100 millones tienen acceso a Internet de alta velocidad y 4.000 millones todavía no tienen acceso a redes de datos; de estos últimos, un 90% reside en países en desarrollo. Estas son brechas enormes para un mundo ávido de conexiones digitales y sistemas binarios.
Por el otro, en términos de educación cívico-tecnológica, aún estamos en la Edad Media. Es preciso abordar el futuro urbano desde una concepción más holística. Aspectos tales como la innovación social para reconectar, motivar y empoderar a todos los habitantes citadinos es de suma importancia. Instaurar espacios virtuales y reales más democráticos, transparentes e inclusivos a través de las TICs no es un reto menor. La reconexión de las personas con el ámbito urbano y su gobernanza, a veces tan impersonal y ajeno, debe propiciar que cada ciudadano utilice las TICs para convertirse en agentes de cambio o simplemente, en ciudadanos inteligentes.
El periodista e investigador sobre las implicaciones de las TICs en la sociedad, Uvgeny Morozov, nos brinda otra perspectiva: “Una ciudad realmente inteligente no es sólo aquella que puede hacer más con menos, sino la que conoce e incluso se enorgullece de sus propias limitaciones e imperfecciones. Es la que respeta a todas y cada una de las minorías que no causan daño con su singularidad y la que no vulnera derechos de sus habitantes… Una urbe propensa al ocio y el esparcimiento no será menos inteligente que Masdar, Songdo o Singapur.” Su Alteza, esta también es la cuestión.
Maria Eugenia Loiacono dice
Excelente nota.