Por Francisco Ochoa.
Cambiar hábitos de consumo no es tarea fácil. Las conductas aprendidas a lo largo de los años y reforzadas por creencias, actitudes y presiones sociales, se arraigan en nuestra vida cotidiana con cada repetición. Esto es especialmente perjudicial en el caso de los hábitos que afectan nuestra salud y potencialmente pueden disminuir nuestra calidad de vida. Por ello, los gobiernos de América Latina están usando su imaginación y creatividad para alterar una trayectoria que parece inevitable. La región sufre una epidemia silenciosa de obesidad y sobrepeso que en las próximas décadas puede comprometer seriamente sus sistemas de salud y reducir el tan necesario aumento de la productividad de sus economías.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), cerca de 100 millones de personas, es decir el 26% de la población de América Latina, padece éstas condiciones crónicas. ¿Por qué es esto tan grave? Porque el sobrepeso y la obesidad incrementan las chances de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes y problemas musculo esqueléticos, reduciendo la expectativa de vida y aumentando la posibilidad de tener algún tipo de discapacidad futura.
Los hábitos poco saludables, como el consumo excesivo de grasas, sal y azúcar sumados al creciente sedentarismo son los principales responsables de esta situación. Entre los productos industrializados que más contribuyen a la mala alimentación, se destacan las bebidas azucaradas y altas en sodio. Brasil se ubica como tercer mayor consumidor mundial de refrescos, después de Estados Unidos y México, y es uno de los principales fabricantes de este tipo de productos.
Hemos compartido material en este blog sobre el impacto de las bebidas azucaradas para la salud. Desde la cantidad de cucharadas de azúcar que puede poseer un vaso, hasta una lista de bebidas recomendadas y no tan recomendadas por especialistas además de una comparación entre el jugo y el refresco. Y aunque en el caso de Brasil el consumo de refrescos ha caído un 20% en los últimos seis años, de acuerdo a un estudio del Ministerio de Salud, es aún alta la concentración del uso de bebidas azucaradas en algunos grupos etarios.
Por ejemplo, un estudio divulgado en 2015 muestra que el 32% de los niños menores de 2 años de edad consume refrescos o jugos artificiales. Esta situación genera alarma en diversas instituciones, que anticipan un constante aumento de las enfermedades crónicas no transmisibles en las próximas décadas y una fuerte presión sobre los servicios de salud.
Ante esta situación, el Gobierno y la sociedad civil están impulsando medidas regulatorias y campañas para incentivar cambios en los hábitos de consumo. Entre éstas, la Comisión de Asuntos Sociales (CAS) del Senado Brasileño viene realizando audiencias públicas para discutir un proyecto de ley que busca colocar advertencias explícitas sobre los riesgos a la salud en los envases de refrescos y jugos artificiales.
Por su parte, estados como Santa Catarina y Paraíba han aprobado leyes que prohíben la venta de bebidas de bajo valor nutricional, como refrescos, en las cantinas de escuelas públicas y privadas e incluso ha sido la propia industria de refrescos la que ha anunciado que dejará de emitir publicidades destinadas al público infantil, de acuerdo a informaciones publicadas por el diario Folha de São Paulo.
La Asociación Brasilera de Industrias de Refrescos y Bebidas no Alcohólicas, que cuenta con 51 empresas vinculadas, ya no realizará comerciales destinados a niños menores de 12 años en un intento por contribuir a no influenciar los hábitos de consumo desde una edad temprana. Por ahora, la decisión no alcanza al empaquetado de productos destinados a los niños. La decisión de autorregulación por parte de este sector llega en un momento en que el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional, dependiente de la Presidencia de la República, viene reclamando un mayor control de las publicidades orientadas a los menores de edad.
Si bien este es un primer paso, puede servir como precedente para que otras industrias y sectores cambien sus estrategias de comercialización de productos con bajo nivel nutricional como excesiva grasa, azúcar y sodio.
¿Qué estrategias utilizan en tu país para mejorar los hábitos alimentarios desde el sector público? Cuéntanos en la sección de comentarios abajo o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Francisco Ochoa es Especialista en Protección Social en la representación del Banco Interamericano de Desarrollo en Brasil.
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