Los impuestos y los ahorros están relacionados de forma inextricable. Mientras los impuestos colocan más dinero en manos del gobierno, también reducen los ahorros privados al dejar a la gente y las firmas con menos ingresos para ahorrar, invertir y expandir la economía.
A pesar de esta clara relación, el impacto negativo de los impuestos sobre el ahorro privado a menudo es el punto ciego cuando los responsables de las políticas se disponen a realizar una reforma fiscal en América Latina y el Caribe. Las autoridades pueden considerar si un impuesto nuevo es progresivo o regresivo. Pueden evaluar la cantidad de ingresos que puede recaudar el gravamen y si podría afectar a ciertos sectores de la economía más que a otros. Pero suelen pasar por alto su impacto sobre los ahorros.
Este descuido es crítico. Como se explica en un estudio reciente del BID, en todo el mundo los ahorros corporativos son las mayores fuentes de ahorro para las economías nacionales. Pero América Latina y el Caribe tiene elevadas tasas de impuestos corporativos. Se ubican alrededor de 26%, en promedio, comparado con alrededor de 24% en economías avanzadas y 21% en Asia emergente. Desafortunadamente, estas altas tasas no se traducen en ingresos fiscales similarmente altos. En cambio, contribuyen, junto con una débil tarea de recaudación y otros impuestos, a la evasión y la informalidad conforme las empresas que de otra forma se registrarían ante las autoridades deciden operar en las sombras. De hecho, debido a la evasión y las exenciones impositivas, los ingresos fiscales provenientes de corporaciones como participación del PIB son menores que en Asia emergente o las economías avanzadas. Como resultado se obtiene lo peor de ambos mundos: bajos ingresos gubernamentales por un lado y bajo nivel de ahorro por el otro.
Por supuesto, la solución esencial es aumentar la base impositiva. Esto se podría hacer combatiendo la extendida evasión fiscal y reduciendo las exenciones. A medida que se ampliara la base impositiva, sería menos necesario aplicar altos impuestos directos (a los ingresos).
Los impuestos indirectos o al consumo (a las ventas), que actualmente representan más de 50% de los ingresos de la región, también se podrían aumentar, incrementando su peso relativo en el cóctel impositivo. Esto también podría tener un importante impacto, ya que los impuestos indirectos son más amigables para el ahorro que los impuestos directos.
Sin dudas, subir los impuestos indirectos puede ser polémico. Según la visión popular, los impuestos indirectos suelen considerarse más regresivos. Se cree que afectan más a los pobres, que gastan una mayor parte de su ingreso en bienes de consumo. Pero al permitir que los gobiernos recauden mucho más, los impuestos indirectos también permiten un mayor gasto en servicios sociales. De hecho, los mayores ingresos pueden permitirles a los gobiernos incrementar todo tipo de gastos, desde alimentos para personas de bajos ingresos y programas de vivienda, a educación, salud y pensiones. Como consecuencia, los pobres podrían recibir mayores beneficios totales sin el impacto negativo que tienen los impuestos directos sobre el ahorro.
Hace falta un cambio. Necesitamos comenzar a pensar más en esa relación entre ahorro e impuestos. Las tasas de ahorro nacional en América Latina y el Caribe, menores a 20% del PIB, actualmente se ubican muy por debajo de las de los países desarrollados y de Asia emergente. Y desafíos potencialmente nuevos e importantes aparecen en el horizonte. Estados Unidos, por ejemplo, está considerando una reforma que reduciría los impuestos corporativos de 35% a 20%. Esta reforma también permitiría que empresas estadounidenses repatriaran ganancias obtenidas en el extranjero sin pagar un impuesto adicional. Como consecuencia, empresas estadounidenses que operan en América Latina y el Caribe podrían comenzar a enviar sus ganancias a Estados Unidos en lugar de invertirlas en la región. El ahorro nacional —una parte del cual proviene de las empresas extranjeras— podría disminuir, poniendo aún más presión sobre las economías locales. Considerando las bajas tasas de ahorro actuales y las presiones externas adicionales, como la de Estados Unidos, necesitamos cambiar nuestro marco conceptual. Debemos sumar el ahorro al cóctel en las conversaciones sobre políticas impositivas.
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